El brillo de tu mirada

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El brillo de tu mirada




Severus lo logró. Quizás por la astucia de su abogado, quizá porque el Ministerio no deseaba arriesgarse a un escándalo que pondría en evidencia el grave error cometido contra el Profesor, pero permitieron que Harry quedara bajo su cuidado en Hogwarts.


Minerva McGonagall, la nueva directora, dio su consentimiento sin ninguna reserva, ni siquiera porque Snape decidió renunciar para dedicar su tiempo completo al cuidado de Harry. Ya no daba clases, tan solo realizaba pociones para el colegio, y el resto las vendía. Además, contaba con los ahorros de toda su vida.


Una noche, Ron y Hermione se presentaron en una de sus acostumbradas visitas, pero en esa ocasión no lucían como siempre, parecían nerviosos y tristes.


Snape no era mucho de platicar con ellos, generalmente los dejaba a solas con Harry hasta que se iban, pero en esa ocasión algo le dijo que ellos querían hablarle directamente a él.


— Bien ¿qué pasa? —cuestionó rindiéndose a las miradas preocupadas de los jóvenes.

— Mamá tuvo un accidente. —dijo Hermione angustiada—. Estaba de paseo con papá y va a tener que guardar reposo, ellos prefieren quedarse en Francia pero necesitan ayuda, iré con ellos por unos meses.

— Me parece bien, y espero que su madre se recupere pronto, Señorita Granger.

— Se lo agradezco.


Pero eso no era todo, Severus lo sabía pues Ron ahora había ido a sentarse junto a la cama de Harry, casi podía decir que estaba molesto por algo.


— Supongo que esa cara larga quiere decir que irá con ella, Weasley.

— Hermione no me necesita, es la Academia de Aurores.

— ¿Qué sucede?

— Me encomendaron una misión en Egipto, no pude rehusarme, necesitan que mi hermano colabore conmigo.


Severus entendió que para ellos era difícil tener que alejarse al mismo tiempo de su mejor amigo así que intentó desligarles de los remordimientos.


— No deben preocuparse por esto. —afirmó usando su varita para convocar té para todos—. Yo cuidaré de Harry y les haré saber si hay algún cambio.


Ni Ron ni Hermione lucían contentos con la perspectiva, pero no tenían otro camino. Además, Harry seguía igual, sin ninguna señal de vida.


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Severus continuó con la misma rutina de siempre. Todo el día cuidando de Harry, y la noche elaborando todas las pociones posibles. Había acondicionado su laboratorio para que colindara con la recámara, así tenía a Harry a la vista, pero nunca hubo nada que lo hiciera abandonar su labor.


Cada día le resultaba más difícil aquella vida, le frustraba no obtener respuesta. Llamaba a Harry, le regañaba, le suplicaba, pero nunca mostró ningún indicio que demostrara que los medimagos se equivocaban.


— ¿Es el fin, Harry, realmente es el fin? —preguntó recostándose a su lado, abrazándolo con ternura—. Yo estaba resignado a morir pero tú interviniste para evitarlo ¿pero para qué, Harry? No quiero esta vida, y creo que tú tampoco la querrías... creo que ha llegado el momento de resignarme a que todo terminó.


Severus ocultó su rostro en el cuello de Harry, podía sentir su pulso, su aroma de siempre, pero ya no tenía esperanza de volver a escuchar su voz, ni su risa, no volvería a disfrutar del brillo de su mirada ni el roce de sus manos como aquella noche.


Lloró, lloró todo lo que no había llorado en cuatro meses, estaba decidido. Tenía una poción que terminaría con todo, lo haría por la mañana, ya no tenía duda.


Y esa noche pudo dormir tranquilo, con Harry en sus brazos, porque sabía que era la última noche de sus vidas.


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A Severus le despertó un suave golpeteo en su mano, eso lo intrigó, continuaba rodeando la cintura de Harry y parecía como si los intestinos de éste se removían con fuerza, pero eso era imposible, hacía tiempo que su alimentación no se realizaba por vía oral. Lentamente quitó las mantas y el alma se le fue a los pies.


De un salto salió de la cama mirando alarmado hacia la cama. Harry continuaba en su sueño permanente pero algo sí había cambiado en él.


— No puede ser. —tartamudeó Severus, asombrado a más no poder—. ¿Porqué no me había dado cuenta antes?... ¿cómo sucedió?


Bueno, no es que Severus no tuviera idea de cómo sucedió, en realidad sabía muy bien cuándo pasó, fue aquella noche en Azkaban, previa a la que sería su ejecución. ¿Pero porqué no lo había notado? Él se encargaba de bañar a Harry, de asearlo, de vestirlo... sí, estaba seguro que ese abultamiento no estaba ahí antes.


Se dejó caer de rodillas sin saber qué sentir. ¿Porqué estaba sucediendo justo en esos momentos?


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Severus tuvo que olvidarse de su idea de darle fin a su existencia. Pero no pudo concentrarse en nada más. Miraba a Harry como si le asustara la idea incluso de acercársele. Pero al final del día, supo que no podía posponerlo más, fue a sentarse a su lado y casi con miedo acarició el vientre crecido de Harry. Nuevas lágrimas aparecieron, ahí estaba su hijo, sobreviviendo.


Pero también estaba asustado. ¿Estaría bien? ¿Estaría en el mismo estado que Harry? Quizá no debía siquiera ilusionarse, tal vez ni siquiera era un bebé normal... la idea le aterraba, sin embargo, su corazón le decía que no era así, que la vida que estaba creciendo lo hacía con toda la normalidad posible, después de todo, estaba pateando, tenía coordinación en sus movimientos.


Y venían más dudas ¿tenía que llamar a un medimago? ¿Y si creían que había estado abusando de la condición de Harry? Después de todo el embarazo parecía ser menor de lo que realmente era, y ni los medimagos que atendieron a Harry después del beso del Dementor hablaron nunca de un embarazo, ellos seguramente dirían que éste sucedió después... ¿Y si se lo quitaban? ¿Si le quitaban a Harry y a su bebé?


La idea casi le quitó el aliento. No, definitivamente tenía que hacer algo para evitarlo, no podía soportar la idea de que lo alejaran de Harry, y ahora de su bebé.


Tenía que hacer algo pronto, antes de que alguien más se diera cuenta de esta nueva condición de Harry Potter.


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Presuroso corrió en busca de su baúl, sólo llevaría lo estrictamente necesario y cuando estuvo todo listo, fue por Harry, le sostuvo en brazos antes de usar la red flu de la chimenea con rumbo a su casa de la calle de la Hilandera, pero eso solo era el primer paso, debía perderse, debía desaparecer del mundo por unos meses antes de dar el siguiente paso de su plan.


Recogió todos sus ahorros y envió una nota a Minerva.


"Harry está muy grave, creo que no lo logrará... quiero estar a solas con él"


Luego, se dirigió hacia Escocia, conocía una casa de los Snape que tenían abandonada desde hacía tiempo, nadie la había usado en años, y aunque estaba algo deteriorada sabía que ningún mago le buscaría ahí, por lo menos por unos días mientras conseguía lo que realmente estaba buscando.


— Aquí estaremos seguros. —le dijo a Harry colocándolo suavemente sobre la nueva cama—. Estamos muy lejos de toda la comunidad mágica, esta casa pertenecía a la familia muggle de mi padre, por eso no está registrada ante el Ministerio, podemos estar tranquilos.


Severus terminó de acomodar las mantas de Harry para que estuviera cómodo y tibio, pero aun así la habitación era muy fría, por eso fue a la chimenea. Le alegraba que no tuviera red flu, no había nada mágico en ese lugar apartado. Encendió el fuego logrando que el calor inundara rápidamente la habitación.


Puso un poco de té a calentar, pero cuando se giró para servirse la taza cayó de sus manos estrellándose en el suelo de piedra.


Harry estaba mirándole, sus verdes ojos ya no veían a la nada... le estaban mirando a él.



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El beso del dementorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora