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''Ensañar (pt. 3)''




Recuérdalo siempre, Lucas. Nunca serás lo suficientemente valioso como para ser amado. Nadie te querrá como yo lo hago, hermoso... nadie, por más aprecio que le tengas a esa persona. ― recitó, cual oración caracterizante por el amor, logrando que dichas palabras quedasen grabadas en su subconsciente. ― recuérdalo, recuérdalo, recuérdalo. ― repitió calmo, como si del mantra más espiritual se tratase.

¿Entonces sólo me quedaba aferrarme a su existencia, como mi única esperanza?

Vaya dilema para un infante de ocho años.

― Tío... ― me atreví a irrumpir en la presunto silencio, resultante de la tranquilidad en el ambiente. Supongo habían pasado incontables minutos desde que su anatomía yacía pegada a la mía. ― entonces, ¿mamá no se enfadará conmigo si tenemos un amor, como el de los papás?

Otra ausencia de palabras resplandeció.

El único sonido fue el de su mano cayendo pesada y bruscamente contra mi mejilla; haciéndome tropezar contra el colchón, mientras a su vez calcinaba la huella de su anterior impacto.

A continuación, y con una sonrisa laxamente esbozada, Julián se atrevió a replicar. ― tu madre estaba equivocada cuando te metía esas ideologías imbéciles en la cabeza; sobre el amor entre las personas de su misma edad... ― como si encarnase las dos polaridades, una expresión, además de tono; se presentaron bondadosos y cálidos, contrastando por completo con su oración. ― tampoco es como si estuviera aquí ahora mismo... ― procedió a finalizar posándose sobre mi cuerpo, enclenque desde pequeño. ― y por si no lo habías notado... ― descubrió los mechones que ocultaban el pavor de mis orbes temblorosas. ― odio a los pendejos preguntones. ― remarcó su primera palabra.

Posteriormente, emprendió a carcajear. Le había caudado gracia mi reacción, supongo.

Así fue por un largo período.

― Yo soy a quien tienes que obedecer ahora. ― aseguró, a penas cesó su mofa. ― ¿o acaso crees que a ella le hubiera gustado que fueses un niño maleducado?

Negué, contemplándolo de manera cada vez más desdibujada gracias a mis lágrimas; quienes me impedían un panorama completo sobre dicha situación.

― Y dios, ¿qué pasa, bebé? ¿por qué lloras...? ― interpeló, sin embargo, el nudo en mi garganta me impedía contestar con claridad; así que sólo balbuceé entre un par de bágoas. ― no me digas que tienes miedo... ― intuyó, como si experimentarlo en dicha situación fuese ilógico. ― prometo ser gentil, en verdad que nunca sería capaz de lastimarte, mi retoño...

¿Gentil para qué?

¿Qué tipo de juego realizaríamos?

― ¿O acaso te duele...? ― temeroso por otro impacto, negué débil, aunque sin titubearlo. ― que alivio, pastelito... juraría que estaba siendo malo contigo... ― acarició el pómulo afectado. ― no sabes cuánto me deprimiría que pensases mal de mí, cariño...

― N-No pienso mal de usted, tío Julián... ― expresé con dificultad.

―Entonces, no tendrás problema si continúo desahogándome. ― declaró, antes de chocar sus nudillos contra dicha zona por segunda vez.

¿Por qué me lastimaba?

Extrañaba mucho a papá.

Extrañaba mucho a mamá.

¿Por qué todas las personas a mi al rededor me lastimaban?

Pensaba, en tanto tosía áspero; exhalando hasta el aire que me faltaba.

Me ahogaba.

Por otro lado, mi mejilla libre de toda huella descansaba contra las acolchdas sábanas de seda. Aquella sensación contrastaba por completo con la presión que aún experimentaba sobre mi pómulo, como si aún estuviese impactando.

―Así me gusta... ― suspiró satisfecho ante mi ausencia de quejas. ― no sabes cuánto odio que pendejos como tú, me cuestionen... ― percibí como la saliva deslizaba por mis comisuras, en tanto sollozaba estruendoso. Seguro lucía feo y desaliñado. ― pero, eso no quiere decir que te quedes callado... ― besó mi mentón. ― puedes llorar si quieres, me gusta cuando comienzan a quejarse desesperados. ― sonrió entrelabios, refiriéndose a la grotesca pornografía que solía consumir.

Asentí pausado, pese a desconocer hasta dicho momento el significado concreto de aquella oración.

Me sentía mareado demasiado mareado como para pensar innecesariamente.

Ni siquiera era capaz de corresponderle la mirada.

Aunque, en ningún momento me atreví a moverme.

No quería ser un niño desagradecido.

Tampoco que me dejasen de querer o me abandonaran nuevamente.

Estaba bien que me golpearan, si ello evitaba un sufrimiento mayor.

Sin embargo, el llanto pavoroso fue inevitable.

Quizás era el llanto de mi alma, quien despedía los restos de mi infancia, mientras mi autonomía yacía de luto.

Ya no existiera un Lucas Aoki.

Sólo un cuerpo vacío, que debido a incontables toqueteos indebidos, no me pertenecería más.

No obstante, a penas pude retomar la compostura, me percaté de cómo estaba comenzando a desabrochar su pantalón.

― ¿P-Por qué está quitándose la ropa? ― interrogué débil, comentando en voz alta mis pensamientos. ― o-oh... lo siento, no debí haberlo cuestionado. ― exclamé, antes de sollozar angustiado. ― por favor, no me pegue tan fuerte e-esta vez.

― Oh, no te preocupes... ― la yema de sus dedos rozaron mi tez, para posteriormente ocultar un par de mechones sobresalientes tras mi oreja; provocando que cerrara mis párpados con fuerza, mientras me emprendía a temblar el cuerpo. Como si aquello pudiese suavizar cualquier tipo de ataque. ― ya dije que nunca te lastimaría...

― ¿T-Tiene calor, acaso? ― cuestioné, recibiendo una sonrisa reprimida en contestación.

Sí, mi pastelito, mucho calor... ― musitó, antes de besar mi frente, como consecuencia de mi pasada ingenuidad.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora