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''Abandono''.






En el fondo, Simón permanecía consciente sobre su imposibilidad de marcar a un otro como suyo; el erróneo concepto de percibir a un ser vivo como objeto a propiedad.

Sabía que por más prohibiciones que asfixiaran un vínculo, el otorgar a este por sentado era un concepto completamente independiente, puesto que no requeriría de su esmero en sí, sino de la voluntad de aquel,  a quien dirigiera dichas energías, en quedarse junto a él. He ahí el meollo. Un mancebo carente de toda habilidad, e incluso relevancia genuina, restaba en demasía que desear. Asequiblemente indiferente para sus pares, como consecuencia suplible; así era como, mediante una arduo interrogatorio imaginario indagante en sus sentimientos sobre sí mismo, aquel castaño resolvería mediante un monólogo.

''Las personas se irán aunque las ates, y tú tampoco las motivarás a quedarse''.

Nunca antes había poseído tanto peso en su vida aquella oración.


― ¡Simón! ―  vociferó, mediante un timbre agudo, cierta pequeña. ― ¡estás acá! ― sonrió hacia arriba, desde los brazos pertenecientes al mayor, posterior a un breve maratón.

― Claro que estoy acá, Matilda. ― alzó una ceja. ― ¿por qué no vendría? ― esbozó una mueca ladina, antes de palpar la cabeza perteneciente a su hermanita.

Porque mamá no parecía feliz de que volvieras a casa. ― frunció sus delgadas comisuras, como resultado de su abreviada edad de diez años.

― Sabes como es ella. ― apretó sus comisuras, cual intento fallido por disimular aquel mal sabor que resultaba al tocar cierto  tema. ― no es muy alegre que digamos... ― murmuró, acompañando mediante un gesto con su cabeza. ― ¿verdad que no, matiwisita?

― No. ― imitó el lenguaje corporal impropio a través de la misma extremidad. ― otra vez volvió a ausentarse en días. ― esbozó un puchero.

― Oh, ¿te cuidaron las empleadas? ― cuestionó investigativo, ciertamente intranquilo sobre el estado impropio.

― ¡Si! hicimos un muñequito de crochet con la tía Sole. ― otorgó un par de saltitos. ― te hicimos uno, de hecho.― sus orbes aparentaron resplandecer desde la amena perspectiva ajena.

― ¿Un muñequito? ― consultó, regocijante ante la presencia perteneciente a su más cercano familiar; pero indispensablemente nostálgico, al considerar cuántos meses la distancia primó entre ambos y cuántos más pasarían, desde la lejanía. Su madre no sólo se habían abstenido de contactarse, sino que también había irrumpido su vínculo.

Ella asintió efusiva.

― Los muñequitos pueden esperar, hija; tenemos un par de asuntos que discutir con tu hermano... ― tras la menor, un hombre acicalado, acompañando su camisa por medio de un pantalón formal, emprendió presencia en aquel sector.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora