O 1
''Una broma de mal gusto''.
Entonces, el de cabello azabache remojó gentilmente las hebras propias a su pincel contra aquel óleo yacente sobre cierta paleta delicadamente sostenida por su mano zurda. Apropiando fragmentos azulejos hasta empapar susodicho lienzo; deslizaba paciente, determinando cada minucia que su cuadro precisase sin prisa alguna. Siquiera el paso de las horas detenía su labor, mucho menos los tenues rayos solares, enclenques conforme fallecía el tiempo; su intruso impacto se desvanecía, resultando en la pérdida del efímero brillo que con exclusividad destacó en sus tiempos de gloria.
La perfección encarnó al precio de su salud mental.
El ventanal a su costado lo acompañaba, en tanto cuestionaba qué podía faltarle si mediante aquel ambiente lo poseía todo.
¿Qué más podía pedir?
El ambiente era perfecto.
Finalmente culminaría aquel cuadro que había costado sangre, sudor y lágrimas durante siete arduos días, donde en todos, y cada uno de ellos, procuró estricto que ningún defecto saltaste al más sencillo vistazo. Inconsciente, relució una ligera risa de la cual procedió una mueca abierta. Si bien el estrés era parte del desarrollo creativo, al sobreexigir metas utópicas, sólo posibles al olvidarse de sí mismo; siempre terminaba regocijante ante sus resultados. El haber cuidado la simetría, luces y sombras habría validado el mal sabor.
Aún con la pintura transgrediendo sus prendas, acentuando sus ojeras y el mal hábito de incentivar una carente higiene del sueño, como método para disipar sus constantes bloqueos creativos ante el excesivo perfeccionismo; siempre era grato pintar.
Y siempre lo sería, de no ser por un súbito empujón, irrumpiendo en su sereno espacio, que además, sumaba un lapso insuficiente para reaccionar, provocando su arremetimiento contra dicha obra, variando todo el óleo ajeno sobre aquella superficie. Experimentando una húmeda consistencia tras su espalda, se resignó forzoso a que toda posibilidad de disimular novedosos manchones sería nula, al inferir tal humedad al líquido donde remojaba sus hebras. El quejido de dolor provino más tarde, cuando sus párpados permanecían cerrados, rezando hacia sus adentros para que hipotéticamente hablando, la pintura aún pudiese ser salvada de difuminados inopinados. Sin duda alguna, le dolía más rendirle culto a su ideal de lienzo perfecto, que al impacto en sí.
Una voz masculina suspiró cercana a él.
Nuestro protagonista entreabrió sus inexpresivos párpados rasgados, para así enfocar al autor intelectual del desastre próximo a sus anatomías, percatándose de que este permanecía sobre él, aplastando mediante un peso que duplicaba el suyo.
― ¿Qué mierda te pasa...? ― Interpeló contradictoriamente en voz baja, porque si bien carecía de ánimos para confrontar, la irritación presente en su timbre le era imposible de disimular.― ¿no te fijaste que estoy pintando? ―sentándose con dificultad, el adversario imitó dicha acción mientras sobaba su propia cadera a la par.― ¿acaso tú limpiarás este desastre? ― reprochó, indistinto ante el dolor impropio.
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𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅
RomanceLucas ama pintar. Simón ama beber. ¿Lo que tienen en común? Ambos asisten a una de las academias más prestigiosas de todo Santiago. ¿Y cómo se comenzaron a llevar? Fácil, no se llevan.