9

1.9K 134 11
                                    

Aún no salía de su estupor, por un momento le pareció divertido, pero ya después el asunto se tornó más serio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aún no salía de su estupor, por un momento le pareció divertido, pero ya después el asunto se tornó más serio. ¿De verdad le había llamado en su propia cara ególatra egoísta con complejo de dictador? No supo si reír, enojarse o preocuparse por ello. Anaira le había dado una nueva sorpresa, le retó como nadie jamás lo había hecho en toda su vida y por el momento, solo por ese día, había resultado ilesa.

Eso solo recalcaba algo, su interés por querer sacarla de su empresa y de su vida de forma permanente. Ella misma lo dijo, eso era guerra. Infantil, era consciente de eso, pero no permitiría que solo sea ella quien se salga con la suya.

Y, sin embargo, algo más le dejó sonando la cabeza toda la noche. La seguridad con la cual dijo conocerlo, saber de lo que era capaz de hacer, fue tan palpable que por un solo segundo se sintió expuesto ante ella. Pero lo creía imposible, jamás en su vida la había visto, de lo contrario recordaría donde quiera que vaya ese carácter altanero, esa legua floja y su rostro delicado.

La odiaba, por supuesto que sí, pero seguía siendo mujer y una muy hermosa. Aunque no lo quiera, Anaira es del tipo que no pasa desapercibida para su gusto y, por ende, podría recordar esas curvas y esos labios por un buen tiempo sin importar que haya pasado o no por su cama. O eso creía.

—Trae mi almuerzo, menú ejecutivo sin aderezos ni frituras —exigió.

—En seguida, jefecito —contestó Anaira.

—Lleva esto a soporte, dejas una copia en archivo y otra en presidencia, y de paso me traes un café sin azúcar y bien cargado, para ya es tarde —continuó con sus peticiones, cada vez con más altanería.

—Con gusto, jefecito —seguía contestado ella.

—Cancela mis reuniones de hoy, no me pases ninguna llamada a menos que sea de extrema urgencia y ni se te ocurra abandonar tu escritorio, ¿entendido? —volvió a exigir.

—Por supuesto, jefecito —contestó ella risueña.

—Deja de llamarme así, maldita sea —gritó Derek, harto de aquello.

—Lo siento mucho, pero no será posible... —hizo una pausa, tratando de no reírse— jefecito.

De la misma rabia, no midió en fuerza y lanzó el teléfono lejos de su escritorio dando un fuerte golpe. Y, casi al instante, unas suaves carcajadas se escucharon desde fuera de su oficina. Anaira estaba disfrutando todo ello, los últimos tres días de completa tortura siendo tan complaciente como fastidiosa, agregando el hecho de llamarlo una y otra vez de esa forma, jefecito. Lo estaba enloqueciendo.

Trató de calmarse, respirar profundo y ordenar el desastre que había hecho en su oficina. Pero una inesperada llamada entra a su línea personal, una que muy pocas personas tenían a su disposición.

—Hola, guapo, ¿me extrañaste? —dijo con un suave ronroneo— Te eché de menos estas semanas, demasiado largas para estar lejos de ti.

—¿Cristal? —indagó confundido.

✅Esto es guerra, jefecito [DISPONIBLE EN AMAZON EDICIONES MOB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora