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Por primera vez desde que empezó a trabajar, Anaira lamentó una de sus decisiones

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Por primera vez desde que empezó a trabajar, Anaira lamentó una de sus decisiones. Desobedecer a Derek no era el problema, ciertamente podría hasta disfrutar de ello si lograba darle un poco de su propia medicina. Pero no esta vez, en medio de una reunión de tal calibre en la cual, aunque nadie lo hubiese predicho, estuvo presente el expresidente y fundador de la empresa.

Si tan solo Derek no hubiese sido tan pedante y grosero al dar su orden, ella se habría molestado menos y tal vez, seguir sus indicaciones al pie de la letra. Sin embargo, la misma rabia le dio el valor de exponer sus ideas. Sabía que era arriesgada, pero no estaba viendo más soluciones al problema.

Habló, vio la ira arder en los ojos de Derek y se arrepintió casi de inmediato. Ya no había marcha atrás, pasó de tener una semana a solo unas horas de trabajo. Hasta que...

—Míralo de esta manera, tienes terminantemente prohibido despedirla, ¿entendido?

Escuchar esas palabras de la voz del mismísimo Daniel Fox, le llenó de un orgullo que jamás en su vida había sentido. La había tenido en cuenta y dado importancia, más que eso, le estaba dando cierto poder que no dudaría en usar. En especial, después de oír la insistencia de Derek por sacarla de la empresa aún después de, como dijo Noa, hacer su trabajo.

De todas formas, lo quiera o no, había llegado el momento de ponerse serios en el asunto y esperaba que Derek pensara igual. Si iban a verse las caras por tiempo indefinido, ambos tenían que poner de su parte y dejar esa rencilla infantil de lado. Mientras tanto, no había nada mejor que hacer que poner manos a la obra. Un proyecto le esperaba.

—Espero estés contenta, Anaira —dijo Derek al llegar a su escritorio, mirándola como si hubiese hecho algo imperdonable—, pero ni creas que por esto puedes hacer lo que te venga en gana, sigo siendo tu jefe y por ende debes obedecerme. Conoces el concepto de la palabra, ¿no? Ponla en práctica a partir de ahora, y no quiero visitas por hoy. De nadie.

Entró a su oficina dando un portazo, echando chispas por los ojos de la rabia e incluso, se lo podía imaginar con facilidad humeando por las orejas como una chimenea. Más que molestarle, le dio gracia verlo de esa manera tan ofuscada y berrinchudo.

—¡Ja! Cómo si alguien quisiese verte ahora —se burló.

Sin embargo, suspiró con pesar sabiendo que sus esperanzas momentáneas se habían esfumado. Derek no estaba dispuesto a dejar a un lado nada, por el contrario, podía estar segura que las cosas empeorarían.

Sin darle más importancia, continuó con su labor hasta llegada la hora del sagrado almuerzo, momento en el que decidió ignorar el ki maligno que salía por debajo de la puerta de su jefe como nube venenosa. Sus malas energías se sentían a kilómetros, o tal vez exageraba con ello, pero era su percepción del humor actual de Derek.

Llegando a la cafetería, el delicioso olor del bufet le hace agua la boca. Sin embargo, la larga fila le da golpes a su estómago. Primer problema del día, tenía mucho trabajo pendiente y ello solo la retrasaba.

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