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"Mosca".




El céfiro barría las hojas, en tanto sus manos delineaban inconscientemente la silueta de mi cintura, presionando ligero. Siquiera yo conocía la contestación ante las incontables interrogantes sobre mi impulsividad, como en qué momento mis frágiles pasos lo habían destinado como objetivo fijo, sin embargo; poseía la vaga esperanza de que aún desconociendo los motivos de mi repentino arribo, él considerase correcto desahogar nuestros anhelos reprimidos entre sí.

Supongo que lo estaba, mientras su empalago no me provocase un deseo mayor por huir.

Lo cierto era que el corazón me iba a explotar, ante su genuina mueca de felicidad, asomándose atrevida entre mi difuso campo visual. No era considerado con lo que sus acciones podían provocarle a mi débil órgano sanguíneo.

Sus cejas permanecían amenas, en tanto me dedicaba una sonrisa entrelabios.— ¿por qué me miras con esa cara? — interpeló juguetón, antes de descansar su flequillo junto al mío, chocando ambas frentes. — ¿ahora andas tímido...? — retomó su interrogatorio, provocando que mi ritmo respiratorio se entrecortase.— ¿por qué no hablas, precioso? ¿te comieron la lengua los ratones, mhh? — abrió los párpados, enfocándome penetrante; como si sus orbes no pesasen a modo de asfixiante calor entre mis desteñidas mejillas.

Inexperto, como de costumbre, modulé una réplica espontánea. — b-basta... — musité, apartándome delicado. Sin embargo, él no dejó su afán por sonreír en ningún momento; como si existiese la posibilidad de compartir la misma mueca cómplice entre nosotros.

En tan poco tiempo, él era la adicción que, por medio de su intensidad, me permitía llenar nuevamente mis oxígenos con pulmones para continuar viviendo.

— ¿Por qué te pones tímido ahora, si ya nos comimos la boca? — reprochó amable mi actuar, como si besarlo por iniciativa, o más bien por impulso, no fuese una experiencia novedosa para un artista introvertido como yo.— y eso que a los japoneses no les gusta el contacto físico, ni visual, dios. — comentó, como si ello fuese motivo de orgullo.

Qué idiota.

Un...

Lindo idiota.

— C-Cállate... — me separé débil, procurando no tambalear ante sus palabras.

— ¿Ahora te da vergüenza? — cuestionó incrédulo, arrimándose en tanto sostenía una mueca ladina. — ¿no quieres intentar algo más arriesgado, ya que estamos? — bromeó, provocándome un violento sonrojo. ¿Cómo se le ocurría insinuar algo de tal calibre?

Sin embargo, únicamente posterior a convivir juntos de manera más profunda, pude interpretar ello como una broma. Puesto que tras su semblante arribista, puedo asegurar con certeza que él también permanecía igual de nervioso e ilusionado que yo.

La idea de formalizar nos ponía los pelos de punta.

— ¡Dios! claro que no. — me espanté ante su osadía. No por falta de atracción, sino porque involucrarlo con alguien tan decadente sexualmente aludiendo, sería repudiante. La idea sola me obligó a retroceder.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora