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''Para amar, no bastan los sentimientos''.






Siempre me he cuestionado mi auténtica capacidad para amar a un otro.

Qué tan bien lo cuidaría, como podría crecer nuestro vínculo, o el mero hecho de imaginar cierta compañía. Sin embargo, siempre acudo a la misma conclusión final, no soy, ni tampoco seré, merecedor de ser amado alguna vez por un otro en mi existencia. Desgraciado aquel que anhele con mis vagas fuerzas, puesto que sufrirá la condena de mi ambivalente afecto.

Supongo son las secuelas de mi abuso, quienes persiguen mi rastro incansablemente.

Años, incontables días, sin embargo, aún continúa latente la huella perteneciente a tus punzadas disfrazadas de caricias. Aún es perceptible el hedor putrefacto que resultaron de tus besos. La época del año donde emprendió esta retorcida situación aún resulta en una equívoca conmemoración. En tanto revivo tus desplantes, aún yace ese bloque de cemento contra mi pecho; asfixiándome.

No obstante, me orillo a experimentar en soledad mi resentimiento, puesto que restaste todo tipo de evidencia física, confiado que cualquier minucia, inconsiderada por tu persona, sería erradicado por la mía, cual asquerosa plaga ante mi palpable rechazo. Repudio que, por supuesto; comprendías de antemano.

Y así ose negarlo; aquel dolor marcó un antes y un después en mi vida, el cual condicionó permanentemente mi modo a relacionar con un otro.

Siempre te pertenecerá ese pedacito de mí que arrebataste, tornándome en este ser complejo; incapaz de continuar su potencial, como habría sido previsto, careciendo un soporte decente.

La explicación de tu indiferencia es esa.

Confías en mi silencio, ¿verdad? 


― ¡Lucas! ― exclamó efusivamente hacia mi persona, invadiendo aquella habitación mediante su presencia, tal como hacía en el resto de áreas pertenecientes a mi vida. Así era nuestro vínculo. ― oh, lo siento, pequeño. ― su caja toráxica siempre dirigía un sonido que inundaba el cuarto, asumo había chocado hombro a hombro con Simón, pero me abstuve de corroborarlo mediante mis ojerosos párpados. Mi única contestación fue cierta puerta cerrándose tras él.

Como odiaba esa voz, gritona y desinhibida...

― ¿Cómo está mi dulce pastelito? me notificaron de tu desmayo, así que traté de acudir lo más rápido posible. ― sentó su amorfa anatomía en el espacio donde mi anterior contrario contempló incansablemente mi figura. ― ¿te sientes bien, mi amor...? ― me tomó el mentón, insistiendo contacto visual.

Lo aparté enclenquemente, siquiera sé de dónde resultó mi desdén ante una posible paliza.

― No me llames así, por favor... ― ¿esta vez mi rechazo fue genuino?

― ¿Por qué no, pastelito? ― agaché la mirada, cubriéndome las orbes mediante mis mechones. ― tuve que tolerar el tráfico, mientras acudía, sólo para verte a ti.― juntó ambas manos en su regazo, donde incontables ocasiones me había forzado a yacer. ― ¿por qué no puedes ser más agradecido con tu tío?

A este paso, las náuseas seguro no tardarían.

― No me digas que vas a ser un niño malo, otra vez. ― sus comisuras resecas, quienes permitían la modulación de su mal aliento para formular oraciones, esbozaron un puchero poco adecuado para su avanzada edad. En su idioma pasivo-agresivo, aquello era proporcional a golpearme hasta que vomitar. ― no serás así, ¿verdad, cariño? ― su mano libre fue a parar hasta mi nuca, donde apretó mi descuidada cabellera; amenazando con tirar de ellos en caso de un rotundo rechazo.

― D-Déjame en paz. ― fruncí mi ceño, exasperado.

Su sobreesfuerzo en estrellarme un brusco puñetazo contra mi pómulo fue indispensable.

― Vuelves a hablarme así, y no dudaré un sólo segundo en abusarte, así sea en esta maldita cama. ― apretó sus labios entre sí. ― y me da igual quién o quiénes escuchen. ― tiró hacia atrás bruscamente, obligándome a contactar visualmente. ― deberías agradecer que sigues gustándome, aún cuando estás bastante grande como para hacerlo.

No importaba cuánto lo intentara.

Él siempre tendría poder sobre mí mismo. Bastaba con un par de amenazas, para que cualquier indicio de agresividad se esfumara; después de mis esperanzas.

Mis orbes cristalizaron, desdibujando su figura entre lágrimas.

Si llegase a contarle a alguien sobre esto.

¿Podría considerar sus acciones, como toques a mi cuerpo no consentidos?

Ni siquiera mi propia anatomía me pertenecía.

Después de tantos encuentros, aquel objeto, pretendiéndose una parte mí mismo, no podía volver a pertenecerme. Sería ilógico, además, reclamar como mío algo que perdió su valor hace mucho tiempo atrás.

¿Quién querría algo usado?

¿O algo usado?

Nadie invertiría su tiempo en un objeto tan deplorable.

― ¿Me escuchaste? ― alzó su tono vocal, tirando nuevamente hacia atrás.

La lágrima resbalando hacia mi mandíbula contestó por sí sola.




𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora