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Si tan solo la semana anterior, una versión suya del futuro le hubiese dicho que de la boca de Derek Fox en completo estado de ebriedad saldría tal frase, la tildaría de desquiciada y enviaría directo a un psiquiátrico con la suposición de haber c...

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Si tan solo la semana anterior, una versión suya del futuro le hubiese dicho que de la boca de Derek Fox en completo estado de ebriedad saldría tal frase, la tildaría de desquiciada y enviaría directo a un psiquiátrico con la suposición de haber caído ante tanto estrés que él, y tal vez las Moiras, habrían provocado en su vida.

Pero no, nada de esas estupideces fantasiosas había ocurrido. En realidad, por imposible que sea de creer, él le había confesado su amor. Y por ello surgía la inquietud, ¿fue solo efectos del alcohol? Sea cual sea la verdad, ¿podía empezar a creer en sus palabras? Aunque tampoco es solo escucharlo decir lo que siente, es que lo demuestre en todos los aspectos de su vida, y con ello se refería más que nada a una sola cosa: fidelidad.

Derek es y siempre ha sido un hombre mujeriego, en extremo coqueto, lujurioso y nunca ha estado con una sola. En realidad, nunca ha estado solo, pero tampoco en una relación estable. Todo lo de él, cuando de mujeres se trata, no era más que diversión y juegos sin compromisos. Anaira no quería serlo, para ella era todo o nada. Y aunque él se lo había prometido, no creía que fuese tan sencillo cumplirlo ni mucho menos de la noche a la mañana.

Solo había una opción, darle el beneficio de la duda y esperar que la cumpla de verdad. De lo contrario, si no llegaba a llenar las expectativas, solo lo mandaría a volar. Dolería, por supuesto que sí, pero quería correr el riesgo porque, después de esa noche, ya no pensaba lo mismo de él y ciertas cosas se habían confirmado. En realidad, no era tan indiferente a su encanto.

Derek, después de besarla con tanta dulzura, de decirle cuan enamorado estaba de ella, solo se quedó dormido mientras la abrazaba con fuerza. Su nariz quedó inmersa en su cabello, susurrando que era de sus aromas favoritos en el mundo. Acarició suavemente sus brazos, murmurando entre bostezos que su piel era la más tersa y suave que jamás tuvo el placer de tocar. Que toda ella, todo su ser, era perfecta.

Por más que hubiese querido, sería extraño para ella solo dormir allí y despertar al día siguiente como si nada. ¿Y si no recordaba lo que dijo? Solo tomó sus cosas, llamó un taxi y regresó a casa bien entrada la madruga, pero antes se encargó de cambiar su ropa empapada por algo seco. Eso sí, sus ojos se desviaron a otro punto de la habitación para no distraerse de más.

Sin embargo, y no supo si para su buena suerte, María José había quedado despierta esperándolos.

—¿Como por qué o que llegas mojada? —indagó extrañada y divertida—. ¿Dónde te metiste, bandida?

—¿Matthew llegó? —indagó esperando no dar explicaciones.

—Dudo que venga hoy así que... —alargó aquella última palabra con un suave canturreo— Más bien cuenta, ¿qué tal todo y de dónde vienes? Espera... ¿Tienes un...?

—¿Un qué? —exclamó alarmada.

La fuerte carcajada de María José, más su inusual expresión de sorpresa terminó por sacarla de sus casillas. ¿Qué era eso tan descabellado que le vio para ponerse así? Y no era de extrañarse, en su cuello muy cerca de su clavícula, había una pequeña marca colorada sin forma aparente. En el momento no le había importado, porque de verdad lo disfrutó. ¿Cómo no hacerlo cuando tenía semejante hombre sobre ella acariciándola y besando la sensible piel de su cuello?

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