Capítulo 49

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Ni siquiera les dió tiempo de reaccionar a las ridículas sandeces que acababa de decir, porque cuatro personas más aparecieron entre los árboles, dos mujeres y dos hombres, como dijo Nathan.

Una muchacha rubia que vestía con ropa de cuero, repleta de arañazos, tenía una trenza desordenada, reía con malicia y sus ojos sobrenaturales eran azules, debía tener unos diecisiete o dieciocho años. La chica de facciones latinas no parecía tener más de catorce, su pelo lacio estaba enmarañado y sucio, pero la ropa que llevaba puesta no estaba tan arruinada, sus ojos de loba eran claramente azules y su gesto era rudo y ceñudo. Los otros dos muchachos eran rubios; uno natural y otro teñido, cosa que los hijos de Stiles y Derek podrían apostar con seguridad ya que los recordaban de natación, estudiantes que no solían juntarse con Eric, y que incluso llegaron a saludarlos amablemente en distintas ocasiones. Ambos muchachos estaban muy serios y tan sucios y desastrosos como el resto.

En lo único que coincidían los cuatro, era que estaban listos para atacar ante el primer mínimo movimiento que hicieran.

En lo que a Nathan respecta, el chico se vio obligado a dirigirse detrás del resto, puesto que moriría de algún modo u otro si se pasaba del lado bueno.

—Eric, por favor —habló Jordan, pero no uso ningún tono de súplica ni de amenaza, sino que buscó toda la paciencia que podía reunir y suspiró suavemente antes de decir cualquier cosa—. Ya hemos visto como termina esto. Rodrigo es peligroso. Rodrigo ni siquiera es el Rodrigo que dice ser.

El chico afroamericano entrecerró los ojos con un deje perspicaz durante unos segundos, luego sonrió arrogante y fanfarrón como siempre.

—Tengo una pregunta —levantó un dedo a modo enumerativo—. ¿Cómo soy en su tiempo?, ¿Sigo tan sexy como siempre?, es que no veo la hora de cumplir los treinta al fin.

A Eli le preocupaba enormemente la cara de loco que tenía el chico, y la sonrisa macabra que esbozaba. Parecía demasiado impredecible. Tenía terror de que de pronto los saltase a la yugular.

—No lo sé —respondió él—, pero habría sido un gusto conocerte.

—Que dulce —Eric puso una cara de ternura mal fingida pero enserió en el acto—. No seas condescendiente conmigo, rarito.

—¡Oye, imbécil! —bramó Jonathan, quien adivinó que Jordan reaccionaría igual—. No te metas con mi hermano. Solo está siendo amable contigo.

—Será mejor que no te metas conmigo —devolvió Eric apuntando con el dedo.

—No existes —terció por sorpresa Jordan, desviando la vista un momento para ver a Kevin y hacerle un casi imperceptible asentimiento—. Nadie sabe de ti en nuestra época. Nadie te conoce.

—Rigo ha devastado Beacon Hills, tanto que ni siquiera podríamos encontrar tu lápida en el cementerio —coincidió Kev, habiéndose puesto de acuerdo con Jordan para mentirle.

Siendo hombre lobo recién convertido no se daría cuenta.

O sí.

—¿Creyeron que no sabría diferenciar sus pulsos honestos con los falsos? —rió entre dientes—. Hasta puedo oler que me están mintiendo —chasqueó la lengua antes de caminar hasta un árbol donde recostó la espalda con ademán despreocupado—. Todo suyos, lobos.

Esa fue la señal que la manada de lobos  neófitos necesitó, porque apenas terminó de decir la frase y los cuatro corrieron en dirección a Jordan y los demás.

Lester, el chico de cabello rubio claro y natural fue el que dió el primer golpe. Fue mucho más rápido que los demás y el que corrió directo hacia Jordan, lanzándose por el aire como una bestia, con las garras yendo directamente a su cuello.

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