Capítulo 50

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Conforme más se acercaban a Beacon Hills, más incómodos e intensos los sentidos de Stiles se volvían y a ellos se les podrían atribuir varios factores; empezando por el hecho de que llegaron de noche y faltaban pocos días para la luna llena, o tal vez porque el faro sobrenatural que tenían en el pueblo le comenzó a llamar poderosamente, o quizás porque, apenas aterrizó el avión en California, le llovió mensajes y llamadas perdidas a él y Derek departe de casi toda la familia, amigos y aliados que dejaron esperando.

Tenían entre los dos un total de veinte llamadas perdidas de Jon, quince de Eli, trece del sheriff, siete de Parrish, cinco de Natalie, dos de Peter y uno de Scott. La mayoría de los mensajes eran del alguacil y Scott, donde pedían que se comunicaran lo más pronto posible apenas tuvieran señal. El mensaje de Peter solo decía que no se sorprendía de que esos niños tuvieran de padres a Stiles Stilinski y a Derek Hale, porque veía que estaban en serios problemas.

Por si fuera poco, ninguno logró conseguir señal en los treinta y cinco minutos que llevaban viajando de California al condado Beacon. Derek ya no sabía qué hacer más que solo calmar a Stiles tomando su mano y susurrarle al oído el mantra budista que aprendió de Satomi.

"¿Qué tres cosas no pueden ocultarse por mucho tiempo?"

Desafortunadamente "El sol, la luna y la verdad" no servía del todo para Stiles ya que su instinto de alfa era demasiado nuevo y muy inestable, pues a sabiendas de que sus hijos podrían estar en peligro, no había consuelo que ayudase a calmarlo.

Que Jordan se haya comportado tan extraño antes de colgar aquella llamada encendió todas las alarmas, y el viaje había sido un completo castigo de la preocupación.

Confirmarlo al llegar fue mucho peor.

El taxista frenó con brusquedad frente a la casa y ni siquiera esperó a que le pagaran. Simplemente aguardó que el cuarteto de extraños sujetos terminara de bajar y siguió su viaje apretando el acelerador y dejando una nube de humo negro en su camino, olor a llantas quemadas en el aire y se alejó despavorido para nunca más volver.

Sabe Dios lo que aquel pobre chofer debió presenciar en el interior del auto, pero aquello no era ni remotamente del interés de los preocupados padres.

No tardó Derek en confirmar al entrar a la casa que sus hijos no estaban. Ni Scott, ni el Sheriff. Además de que faltaban los vehículos.

Emma y Dante llevaron a trompicones a Stiles hasta el sofá, mientras éste hacía enorme esfuerzo de no hacerles ningún daño, porque la verdad era que estaba muy enojado y ni siquiera sabía por qué. A lo mejor su simple instinto humano de padre se intensificaba con su nueva parte de lobo.

—¿Stiles? —preguntó enérgica y presurosa la voz de la madre de Lydia después de escucharse que dejaba descuidadamente la tacita de té sobre el platito antes de salir de la cocina—. ¡Derek!

El moreno se vio sorprendido por el repentino y fuerte abrazo de la mujer, tan fugaz que ni siquiera tuvo tiempo de responder, pero tampoco estaba interesado en hacerlo ya que el semblante de Natalie era realmente preocupante.

Estaba afligida y avergonzada. Hizo el intento de saludar también a Stiles pero al ver cómo se encontraba el muchacho prefirió no hacerlo. A aquellos otros dos extraños solo pudo ignorarlos porque no sabía ni por dónde empezar. No hacía más que mirar a Stiles y Derek de cuando en cuando.

—¿Qué pasó, Natalie? —espetó Derek con el rostro pálido de la angustia—, ¿dónde están mis hijos?

—L-Lo siento tanto, Derek —titubeó unos momentos pero el sonido de una motocicleta y el frenazo de las ruedas del Camaro en el exterior le impidieron seguir.

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