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''El otoño dará paso al invierno''.






Las hojas cometían áridamente su caída libre sobre el césped; arrastrándose víctimas del céfiro. Crujían en cuanto los transeúntes aplastaban su muerta naturaleza, volviéndose trisas. Desteñidas, habría perecido toda emisión de pasmo. Envidiando el arribo primaveral, su belleza resolvería un aspecto efímero.

Cíclicamente, nada era eterno.

En tanto la muchedumbre circulaba al rededor, ignorándolo; aquel mancebo rebobinaba anticuadas memorias que alguna vez retrataron su presente. Agrios acontecimientos donde la paz carecía.



...



El contenido presente en cierto hervidor eléctrico caldeaba, en tanto un castaño infante de desaliñadas hebras corría hasta donde su progenitora descansaba; un asiento frente al mesón.

¡Mamá, mira lo que te hice! ― estiró el papel donde permanecían sus variados trazos. ― es un regalo por el día de las madres. ― bajó dicho dibujo, sin borrar aquella mueca donde un par de dientes permanecían levemente chuecos. Sin embargo, pese al tierno presente, la mujer ajena al exterior, limitó su visión hacia un rincón aleatorio; sin esmerarse en pretender el más mínimo interés. ― ¿te gusta? la profesora dijo que quedó muy bonito, hasta me había sacado un siete. ― inocente y ufano, presumió la calificación máxima en su país. Pero, independientemente del empeño agregado, su contestación continuaba semejante. ¿no es un dibujo bonito, mami? ― insistió.

Impulsado por el anhelo de experimentar en carne propia la calidez propia al abrazo de una madre, alguna vez soñó transformar el írrito reconocimiento que recibía por uno auténtico. Uno el cual no ameritara padecer negativas.

Quizás allí radicó desde allí su afán por conseguir aprobación.

No puedo saber qué te parece, si no me dices...  ― esbozó un ligero puchero, consecuente a su frustración, el cual fue replicado mediante un mal mirar, antes de retomar su atención hacia un sitio ajeno. ― mamá... ― tiró de su manga diestra hacia abajo. ― respóndeme, por favor...

Aquella semana, aprovechó cada ocasión donde su madre frecuentó, para mendigar leal sus migajas de amor, cual perro desahuciado. No obstante, sin importar cuanto lo hubiese intentando durante antedicho período e inclusive más, nada concebía una conclusión decente Poco a poco, emprendía a familiarizarse con la idea de nunca experimentar en primera persona el idílico afecto de una madre hacia sus pequeños.

 Bueno... ― incómodo, resignó su vaga contestación.― ese era mi regalo. ― aquella hoja serpenteó sobre la mesa, en tanto disponía abandonar mediante el umbral del sector. Sin embargo, fue ahí cuando la adulta pelinegra sostuvo entre su pálida zurda aquella creación, en tanto la mano contrario descansaba contra su torso; al permanecer cruzada de brazos con anterioridad.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora