Terrible accidente

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Terrible accidente




Cuando Severus llegó al departamento de Ronald Weasley, gruñó frustrado al ver que ya era demasiado tarde y solamente estaba Draco en el lugar. El joven rubio se estremeció al verlo y retrocedió titubeante un par de pasos mientras intentaba ocultar el miedo ante la ira de su ex profesor.


— ¡¿Dónde está el bastardo de tu padre?! —le exigió acercándose amenazante—. ¡Tú debes saberlo, dímelo ahora!

— No lo sé... te lo juro. —respondió con sinceridad, aunque en su corazón reconocía que, aunque supiera el paradero de Lucius moriría antes de entregárselo a nadie.


Severus había ido ahí decidido a matar, apenas podía contener la ira irritándole la sangre en sus venas. No pudo contenerse, su varita temblaba en su mano y terminó por lanzar un hechizo que impactó a Draco contra la pared.


El rubio gimió de dolor, a lo lejos pudo ver la varita que Ron le compró cuando llegó a vivir con él, nunca pensó que la ocuparía y por eso estaba olvidada en una repisa. Su primer instinto fue ir por ella y defenderse, no quería morir aún y Severus parecía dispuesto a todo.


Sin embargo, el profesor fue más rápido y sosteniéndolo por su camisa volvió a empujarlo contra la pared sin conmoverle el ruido que hizo la cabeza de Draco al golpear la dura superficie.


— ¡Debería matarte, hacer que ese bastardo de tu padre sepa que su hijo murió en mis manos!

— ¿Crees que eso le importaría? —cuestionó con amargura.

— Oh por supuesto que le importaría, no por ti, sino por haber sido yo quien te arrebatara tu último aliento de vida. —aceptó encajando su varita en el cuello de Draco—. Y eso es lo más indignante en ti, aun sabiendo lo poco que significas para él le sigues protegiendo.

— Es mi...

— ¡No te atrevas a decir que lo haces por ser tu padre! —gruñó Severus volviendo a golpearlo una última vez antes de apartarse y liberarle—. ¡Por tu culpa estuve a punto de morir, por tu culpa Harry sufrió las consecuencias, él no lo merecía! ¡Harry no lo merecía!

— Es cierto, pero...

— ¡Pero nada! ¡Eres un maldito cobarde, Draco Malfoy!

— ¡Ya déjame en paz! —gritó Draco enfrentándosele por primera vez, y en sus ojos, ahora llorosos también había ira—. ¡Yo llegué a tiempo a delatar a mi padre, yo no tuve la culpa que esos tontos Aurores no sujetaran al dementor, no tuve la culpa de que Potter hiciera gala de su estúpida arrogancia de héroe y se interpusiera! ¡No tuve la culpa!


Eso fue suficiente para que Severus se olvidara de su varita y usó su puño para callar a Draco Malfoy.


En la cabaña, Ron vio la escena sin hacer ninguna mueca. Sólo él sabía el esfuerzo que tuvo que hacer para no ir a defender a Draco, no podía. Quizá por creer que el rubio merecía ese escarmiento, o porque Severus merecía el desahogo... Lo único que podía desear en ese momento era que el día terminara y poder volver a su departamento, curar a Draco y dormir abrazándolo toda la noche.


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Unos pocos días después, siguiendo su fiel costumbre después de salir de su trabajo, Hermione pasaba horas junto a Harry hablándole de las maravillas del mundo externo, esperando tentarle con las cosas nuevas que le esperaban afuera. El joven, aunque continuaba indiferente a abandonar esa casa, le escuchaba con paciencia.


— ¿De verdad no sientes curiosidad por salir de aquí? —preguntó Hermione a Harry por milésima vez, ahora aprovechando que Snape había salido a surtir la despensa.

— ¿Porqué habría de tenerla? —cuestionó Harry a su vez sin dejar de juguetear con Ángel y su muñeco de felpa—. Me gusta mi casa, tengo a Severus y a bebé, no necesito ir a ningún lado.

— Los padres de Ron te echan mucho de menos, ellos te quieren.

— Yo no los conozco, y no me interesa demasiado, sinceramente.

— Bueno, tampoco nos conocías a Ron y a mí, pero ahora nos quieres ¿verdad?


Harry sonrió, sí que los quería, y mucho.


— ¿Ellos tienen el cabello rojo como Ron?

— Toda la familia, el señor Arthur y Molly, y sus hijos Bill, Charlie, Fred, George, Percy, y Ginny.

