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Ya no se trataba de un juego de niños, ni de una simple discusión momentánea que luego arreglarían con un simple juego

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Ya no se trataba de un juego de niños, ni de una simple discusión momentánea que luego arreglarían con un simple juego. Con el pasar de los días, la tensión solo iba en aumento y cada vez había más discusiones entre ellos por el mismo motivo. La relación iba en decadencia, y le dolía.

Derek podía ser un hombre serio, firme, autoritario y a veces un poco frío, pero seguía siendo humano y como tal, tenía sentimientos. Luis había sido su mejor amigo desde el colegio, cuando se convirtió en el único niño de todo su salón en enfrentarlo, aunque sabía que saldría perdiendo. Ese coraje y valentía, era lo que más admiraba de una persona y por ello su relación había perdurado.

Ahora, más de veinte años de amistad corrían peligro, ¿por qué?

Porque, por alguna extraña razón y sabiendo que todo ese rollo de querer enamorar a Anaira solo para que renuncie era absurdo, había algo que le impedía entrar en razón. No tenía claros los motivos, pero deseaba tan desesperadamente tener toda su atención recargada en él que, incluso con el riesgo de perder a su único mejor amigo, le era imposible dejar todo atrás.

Había algo en su carácter, su forma de contestar, de defenderse, en sus expresiones y en cada cosa que Anaira hacía que, por más que quiera evitarlo, se quedaban impresas a fuego en su memoria. Eso mismo que decía odiar en ella, le atraía sobremanera. Y le preocupaba aún más.

Pero ¿acaso es suficiente para justificar tantas discusiones con Luis? ¿De verdad valía la pena?

Con su mente revuelta, regresó a la oficina pasando por el frente de Anaira sin siquiera mirarla. En su estado, no podía arriesgarse a decirle nada que no le delatara. Se sentía contrariado con el meollo de sentimientos revueltos dentro de sí, y temía por su propia estabilidad mental.

—¡Dios, ¿qué me está pasando?! —se preguntó entre lamentos.

Sentado en su escritorio, solo deseaba nunca haberla conocido; por más estrés que tuvo en sus momentos sin secretaria, estaba seguro de que no valía la pena el giro que provocó en su vida. Y por más hipócrita que sea, por más contradictorio a su propio juicio y pensamiento, también se alegraba por ello. Por primera vez en años, se sentía vivo y lleno de motivación. Por primera vez, deseaba con todas sus ansias el poder hacer y lograr algo, aunque sea tan estúpido.

Trató de tranquilizarse, se acomodó la corbata casi por inercia y respiró profundo varias veces, signo de su ansiedad.

—Anaira, necesito que entres un momento —anunció por el intercomunicador, usando su tono más neutral posible—. Tenemos que hablar.

No tuvo que esperar mucho, en contados minutos la tuvo en frente suyo con su típica expresión indignada, molesta y un tanto preocupada. Y no encontraba nada más encantador que eso, su carita enojaba, tanto como para colorear sus mejillas de un rojo intenso.

Con lentitud y para provocarla más, se tomó su tiempo para preparar el ambiente. Suspiró, se levantó de su asiento, acomodó su chaqueta mientras caminaba con lentitud hasta apoyarse en el frente de su escritorio, cruzándose de brazos y observando cómo, con cada uno de sus movimientos, se desesperaba cada vez más.

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