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Faltaba poco para terminar la jornada, ir a casa a descansar un poco, comer algo y prepararse para la gran fiesta de celebración

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Faltaba poco para terminar la jornada, ir a casa a descansar un poco, comer algo y prepararse para la gran fiesta de celebración. Estaban todos invitados, la mayoría de los implicados en el desarrollo del proyecto. Habían trabajado muy duro y muy bien, así que lo tuvieron más que merecido. Sin embargo, había algo que debía hacer antes de eso y no esperaba dejarlo para después.

«Tenemos una reunión pendiente, las espero en mi oficina en media hora, sé que siguen en la empresa».

Mensaje enviado, las tres lo vieron y solo quedó esperar. Pero antes, debía poner sobre aviso a Anaira para evitar otra discusión innecesaria. En cierto modo lo encontraba divertido, porque siempre le encantó verla defenderse y burlarse como si nadie pudiese con ella. Pero debía ser sensato, ya se estaba haciendo tedioso, en especial para ella.

—An, cariño, ¿podrías entrar un momento, por favor? —solicitó por el intercomunicador con dulzura.

—Ok —contestó entre risas.

La vio entrar y observarlo detenidamente desde la puerta, cerrándola tras de sí con ciertas sospechas. ¿Cómo no hacerlo cuando la miraba con esa cara de idiota enamorado?

—¿Puedo saber que te ocurre justo ahora? —indagó con diversión.

—Acércate —dijo, apoyándose en el frente de su escritorio.

Esperó hasta tenerla frente a él, tomó su mano con delicadeza y de paso, solo por puro gusto, acaricio su mejilla con suavidad hasta hacerla sonrojar. ¡Tal y como le encantaba!

—Ese tono rojo te queda tan bien, eres hermosa, ¿sabes? —murmuró ido.

—¿Qué necesitas? Ya me preocupas —expresó nerviosa.

—Nada complicado, solo un poco de paciencia —la desconfianza empieza a cubrir su rostro, pero él continuó—. Dentro de un rato vendrán ellas otra vez y...

—¡Ay, no! —exclamó con fastidio, alejándose de él—. Olvídalo, me largo.

Una vez más toma su mano y la jala hacia sí, en un cálido abrazo que tanto había fantaseado. Tenerla entre sus brazos, con sus preciosas mejillas sonrojadas y la respiración tan acelerada como sus mismos corazones. Continuó con sus caricias en la mejilla, tratando de calmarla y que escuchara sus razones.

—Eso era lo que quería, que por este tiempo en que ellas vengan descanses un rato, ya tuviste mucho de las tres por un día —comentó sin dejar de acercarse a ella.

—Para toda una vida, querrás decir —replicó, dejándose llevar por las sensaciones que crecían en su interior.

—Esta será la última, te lo prometo —añadió con seguridad—, hoy se acaba este problema. ¡No más Moiras!

—¿En serio? —indagó Anaira emocionada, pero reaccionando y regresando al tema—. Digo, la del apodo no fui yo, que conste.

—Ya lo sé —susurró a solo centímetros de su rostro.

✅Esto es guerra, jefecito [DISPONIBLE EN AMAZON EDICIONES MOB]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora