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—Lo haré, no importa si termino siendo tan desgraciada como él, alguien debe darle una lección al muy hijo de su

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—Lo haré, no importa si termino siendo tan desgraciada como él, alguien debe darle una lección al muy hijo de su...

—¡Ey! —exclamó Matthew divertido— Hay niños aquí, cuidado con el lenguaje.

Anaira había llegado a casa con el rostro enrojecido, y ya no por la momentánea excitación que todo aquello había causado en ella. Esta vez, era la ira la que carcomía por dentro su alma.

—¿Quieres dejar de burlarte? Estoy emputada con medio mundo —se exaltó—, no busques que te agregue a la lista.

—A ver, respiremos profundo y hablemos —intervino María José—. ¿Qué pasó con exactitud?

—Derek fue lo que pasó, el maldito hijo de...

—Creo que puedes contar todo sin necesidad de decir una grosería cada dos palabras, ¿no? —volvió a interrumpir Matthew— Ya cálmate, intoxicas el aire.

Anaira, con todo el revoltillo de emociones que tenía en su cabeza, tomó uno de los cojines del sofá donde tanto se tiraba a descansar, se lo colocó en el rostro y gritó. Fuerte y con todas las ganas, dejando salir en cada onda de sonido gran parte de la frustración que tenía.

Al terminar, dejó salir un largo y pesado suspiro que terminó en un gruñido de rabia. Se había desahogado un poco, no eliminado todo lo que sentía.

—¿Mejor? —indagó María José.

—Algo, nada me hará cambiar de opinión, así que no trates de convencerme —advirtió con mucha severidad.

—¿Qué pasó? A ver si lo justifica —expresó Matthew.

—No lo conoces, en serio —se quejó Anaira.

Con aparente calma, narró todos los extraños sucesos que tuvieron cabida ese día, incluyendo todo detalle de sus propios e impuros pensamientos en ese entonces, para mayor pleito y desgracia. No debía evitarlo, tal vez decirlo en voz alta no solo los convenza a ellos, sino que le recuerde que había tomado la mejor decisión. ¿Un poco de su propio chocolate? Sí, pero este sería mucho más amargo para él y dulce para ella.

—Pero que ver...

—¡A ver, lenguaje! —le recriminó Anaira, interrumpiendo las groserías de Matthew como él mismo lo hizo.

—El que regaña aquí soy yo, al parecer sigo siendo el único adulto responsable en esta casa —se quejó indignado.

—Sí, sí, como digas, pero vayamos a lo importante ahora —intervino María José—, aunque está más que claro lo que quieres hacer, y te apoyo. La cosa es, ¿sabes cómo hacerlo?

—Pues no, pero... Algo se me ocurrirá, solo debo... —titubeó indecisa— Ay no sé, nunca he hecho esto y nunca pensé caer tan bajo.

—Y es por eso mismo que no lo harás, aunque debo aceptar que se lo merece —expresó Matthew, ganándose las miradas de ambas—. Es muy de telenovela de su parte, pero hay que aceptar que puede que funcione. Sería un ojo por ojo, usando su misma estrategia, ¿no?

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