Capítulo 9

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Alec, el último en unirse a la manada de Scott después de que éste lo salvara de la cacería de Monroe, recorría el bosque al menos una vez al mes desde hacía ya seis años, especialmente las noches de luna llena. Con ello se aseguraba de que las criaturas sobrenaturales se mantuvieran al margen del peligro por el bien del pueblo y de ellos mismos.

En inesperadas ocasiones, hombres lobo recientemente mordidos, aparecían en medio de la noche, algunos morían a causa de la mordida, algunos tenían una feroz sed de sangre y mucha violencia, y otros recurrían a lastimarse a sí mismos. La mayoría terminaba en el refugio de Scott, el único hombre lobo alfa en Beacon Hills.

—Si el doctor McCall es el único alfa de por aquí, ¿de dónde salen los hombres lobo recién mordidos? —preguntó Kev, un lobo nacido de diecisiete años de edad.

—Son atraídos de otros pueblos al Nemeton —le respondió Alec con tranquilidad. Iban caminando en medio de la noche, haciendo la acostumbrada guardia.

—¿Quién es ese? —quiso saber el adolescente, sus ojos azules se apreciaban fácilmente con el fuerte resplandor de la luna llena.

—"Qué es eso." —corrigió— Es un árbol, un antiguo santuario druida que sirve como faro para las criaturas sobrenaturales. Hay otros seis en el resto del mundo.

—A mi no me atrajo —comentó Kev con inocencia.

—Porque tú has nacido aquí, amiguito —devolvió Alec, dándole una palmada en la espalda.

—¿Y dónde está esa cosa?

—No lo sé exactamente, pero...

—¿Pero ya lo has visto? —interrumpió antes de dejarlo terminar.

Alec esbozó una sonrisa de suficiencia.

—Sí lo vi. Scott me enseñó a encontrarlo. Tengo que desearlo con todas mis fuerzas y mirar más allá de la realidad.

—¡Enséñame! —exclamó el hombre lobo, entusiasmado.

—De acuerdo, pero no le digas a Scott —le tomó los hombros—. Respira conmigo —musitó y comenzó a hacer ejercicios suaves de respiración, siendo imitado por el adolescente. Después cerró los ojos con lentitud durante un largo rato, y poco a poco los sonidos fueron desapareciendo. La fría temperatura se volvió más cálida y volvió a abrir los ojos de sopetón, que ahora estaban amarillos y brillantes, igual que los de Kev.

Por inercia sendos hombres lobo giraron la cabeza y entre la penumbra pudo verse un enorme árbol cortado casi de raíz. Daba la sensación de que estuvo allí todo ese rato, como si jamás se hubiera movido, como si hubo pasado por allí siempre.

—¿Eso es todo? —preguntó Kev con curiosidad.

—En realidad, no —musitó Alec, mostrando confusión—. Fue demasiado fácil.

Echaron a andar con cuidado en dirección al árbol. El hombre lobo de veintiún años mantuvo la calma, pero tenía un extraño presentimiento. Como si algo fuese a ocurrir, y antes de poder emitir una palabra, el anillo de nacimiento del nemeton resplandeció, y luego el siguiente. Después hubieron varios destellos que sobresaltó al mayor.

—¡No hicimos nada malo! —farfulló Kev, asustado.

El suelo comenzó a vibrar al tiempo que la luz iba en aumento.

—¡Vamos! —vociferó Alec, tomando al otro de la ropa y corriendo hacia atrás, sin perder de vista al tronco, mientras que el temblor se hacía más fuerte.

Lo suficientemente alejado del extraño resplandor, Kev y Alec se escondieron detrás de un árbol.

Entonces se percataron de un agujero oscuro apareciendo en el centro del nemeton, y una mano salió de ella, una mano con feroces garras. Esta se agarró del borde y con la otra se ayudó a salir.

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