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Derek regresó a casa con una extraña sensación en su interior; no era rabia, ya se le había bajado después de relajar su mente en el camino; no era fastidio, tampoco se daba mala vida matándose con pensamientos inútiles

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Derek regresó a casa con una extraña sensación en su interior; no era rabia, ya se le había bajado después de relajar su mente en el camino; no era fastidio, tampoco se daba mala vida matándose con pensamientos inútiles. No estaba seguro que era, pero sí sabía que tenía que ver con su única y actual pesadilla, Anaira.

Era insignificante para él, incluso se reprochaba el darle demasiada atención fuera de lo laboral, pero, exceptuando todas sus discusiones y reuniones obligatorias, no salía de su cabeza, aunque lo quisiera. En especial, esa reciente escena en la sala común de trabajo. El tal Camilo, muy cerca y sonriente, conversando y supuestamente trabajando con ella, igual de sonriente y coqueta.

—¿En serio es tan tonta? —se preguntó a sí mismo bufando.

Miró en todas direcciones, los lujos y comodidades de ese lugar muchas veces no compensaba lo que de verdad sentía, soledad. Y, sin embargo, prefería mil veces eso que estar amarrado bajo un compromiso que solo le daría más dolores de cabeza.

—Debo estar enloqueciendo —se burló—, ya hablo solo.

Después de tomar un trago, cargado y bien fuerte para desestresarse, prefirió darse una ducha de agua caliente e irse a dormir lo más pronto posible. Sin importar lo que suceda, su rutina debe continuar tal y como ha estado.

Por las mañanas, antes de salir los primeros rayos del sol, suele tomar una larga caminata por el parque central y hacer algo de ejercicio. Una ducha cálida después del desayuno, y finalmente, enfrentar los desafíos de la vicepresidencia.

Los últimos años ha tratado de seguir ese patrón, pero no siempre se le daba mantenerse fijo en un mismo rumbo. De vez en cuando, demasiadas para el gusto de su padre, salía de fiestas y discotecas donde, muy casualmente, siempre termina con una hermosa mujer pegada al cuello. No resultaba ser ninguna molestia, a ninguna las volvía a ver en su vida, y de ser así, podría hacer lo posible para evitarlas.

Así era su vida, desordenada en cuestión personal, pero pulcra y recta cuando de sus labores se trataba. Había cambiado demasiado, aunque nadie quiera reconocerlo. Solo dos personas sabían de ello, lo apreciaban e incluso entendían el esfuerzo que le llevaba, por ello eran quienes más lo regañaban cuando metía la pata. Como, por ejemplo, ese día con Tamara.

(L) ¿Ya estás en casa, viejo?

(D) El número que intenta contactar no se encuentra disponible.

(L) Que lastima, me tocará ir a la empresa personalmente. No sé, tal vez sea la única forma de ver a mi hermano. HDP.

Le encantaba hacerlo rabiar, molestarlo siempre fue una de sus cosas favoritas de niño y lo seguía siendo. Era, por raro que pareciese, lo único que creía le daba algo de normalidad a su vida. Llena de papeleos, reuniones, gente elegante y pomposa, famosos y todo lo que lleve ser hijo de una de las familias más influyentes del país.

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