1 1

55 9 4
                                    

1 1

''El comienzo del fin''.




Un pequeño de ocho años se hallaba sentado sobre sus propios muslos, en tanto contemplaba la televisión, observando con especial atención uno de sus programas preferidos. Sus rasgados párpados permanecían relajados, junto con sus orbes; las cuales reflejaban pacientemente el brillo perteneciente al contenido de dicho aparato electrónico. Su estado anímico no era precisamente ansioso, mas si algo decaído. Esto debido al desconcertante hecho de haberse expuesto a dos sucesos traumáticos en el último tiempo: el fallecimiento de su padre y madre.

Primero fue su progenitor, en un accidente posterior a una violenta discusión sostuvida con la persona a quien le había profesado amor eterno. Tiempo después, fue su madre; quién viuda y desconsolada, optó por enterrar uno los cuchillos próximos a su persona directo en su corazón, esperando que el dolor presente en este se dispersara junto con la creciente hemorragia interna yacente en su pecho.

Aunque evidentemente, el pequeño Lucas desconocía las causas concretas de estos fatídicos hechos, junto con los detalles a mayor profundidad; intuía que algo grave estaba ocurriendo. Las discusiones entre los demás miembros de su familia, los viajes en vehículo de aquí para allá o los extraños comentarios pasivo-agresivos hacia su persona; inentendibles para su inocencia. Todo, absolutamente todas esas cosas, parecían ser un tema serio.

Las cosas estaban de cabeza últimamente, y la única persona que le había quedado como lugar seguro, ya no estaba. Se había suicidado. La sangre perteneciente a su sistema había logrado abandonar por completo su anatomía; junto con lo que quedaba de su alma. Sin embargo, no todo eran matices oscuras en su vida. De hecho, había una cosa que lo distraía de la confusión presente en su vida; ver Candy Candy.

Quizás esos pensamientos, novedosos gracias a su índole deprimente, teñirían nuevamente su cabeza posterior a que apagara la televisión, pero evitarlos por cortos momentos era mucho mejor que tenerlos merodeando, cual fantasmas, las veinticuatro horas del día.

No obstante, un sonido interrumpió a sus espaldas, provocando que aquel pequeño y delgado infante volteara su cabeza en dicha dirección. Fue así que reconoció quien, desde hace un buen tiempo; pero sin su conocimiento previo, se hallaba observándolo avizor.

Era su tío.
Su querido tío.

Julián Bustamante.

― Tío, ¿qué hace ahí? ― preguntó, en el típico tono vocal que poseen los niños de su edad, antes de pausar el capítulo y enderezarse, dejando su anterior posición sobre la alfombra.

Julián suspiró, como si exhalara una gran carga eólica, aunque no fuera precisamente por el estrés. ¿Qué será esa emoción tan intensa que aquel adulto estaba experimentando mientras observaba al menor? ― estaba mirándote, bonito.

El pequeño asintió en silencio, agachando la cabeza. ― ¿a dónde vas? ― alzó su mirar otra vez, contactando las orbes ajenas con las suyas, quienes aún no desarrollaban esas ojeras que tanto lo caracterizarían años más tarde.

― A trabajar, dulzura. Tengo que traer dinero a la casa. ― contestó, estirando sus labios cerrados, dando paso a una cálida sonrisa, o al menos, eso fue lo que el dulce azabache consideró en su ingenuidad.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora