Leah

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En el convento.

— ¿A dónde estamos yendo? ¿Por qué no estamos siguiendo a Williams? —preguntaba Lizzie a medida que ella y la hermana Ana caminaba por los largos pasillos del lugar. Si hubiera sido por ella, ya hubiera salido corriendo tras la pelinegra, pero la monja que la acompañaba iba a un ritmo muy tranquilo. Lizzie nunca había dejado que el regalo y la famosa caja azul salieran de sus brazos.

La hermana Ana la miró y le sonrió.

—Tranquila, hija —la calmó—. Estamos en eso, _____ ya debe haber llegado al lugar que te estoy llevando —aclaró.

— ¿Qué es exactamente este lugar? ¿Un convento o un hogar de niños? —preguntó la rubia, estaba desesperada por respuestas.

—Bueno, funcionan los dos perfectamente. Cuidar niños es una parte de la obra benéfica que hacemos desde el convento —explicó la hermana.

— ¿Cuidar? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Sólo están aquí por un tiempo? —la empresaria quería adentrarse en el tema.

—Pues la mayora tiene familia, aunque debido a que los padres no pueden encargarse permanentemente de ellos, nosotras los alojamos por un tiempo hasta que la situación cambie —explicó—. Mientras tanto, todos los fines de semana cada niño vuelve con su familia. Luego nosotras nos encargamos de su educación y cuidado entre semana, como una especie de escuela hogar —impresionó a Lizzie esto último—. Hay otros que aunque tienen familia, no la ven tan seguido y otros que son huérfanos y viven con nosotras —agregó—. Como es el caso de la mayoría de chicos que viste hoy y como fue el caso de _____ —ante esta información, Lizzie se detuvo en seco.

—Williams es... es. Quiero decir, ¿no tiene padres? —preguntó, sorprendida.

La hermana Ana miró a Lizzie con cautela y negó con su cabeza ante esta pregunta.

—Creo que es mejor que sigamos caminando —tomó el brazo de la rubia para darle un empujoncito.

Lizzie solo la miró y siguió caminando junto a ella, había entendido que la mujer no quería tocar ese tema, pero eso no impedía que pudiera averiguar otras cosas.

—Entonces... ¿_____ estuvo acá? —volvía el interrogatorio.

La mujer, sin dejar su sonrisa, asintió.

—Desde los catorce años más o menos —comentó—. Se escapó varias veces —recordó—, pero al final siempre volvía, y mi hermana y yo la pudimos convencer de que se quedara —dijo.

— ¿Su hermana es monja también? —no tenía nada que ver con el interrogatorio inicial, pero quería sacarse la duda.

Sorprendentemente, la hermana Ana largó una carcajada.

—Perdona, es que... Jane no es monja... para nada —explicó a medida que se iban acercando a una puerta de madera—. ¿Por qué no entramos mejor? —le señaló la entrada.

La monja abrió la puerta y dejó pasar a Lizzie. La rubia no avanzó mucho, se quedó mirando la enorme habitación que tenía enfrente y que estaba llena de camas individuales que estaban una al lado de la otra; estaban separadas por un pequeño espacio.

Cuando su vista llegó al fondo de la habitación, Lizzie pudo ver a la pelinegra sentada en la última cama mientras acariciaba la espalda de algún chico que estaba metido entre la ropa de cama, Lizzie no pudo distinguir si era niño o niña. Alrededor de _____ y el pequeño cuerpito había otra monja y una enfermera.

—Leah—la hermana le daba una mano a Lizzie para que entendiera.

— ¿Qué? —aunque la rubia estaba más perdida que nunca.

No soy para ti - Elizabeth Olsen y tu (G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora