Capítulo 27

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De la última vez que despertó abrazado a alguien, habían pasado muchos años y sabía perfectamente con quien; con Breaden, y la diferencia era abismal.

Las pocas veces que despertó al lado de la chica, lo primero que sentía era la presencia de un extraño en su cama, lo que lo despertaba exaltado, y al notar que era Breaden, se tranquilizaba de inmediato. Pero eso lo tenía de muy malhumor el resto del día.

Sin embargo, esa mañana sintió el dulce aroma de Stiles, tan suave y cálido que lo hizo sonreír antes, siquiera, de abrir los ojos.

Por supuesto que Breaden no fue la última con quien tuvo sexo, puesto que hubo ocasiones donde tuvo casuales encuentros con alguna que otra chica con quien se topaba en algún sitio, con quien no se volvía a ver y, obviamente, se cuidaba.

Ahora que lo recordaba, ni siquiera pensó en que con Stiles debía cuidarse, pero al menos no lo embarazaría. Ese pensamiento le hizo gracia y no pudo evitar soltar una risita que provocó que Stiles se removiera levemente entre sus brazos. Al momento siguiente volvió a ponerse serio y dudó unos segundos.

¿Y si eso era exactamente lo que debía pasar? ¿Y si esa era la manera en que tendrían a sus hijos? ¿Podría ser capaz Stiles de llevar a sus hijos en la barriga?

No.

Era absurdo y ridículo de solo pensarlo. Stiles ni siquiera era sobrenatural, ni siquiera por arte de magia pasarían esas cosas. Pero lo habían hecho, y fue la experiencia más extraña, divertida y asombrosa que tuvo en la vida.

Cuando abrió los ojos, lo primero que pudo ver fue la cabeza del humano, su desparramado y castaño cabello emanaba el perfume del odioso shampoo del hotel, pero que viniendo de él resultaba el aroma más delicioso que podía preferir. Bajó la mirada hasta su nuca, hasta donde alcanzaba a ver, y sonrió débilmente al encontrar los primeros tres lunares, agarró la sábana y lo bajó un poco más para poder ver su espalda, sintiendo un hormigueo en su pecho cuando encontró otra decena más, su piel pálida estaba salpicada como si fuera el lienzo del más torpe de los pintores, aterciopelada y suave.

—Deja de mirarme, acosador —gruñó Stiles con la voz ronca, sin siquiera moverse un milímetro.

Derek pasó la mano por su costado y se pegó a él, dejándole un beso detrás de la oreja.

—¿Hace cuánto estás despierto? —le susurró al oído, obsequiando otro besito.

—Desde que te reíste, quién sabe de qué —respondió Stiles, mirándole de soslayo.

Teniendo la mejilla del detective a su alcance, le depositó un ruidoso beso, sintiendo que se estremecía entre sus brazos y se encogía porque, seguramente, le provocaba cosquillas.

—Voltéate y bésame —le pidió en voz baja, rozándole a drede con la barba.

—No —musitó con un hilo de voz, retorciéndose en la sabana para liberarse de Derek, tratando de alejarse—. Debo lavarme los dientes. Después te besaré todo lo que quieras.

—Quiero ahora.

—Bien —refunfuñó Stiles y se giró hacia Derek, teniéndole cara a cara. Le miró unos instantes a los ojos, después los labios y de nuevo los ojos, cerrando la distancia con un beso.

Para Stiles fue un beso demasiado revelador. Tenía miles de cosas en su cabeza y entre ellas estaba la gran cuestión de que si estuvo bien o mal lo que había pasado con Derek. Pues sentir sus labios fue la respuesta más obvia. Besarlo y refugiarse en sus brazos era todo lo que estaba bien en el universo.

Posó la mano en la mejilla del lobo y le permitió el paso de su lengua a su boca, sintiendo cómo un escalofrío le recorría la espalda y se resistía a soltar un sonido de gozo. Le correspondió con ansias. No obstante, se dio cuenta de que seguían desnudos y debían evitar pasar a mayores.

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