1 2

29 8 0
                                    

1 2

''Una obra desastrosa''.





Simón se hallaba contemplando el piso de madera, propio del escenario, mientras que al mismo tiempo; recordaba con especial atención lo vívido hace unos treinta minutos aproximadamente. Eran cortes profundos, pensó. Cortes demasiados numerosos, como para haber sido un accidente. Cortes demasiado rojizos, como para no haber sido producto de la desesperación.

¿Acaso aquel azabache era uno de esos adolescentes retraídos con problemas en casa?  tal vez le preguntaría a Matías más tarde.

Por otro lado, el castaño no podía evitar experimentar cierto déjà vu  ante toda esa extraña situación. Debido a que por alguna razón, haber notado aquellos pesados aires, insinuantes de un profundo dolor emocional; habían despertado en él imágenes de su niñez que creía olvidadas. Quizás había vuelto a recordar al infante solitario que un día fue, pero que ahora reprime entre tanto vicio.

― Simón. ― llamó cierto peliteñido, amigo de nuestro protagonista. ― reacciona, jala montañas. ― continuó, pero este siquiera alzó la cabeza. ― ¿la cocaína en tu nariz te está haciendo perder la audición o qué onda? ― sonrió ligeramente burlesco, provocando que recién en dicha instancia el castaño fuese capaz de reaccionar.

― Ah, ¿qué? ― volteó su cabeza hacia el contrario, recibiendo un profundo aroma a perfume masculino en sus fosas nasales.

― Que qué chucha te pasó ahí. ― Rodrigo apuntó el antebrazo contrario.

El pelicafe observó dicha zona arremangada, percatándose de la ''bella''  marca propinada por nuestro pintor estrella.

― Agáchate y te lo digo. ― contestó simple, antes de sonreírle forzadamente entrelabios; a sabiendas que varios molestaban a su amistad con dicha rima.

Ya, te pusiste... ― entrecerró sus párpados.

― Tú empezaste, ¿quién te manda a decirme que soy un jala montañas?

¿Acaso no lo era?

El rubio por productos artificiales rodó los ojos.

― Y sobre esta marca. ― no muy animado, pero empleando el tono de voz que tenía usualmente, emprendió su explicación. ― me la hizo el mismo weón al que le botamos su pintura por una broma.― mostró dicha cicatriz, al mismo tiempo que la apuntaba.

― ¿Te la hizo él? ― alzó ambas cejas, percibiendo la picardía típica del chileno acudir a sus entrañas. ― ¿y no te dejó otra más? digo, por lo cercano que se han vuelto. Ya hasta te deja marcas en el cuerpo. ― una mofa huyó de sus comisuras.

― Si, tres patadas en los huevos; ahora que tienes la amabilidad de preguntarlo. ― nuevamente estiró sus labios entre sí de manera sellada, para después cruzarse de brazos; provocando que los músculos ciertamente tonificados de aquella zona se presumiesen más gruesos de lo habitual.― aunque, nunca tan íntimo como una mordida más dolorosa que la mierda en su momento.

𝖯𝗂𝗇𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖠𝗓𝗎𝗅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora