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''Maite''.






El ojeroso azabache llevaba un buen tiempo frotando el piso, buscando borrar todas las manchas de óleo secas impregnadas sobre este. Por fortuna, no era un trabajo imposible, pero si tedioso. Alúdanlo al horrible chiste mal gusto, propinado por uno de los alumnos más problemáticos del liceo completo. Supongo que no era sorpresa tal desastre proviniendo por él.

Deslizaba aquel trapo viejo mediante sus falanges; raspando el relieve propio de la pintura seca, empleando sus rosáceas uñas para ello. No obstante, pese a estar logrando dicho cometido, no podía evitar maldecir para sí mismo ante la idea de hallarse limpiando, mientras el autor intelectual continuaba libre por allí, cometiendo quizás qué cosas.

― Maldita sea... ― musitó exhausto el pelinegro, agradeciendo para sus adentros que la cantidad de suciedad fuese cada vez menor. ― día de mierda... ― maldijo, arrojar el trapo, en tanto se sentaba sobre sus muslos, echando la cabeza hacia atrás. ― estoy tan agotado... ― susurró, bajando su cabeza, fijándose así entre el espacio que restaba entre sus piernas abiertas, pero flectadas.

La frustración era evidente en su semblante, aunque no tanto por lo sucedido recientemente, sino por el gran cúmulo de emociones resultante a su interminable semana.

Quería despejarse finalizando algún pendiente aleatorio, pero su único fruto había sido el agua desdibujando la pintura, materiales dispersándose por los aires y sus orbes emprendiendo una fabricación de pesadas lágrimas; nublando más que su enfoque visual. No sería grato sollozar, mucho menos en público, pero todas aquellas situaciones desdichadas últimamente lo estaban ofreciendo en bandeja de plata.

El oxígeno a penas podía cruzar su garganta, ante el inminente llanto.

Pero, cuando estuvo al borde de flaquear, unos pies asomaron su campo visual, notificando implícitamente una nueva presencia, la cual debía divisar para averiguar de quién se trataba.

― ¿Estás bien? ― interrogó, provocando que la mirada de nuestro protagonista se dirigiese al portador de dicho timbre ― ¿necesitas ayuda? ― retomó mediante una invitación, mientras compartían contacto visual, al evidenciar una contestación nula ante sus amables cuestionamientos.

El pálido sobre el suelo desconoció cómo reaccionar cuando ambas orbes conectaron entre sí, sin embargo, optó por hablar.

― Oh... ― contestó en voz baja, ciertamente confundido de que alguien se dignara a echarle una mano. La persona dueña de aquella voz era una chica, chica de una edad similar a la suya a juzgar por su apariencia, mechas pelirrojas y un piercing sobre la parte media de su belfo. ― quizás si necesito algo de ayuda... ― se rió nervioso, tenso ante el hecho de socializar con alguien nuevo.

Sorprendentemente, sus lágrimas no alcanzaron a rodar por sus mejillas, aunque de igual manera; sus orbes continuaban cristalizadas, como si advirtiesen que ante el mínimo estímulo negativo podría romper en llanto.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora