Medidas desesperadas

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Medidas desesperadas



Antes de salir al atrio de Azkaban, Harry respiró limpiándose los últimos vestigios de lágrimas, no quería que nadie le viera así, ya era demasiado. Notó que Hermione esperaba sola y preocupada.


— ¿Y Ron?

— Recibimos una noticia, Harry. —le comunicó apesadumbrada—. Al parecer Draco Malfoy hizo una estupidez, Ron fue a San Mungo a verlo.

— No puedo creerlo. —suspiró cansado—. ¿Es que no fue suficiente ya con lo que hizo? ¿Sabes cómo está?

— Ron dijo que nos lo haría saber cuando supiera bien lo que pasó ¿cómo te fue con Snape?


Harry sólo negó con la cabeza, simplemente se sentía incapaz de decir nada más sin que el llanto volviera. Hermione comprendió y abrazándole fraternalmente le condujo hacia la salida.


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Ron nunca supo cómo es que logró ocultar su preocupación y entrar al cuarto de Draco con tanta tranquilidad, pero lo hizo, y siguió así a pesar de la tristeza que sintió al verlo sobre esa cama, con la expresión más deprimida que le había visto nunca. Vendajes en las muñecas y grandes ojeras en el rostro.


— ¡Ron! —exclamó al verlo, y sus grises ojos brillaron a través de la tristeza—. ¡Viniste!

— Sólo quería asegurarme que estabas bien, ha sido la cosa más estúpida de la que te creí capaz, y después de lo que ha pasado este día, ya es decir mucho.

— ¿Me has perdonado? Por favor dime que me has perdonado.

— ¿Por eso lo hiciste? ¿Para hacerme creer en tu inocencia y arrepentimiento?

— Lo hice porque no pensé en nada, sólo quería que acabara, me dolía mucho haberte perdido.

— Sólo dime algo ¿ayudarás a Snape? ¿dirás la verdad sobre las intenciones de tu padre?

— No puedo. —negó angustiado—. No me pidas que condene a mi padre, si digo algo va a perderlo todo.

— ¿Y no te importa que Snape termine recibiendo el beso del dementor?

— ¿Cómo puedes creer que no me importa? ¡Podría ponerme en su lugar si eso ayudara pero no me pidas que delate a mi padre, eso nunca!


Ron frunció la mirada y amenazadoramente se acercó al rubio, se inclinó hacia él, y con la mano le sujetó el mentón con rudeza.


— Podría obligarte y lo sabes, un poco de veritaserum y tú y tu padre terminarían en Azkaban ocupando el lugar de Snape.

— Padre jamás permitiría que lo hicieran.

— No le pediría permiso, haría falta solo unos testigos y la prensa para que todo su teatrito se cayera.

— Pues hazlo, si tienes el valor de destruirme estoy en tus manos, no voy a defenderme de ti.


Por un instante Ron dudó. Antes habría dado lo que fuera por destruir a Draco Malfoy, pero ahora, tan sólo de imaginarlo sufriendo de una celda en Azkaban creía morir de arrepentimiento. Nunca se lo perdonaría. Pero... ¿podría perdonarse sacrificar a Snape y a Harry?


Draco aprovechó el momento y unió sus labios a los de Ron, le besó con todo el amor que ahora sentía por él, ansiando hacerle recordar que el pelirrojo también le amaba, a pesar de todo, seguía amándolo.


Pero Ron se apartó de inmediato. Aquel beso, en lugar de rendirlo al amor de Draco, le regresó la cordura. Miró al rubio con enfado.


— Lo nuestro murió para siempre, tú te encargaste de eso, Draco.


Draco asintió sin esperanza, alargó su mano para permitir que Ron se la sujetara antes de usar su traslador. Ahora era su prisionero.


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Harry tuvo que parpadear varias veces al ver a Ron aparecer en el departamento con Draco Malfoy, aún con la ropa de hospital puesta. Si alguna vez creyó que las rencillas con el rubio habían terminado, ahora comprobó que no, que aquellas peleas escolares eran solo niñerías comparadas con lo que ansiaba hacerle en ese momento en que se consideraba usado por toda esa familia para dañar a Severus.


— ¿Para qué le has traído? —le reclamó a Ron mientras apretaba fuerte los puños que imaginaba estrellándolos en la aristocrática nariz del rubio.

— Tengo una idea, le daremos veritaserum en público, podemos llamar al Señor Lovegood y algunos reporteros del Profeta, todo mundo se enterará que miente.


Harry notó que la voz de su amigo era firme, pero lo conocía bien y cada palabra debió haberle costado demasiado. La furia fue desapareciendo lentamente.


— Es una buena idea. —secundó Hermione algo insegura.

— No, no lo es. —negó Harry dejándose caer en un mullido sillón—. Lucius no tardará en acusarnos de secuestro, desestimará la confesión de Draco bajo mil argumentos legales que le darían la razón.

— ¿Y entonces qué hacemos?

— Llévalo a su casa, Ron, gracias por intentarlo pero la verdad es que no quiero ni verlo.


Ron asintió, fue hacia Draco quien le miraba esperanzado, pero el pelirrojo no tenía ánimo de ser amable con él, simplemente le empujó hasta la puerta dejándole solo en el pasillo. Ron tuvo que sostenerse de la manija, no podía creer que había sido capaz de actuar así con Draco, estuvo tentado de ir corriendo tras de él, pero no. En lugar de eso, se disculpó apresurado de sus amigos y fue a encerrarse en su recámara.


— Ojalá pudiera decirle que lo perdone. —confesó Harry—. Pero no puedo.

— Creo que, a pesar de todo, Draco realmente lo ama.

— Sí, Ron no merece lo que está pasando, Draco debió pensar en él antes de actuar tan vilmente.

— Quizá sea cierto y no supiera lo que su padre planeaba.

— Eso no lo disculpa, Hermione, de lo contrario ahora no permitiría que Severus esté a punto de perder su alma. No recapacita ni siquiera viendo cómo está haciendo sufrir a Ron.

— En esto tienes razón. Pero volviendo al problema de Snape ¿qué vamos a hacer?

— Iré a verlo mañana, es mi última oportunidad.

— Harry, si él no quiere, podemos sacarlo por la fuerza.


Harry asintió, ya sólo quedaban dos noches antes de que un dementor se apoderara del alma de Severus Snape.


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Al anochecer Harry comprobó que no se equivocó. Azkaban ahora estaba rodeado por Dementores que vigilaban celosos cada entrada y salida. Hermione y Ron no pudieron acercarse mucho y se resignaron a esperar a Harry en un acantilado lejano.


Harry logró abrirse paso entre las oscuras criaturas para llegar hasta la prisión. Sus amigos Aurores le ayudaron distrayendo a algunos Dementores y anulando varios de los hechizos implementados por Lucius para evitar fugas.


De esa forma, Harry pudo llegar hasta la celda de Severus Snape quien respiró resignado al verlo aparecer nuevamente.


— No debería sorprenderme de su arrogancia, Potter.

— Voy a llevarte conmigo así tenga que dejarte inconsciente.

— No podrás. —negó casi triunfante—. Esta mañana tuve una visita, Lucius vino a advertirme.

— ¿Ese maldito se atrevió a venir? —gruñó yendo a sentarse a su lado en el catre—. Espero que no te dejes amenazar por él.

— No ha sido una amenaza, me maldijo, si abandono Azkaban antes de mi ejecución, se disparará un hechizo que me matará, no solo a mí, también a Ronald Weasley.

— ¡¿A Ron?! ¡¿Pero porqué a él?!

— Porque sabe que te importa, y porque sabe que fue por él que Draco haya terminado hiriéndose a sí mismo. Justamente ahora ni siquiera acepta salir de su habitación, algo que Lucius jamás perdonará a tu amigo, Potter. En lugar de estar conmigo deberías ir a cuidarlo, si algo le pasa a Draco, te aseguro que Ronald Weasley correrá con la misma suerte.


Harry ya no respondió, aquello era demasiado, pero no dudaba que Lucius fuera capaz de eso y más.


Le dolía por Ron, pero igual le dolía por Severus. Ya no se le ocurría qué más hacer, sus hombros abatidos demostraban su frustración, todo estaba perdido.


Aunque... aún podía ir y matar a Lucius, era una locura, quizá ahora el rubio estaría protegido por una docena de sus aliados y acercársele fuese imposible, pero estaba demasiado desesperado que no le importaría morir en el intento.


Su mente giraba abrumada.


Por eso, no supo qué sentir cuando Snape aprovechó su distracción para recostarlo en el catre y entonces besarlo.






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El beso del dementorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora