Capítulo 11

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—No todo lo que haces porque otros acostumbran a hacerlo, quiere decir que estás perpetuando estereotipos, Stiles. A veces solo se llama tradición.

—Eso lo dices porque tienes hambre, Derek. Y ni siquiera preciso super oídos de perro para escuchar tu estómago. Gruñe, incluso, más que tú —le dijo aquel humano después de haber parado frente a una cafetería.

Al oficial Hale le hacía falta una buena dosis de cafeína después de llevar a los niños a su primer día de clases y de hablar con la directora, quien, ciertamente, había mencionado que una amenaza se acercaba inminentemente, y que el idiota de Scott prefirió no decirlo para no inquietarlos.

—Solo cierra la boca y ve a comprar café y donas —bufó Derek, mostrándole la cejas fruncidas y la mandíbula apretada.

—Te estás aprovechando de la falta de nuestros uniformes —repuso el otro hombre, negándose a abrir la puerta del auto y salir de una vez por todas.

La sonrisa de satisfacción de Derek fue muy evidente.

—Tú te aprovechas de mí con el uniforme puesto. Me gritas y me ordenas a tu antojo porque tienes corbata, saco y tu placa. Ahora me toca, porque estás en mi auto, y aquí solo mando yo.

—¡Uy, sí! —canturreó Stiles, moviendo las manos graciosamente, pero un gruñido lobuno le hizo dar un bote en su lugar, con los ojos azules de Derek y sus colmillos monstruosos a la vista—. ¿Con crema o sin? —refunfuñó.

—Rápido. O te dejo y sigues a pie —ordenó sin siquiera mirarlo.

A sabiendas de cómo exactamente le gustaba el café a Derek, se bajó del auto y entró a la cafetería con cautelosa rapidez. Era algo pequeña pero cómoda, decorada con variados tamaños de cuadros, con fotos de grandes ciudades del mundo. Las paredes tenían un ligero tono naranja pastel, casi salmón, y las mesas y sillas lucían un agradable marrón claro que iban perfectas con sus manteles durazno. En el mostrador se podía apreciar los pastelillos, los bombones y otros postres. Detrás del empleado estaba el menú y la puerta que llevaba a la cocina.

Stiles fue hasta la caja donde había un par de personas que estaban esperando sus pedidos y esperó a ser atendido.

—¿Lo mismo de siempre, detective? —le preguntó con amabilidad el dependiente afroamericano que estaba detrás del mostrador.

—Para dos, por favor —respondió Stiles y miró hacia el auto del hombre lobo, que estaba con el ceño fruncido agarrado al volante.

Era un malhumorado insoportable pero le agradaba verlo así. Ese era el Derek de siempre, el mismo Derek que ahora se comportaba como un buen padre.

Ahora que caía en cuenta, ese hombre era muy atractivo. No es que no lo haya pensado antes ya que era innegablemente evidente lo guapo que se veía todo el tiempo. De hecho, todo lo que hacía tenía que ser sexy y dramático, porque definitivamente prestó atención a todas las entradas dramáticas que hacía en todas sus peleas, como hombre lobo o como oficial de la policía.

Stiles siempre trató de torturarlo y fastidiarlo para que dejara de ser condenadamente atractivo, por lo menos, durante unos segundos.

Al final, teniendo en cuenta que debían estar juntos por una causa de vida o muerte, no estaría del todo mal ser algo más que amigos.

Cuando Derek le devolvió la mirada a través del cristal y volvió en sí, quiso darse un golpe en la cara por las cosas que estaba pensando. Sintió que su rostro se calentaba de sobremanera y agachó la cabeza, muy avergonzado. Con todas sus fuerzas intentó controlar sus emociones.

—¡Detective, Stilinski! —exclamó el empleado. Provocó un sobresalto en el mayor—. Su café —desvió la vista hacia afuera y entendió que miraba al oficial Hale. Luego escudriñó al castaño y esbozó una sonrisa socarrona.

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