Capítulo 7 - Arbustos De Nieve

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"Aveces ay que esperar lo inesperado."

El cielo estaba muy oscuro a pesar de ser recién las dos de la tarde. Éramos incapaces de ver por donde íbamos a causa de la nieve y la neblina, ni siquiera distinguimos lo que estaba en la redonda. El sonido como tal también estaba bastante limitado; casi no nos podíamos escuchar a nosotros mismos.

Solo se captaba las grandes ráfagas del viento azotando nuestros oídos. Dejándonos así sin dos sentidos primordiales para poder caminar.

Seguir de esa forma era un suicidio.

Por lo cual tuvimos que crear con nuestras manos una esfera de energía brillante para ver mejor el camino. El viento seguía siendo un problema pero mientras podamos ver resultaba algo irrelevante.

Caminamos casi una hora.

La sensación pesada de cada pisada sigue grabada en mí memoria. Los músculos estaban tensos y a muchos les empezó a doler la planta de los pies, pero luego de un largo rato logramos ver luces al horizonte.

La emoción nos impulso a acelerar el paso.

Cuando nos acercamos lo suficiente, no tardamos en suspirar de alivio y hasta chillar de alegría.

Era la estación de tren que estábamos buscando.

Sin contener su emoción, uno de mis compañeros grito lo que era obvio a la vista.

─ ¡Esa es la estación!

****

Luego de evitar que Felipe lance un comentario sarcástico hacia Elías, nos movimos hacia la base de la estación mientras agradecíamos a dios todopoderoso por no haber permitió que nada malo nos pase durante el viaje.

Al ingresar en su interior, la calidez de la estación era palpable. Con luces que daban un buen detalle a las decoraciones.

Dejamos la carreta en la entrada y buscamos el puesto del correo para este cielo. Pedimos lo que nos encargaron; medicamentos para enfermedades que no podemos curar, libros de historia e investigaciones, ropas y alimentos para este mes. Ya que la institución debía de alimentar muchas bocas durante este terrible invierno.

─ Creo que no falta nada. ─ Soltó Felipe luego de confirmar lo que llevábamos en la carretilla.

En esos momentos nos dimos cuenta que lo fácil fue cargar todos los insumos, ya que al momento de tratar de moverla fue completamente imposible.

Era demasiado pesada.

No podíamos dejar nada atrás, así que todos empezaron a ayudar empujando. Los más fuertes presionaban desde atrás mientras los más débiles tiraban de la carreta.

El tiempo pasaba muy lento.

Me sumergí en mis pensamientos y no se como, o en qué momento exactamente sucedió. Pero escuché el llanto de un bebé.

Pare en seco dejando de empujar la carreta, mis compañeros me miraron desconcertados y dejaron de empujar ellos también.

A mí lado, la voz nerviosa de mí amigo resonó y se volvió uno con los llantos.

─ ¿Qué pasa Juan? ─ Felipe Palmeó mí hombro para llamar mí atención.

Solté a lo bajo balbuceos, no sabía si el llanto era una ilusión de las ráfagas de viento que se filtraban en la estación. Tampoco es como si fuera algo que pudiera simplemente ignorar.

Agudice mis sentidos, los sollozos no eran claros, pero logré percibir su lugar de origen a través de la neblina.

─ Creo... Creo que escuché un bebé. ─ Los ojos púrpuras del pelirrojo se abrieron como platos. Ignore su gesto exagerado para señalar con la barbilla.

Traición celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora