Capítulo 2

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“Te voy a responder a la pregunta que tanto te mortificaba: mi amor, no eres solo “una cosa en mi vida”, porque mi vida ya no me pertenece. Ahora tú, siempre eres yo”

Jean-Paul Sartre

Cuando cumplí cinco años le pedí matrimonio a un chico.

Y no fue un chico cualquiera.

Era Cohen, mi mejor amigo.

Siempre estuvimos juntos.

Y ese momento no fue diferente.

Horas antes se había celebrado una boda y nos encontrábamos sentados a orillas del lago de la vieja casa de mi familia.

Recuerdo haber llevado un sedoso vestido blanco que apenas alcanzaba mis rodillas y unas zapatillas del mismo tono acompañadas de motivos de mariposas, mientras que él se encontraba vestido igual que el novio.

Un hermoso traje negro con una delicada pajarita roja.

Hay muchas cosas que se mantienen borrosas en mi mente.

El por qué le hice semejante propuesta es una de ellas.

Aunque sé exactamente como se lo pedí.

Era de noche, la luz de la luna se reflejaba en el agua cristalina y las hojas de los árboles se susurraban secretos entre ellas.

La temperatura había bajado considerablemente, tal vez porque el invierno estaba llegando o por mí, que no sabía cómo decirle a mi mejor amigo que también quería un felices para siempre a su lado.

—¿Quieres casarte conmigo? —pregunté mientras él observaba el firmamento—. Es decir, nosotros también nos amamos y no quiero que nos separemos nunca. He estado a tu lado cuando enfermabas y tú te has colado por mi ventana para abrazarme cuando tengo miedo. Siempre estoy feliz a tu lado y cuando me pongo triste me sacas una sonrisa. Creo que seríamos el matrimonio perfecto.

Durante unos segundos no respondió, temí que mi voz hubiera sido apenas un susurro audible, pero ese no fue el caso.

Justo en el momento que nuestras miradas se encontraron, lo supe.

Él me iba a preguntar lo mismo.

Teníamos esa especie de conexión en aquel entonces.

Éramos más miradas que palabras.

Su respuesta fue un sí rotundo y cuando le pregunté por qué aceptaba, puedo decir que una parte de mi fue entregada a él en esa noche de diciembre, frente al lugar donde compartimos tantos recuerdos y donde, de alguna forma, sellamos nuestro destino.

—Porque eres luz de luna y polvo de estrellas —respondió mientras sonreía—. Eres brillo, colores y magia.

Han pasado veinte años desde ese día.

Han pasado cinco meses desde la última vez que estuvimos juntos.

Han pasado dos horas desde que supe que me marcharía de casa.

Mientras crecía pensé que estaríamos juntos para siempre.

Sin embargo el tiempo cambió muchas cosas.

Me cambió a mí y a mi perspectiva de la vida.

Por eso me alejé de él.

Bajo el riesgo de dejar una parte de mí a su lado.

Una parte sin la que pensé un humano no podría sobrevivir, el corazón.

Pero he aprendido a vivir con ese vacío.

Ese es mi castigo por haber dañado a quien me regaló los mejores momentos de su vida.

El chico que se robó mi primer beso, mi primera vez y quien creí había sido mi primer amor.

Sé, que, en algún momento, volverá a ser feliz.

Aquella noche había sido solo un juego de niños.

Palabras que compartimos solo nosotros.

Un secreto que ahora permanece escondido en las profundidades del inmenso océano.

Le enseñé todo sobre corazones rotos.

Al chico que me reparó en tantas ocasiones que perdí la cuenta hace mucho, mucho tiempo.

Porque aunque para muchos soy una especie de superheroína, para él, no soy más que la villana de su historia.

Beloved Thorns Of Paris (#PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora