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Por raro que parezca, las horas habían pasado como minutos

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Por raro que parezca, las horas habían pasado como minutos. Estar con ellos había sido entretenido, bastante estimulante y muy enriquecedor. Por ende, resultaba mucho más productivo que trabajar sola y en completo silencio como venía haciendo en su escritorio, fuera de los dominios del ogro mayor de la empresa; eso claro, en el mejor de los casos, en el peor, ya saben.

—Listo, Calixto, todo en orden por ahora —expresó Camilo, estirando su cuerpo en toda la longitud con pereza.

—¿Quién lleva esto a soporte? —preguntó uno de los compañeros.

—Yo no —contestaron Anaira, Camilo y Alice al unísono, como si aquello fuese un juego.

—Felicidades, se ganaron el premio, me saludan a Gerardo —se burló Alice.

—Eres diabólica —se quejaron ellos.

—Eso es un halago para ella —comentó Anaira entre risas.

Entre risas y sin poder discutirle, se marcharon rumbo a sus diligencias, quedando ellos tres en su descanso. La hora del almuerzo era sagrada, más siendo el único momento durante toda la jornada laboral en la que Anaira estaba rodeada de personas, para su gusto e interacción, agradables.

Se dirigieron a la cafetería, apartando una mesa antes que esta se llenara con la llegada constante de trabajadores. El bullicio era, de cierta manera, aceptable y reconfortante. No se acostumbraba al silencio de su lugar de trabajo, por lo que tener ruido a su alrededor podría ser un poco necesario.

—¿Las señoritas que quieren almorzar? Y la que me salga con pasta, se levanta a buscarlo —dijo Camilo entre burlón y amenazante.

—Ay, pero que genio, señor —se burló Anaira—. Fíjate que hoy quiero otra cosa, pollo a la naranja, arroz de fideos, ensalada y papitas fritas.

—Pido lo mismo, con doble de papas, por favor —expresó Alice, en el mismo tono burlón de Anaira.

—Veo que seremos el club de las papitas fritas, porque me antojé —dijo y se marchó directo a la fila.

Desde sus puestos, Alice y Anaira no hacían más que burlarse de su pobre compañero. Este, de buena fe y queriendo ser caballeroso con sus dos amigas, se ofrecía regularmente a pedir sus almuerzos por ellas. Como agradecimiento, estas compraban el postre y se burlaban un tanto de él. Todo un equipo dinámico.

Así había estado viviendo su hora de almuerzo, entre risas y más cháchara siendo ella el centro de los chismes. Sus pleitos con Derek no eran para nada secretos, menos con Alice al tanto de cada detalle y palabra intercambiada entre ambos. ¿Qué más podía hacer? Era bastante persistente y le servía como terapia, desahogar toda la frustración que su jefe le provocaba.

—Según él quiere hacer hasta lo imposible por obligarme a renunciar, pero el juego se le está revirtiendo —comentó Anaira entre risas—. He sido tan complaciente, tan obediente que le estresa, además de llamarlo todo el tiempo jefecito, lo odia.

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