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Por un momento sintió que el peso de las consecuencias de sus actos caía sobre él en cascada

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Por un momento sintió que el peso de las consecuencias de sus actos caía sobre él en cascada. Por primera vez en más de veinte años, veía tal decisión y enfado en la expresión de su mejor amigo. Esa vez ya no se trataba de todas aquellas ocasiones que le dejaba de hablar por un par de días, esta era en serio y estaba más que decidido a hacerlo.

Sin embargo y aun cuando entendía el punto de Luis, seguía empeñado en aparentar cumplir su tonto plan. ¿Por qué? Era consciente de que estaba llegando a un punto en que, ni por más esfuerzo que coloque, no podía controlarse ni entenderse a sí mismo. Solo encontraba una razón para ello, y esta vez no podía culpar a Anaira por eso, aunque sea precisamente ella la principal involucrada. El verdadero motivo iba mucho más allá.

El empezar todo ese absurdo espectáculo le abrió nuevas posibilidades, no solo seguir escuchando todos sus argumentos y sentir la fiereza en sus palabras. También le permitió ver ese lado dulce que reflejaba su rostro, escuchar sus ocurrencias y carcajadas. En especial ese mismo día en la discoteca después de su discusión con Luis. En el momento en que peor se sentía, ella fue tan considerada como para extender su mano y consolarlo, aun cuando él mismo sabía no merecerlo.

Ella era la razón por la cual toda su vida estaba de cabeza, pero solo él mismo el culpable, dos cosas muy diferentes. Quería seguir viendo esa sonrisa, escucharla reír hasta quedarse sin aliento, verla sonrojarse cada vez que se acerca y sentir su delicioso aroma.

Y por eso debía abrir los ojos.

Puede que haya disfrutado ese momento, que quiera volver a vivirlo y que solo se esté dejando llevar por sus impulsos, pero no debía rendirse ante ellos o ante ella. No estaba listo para eso, no esperaba ni quería hacerlo, no podía enamorarse de Anaira. En sus planes no estaba dejarse amarrar por una mujer, solo era cuestión de divertirse un rato sin ningún compromiso, nada más allá de eso.

Pero ahí estaba, dejándose llevar por su linda sonrisa, haciendo cosas que jamás pensó hacer con nadie, como cantar a todo pulmón en medio de una discoteca. Peor todavía, pensado en ella toda la madrugada en la comodidad de su cama, divagando y recordando cada uno de sus movimientos, sintiendo ese calor intenso crecer en su pecho.

Aun así, continuó con las malas decisiones.

—Esta vez voy en serio, quiero saber quién es Anaira Baret, si me permites hacerlo.

Se dijo a sí mismo que solo era por su plan, seguiría coqueteándole hasta enamorarla y eso era todo, pero de cierto modo ya no quería provocar su renuncia. En su cabeza, la excusa para ello era que la necesitaba, era perfectamente ordenada y muy eficaz para trabajar, pero eso mismo contradecía todas sus opiniones anteriores. Quería echarla y a la vez tenerla muy cerca, esperaba seguir viendo todas aquellas cualidades que lo enloquecían, y a la vez quería ignorarla.

En realidad, no sabía que estaba haciendo con su propia vida y eso lo estaba desesperando.

—¿Esta vez? —se burló ella—¿Se supone que antes habías hecho algo para coquetearme?

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