— ¡Oh vaya, son muchos! —exclamó admirado—. Yo también quiero tener muchos bebés.

— Eso es bueno ¿pero no te gustaría estudiar también?

— ¿Estudiar? —repitió con un gesto de repugnancia—. Eso es aburrido, Severus me ha enseñado ya mucho, y fue muy complicado aprender a leer y escribir, no me parece divertido.

— Estudiar quizá no siempre sea divertido, pero sí lo es aprender. ¿Recuerdas que te dije que eras uno de los hechiceros más poderosos del mundo?

— Sí, pero no lo creo, ¡Severus sí que es poderoso, sabe hacer mucha magia! Él me prometió que me enseñaría poco a poco, el fin de semana pasado aprendí un par de hechizos y dijo que pronto me daría una varita, por ahora los hago con la suya o por mí mismo. Me gusta cuando la magia me sale sola, pero también me gustaría tener varita y si Sev dijo que me la daría pronto, sé que lo hará.

— No dudo que lo haga, pero fuera de esta cabaña hay muchos sitios divertidos y hermosos que me encantaría que conocieras.

— Ay, Hermione, es que a mí me gusta estar aquí, jugar todo el día con Ángel, y por la noche jugar con Severus.


Hermione se sonrojó al comprender lo que Harry quiso decir, y pensó que era un buen momento para cambiar de conversación, parecía que jamás le despertaría la curiosidad por conocer el mundo fuera de la cabaña.


— ¿Quieres que te prepare algo de comer mientras llega Snape?

— ¿Puedes hacer un emparedado de queso? —pidió relamiéndose los labios.

— Por supuesto, tú sigue jugando con Ángel, te hablaré cuando esté listo.


Hermione fue hacia la cocina para cumplir el antojo de Harry, desde ahí podía verlo reír al jugar con el conejo azul de felpa preferido de su hijo quien intentaba quitárselo. Parecían un par de niños más que padre e hijo.


Unos pocos minutos después, Harry saboreaba su emparedado junto a Hermione en la mesa del comedor. El joven de ojos verdes había dejado a Ángel en su corralito y éste parecía bastante descontento, alzaba los brazos como pidiendo algo con urgencia.


— Creo que quiere su muñeco, Harry. —dijo Hermione al ver que Harry se había llevado el conejito de felpa consigo.

— Pero yo lo gané.

— En una pelea bastante injusta, además es suyo, regrésaselo.

— Mejor traeré a bebé conmigo, así lo compartiremos mientras cenamos.


Hermione rodeó los ojos pero no dijo más, permitió que Harry dejara el conejito en la mesa mientras iba por el bebé a su corral.


De pronto lo notó, el muñeco de felpa empezó a temblar como si estuviera siendo atraído por alguna fuerza. Miró al bebé y sonrió, era su magia queriendo recuperar su juguete, casi estuvo a punto de reír pero justo en ese momento el conejo salió disparado de la mesa como si estuviera siendo jalado por un poderoso hilo invisible... pero no solamente el muñeco salió por los aires, sino un cuchillo que había usado para partir el emparedado y que estaba junto al juguete.


Intentó alargarse para atraparlo pero fue demasiado tarde. El alma se le fue a los pies en el momento en que vio que la filosa hoja alcanzó a Harry enterrándosele en la espalda.


El joven mago no pudo ni siquiera enterarse de lo que pasó. Al sentir el dolor cayó al piso golpeándose fuertemente la cabeza y quedando inconsciente en medio de un gran charco de sangre.


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En cuanto Severus fue notificado llegó presuroso hacia San Mungo. Fue directamente a la habitación donde Harry reposaba después de haber sido atendido. No sabía si era más grande su temor al saberlo herido que el hecho de que ahora estuviera en San Mungo, revelándose ante el mundo que aún vivía.


Se debatía entre el agradecimiento a Hermione por haberlo salvado o la ira que sentía por ella por llevarlo ahí sin su consentimiento.


Cuando entró, Harry aún dormía por los hechizos que le aplicaron para su mejor recuperación. Por fortuna el cuchillo no había provocado daño que no pudiera ser reparado fácilmente, sin embargo, aún estaban en la espera de verlo despertar para poder cantar victoria.


Severus ni siquiera se detuvo a hablar con Hermione quien se levantó de su asiento con Ángel en brazos.


— ¿Harry? —llamó a su pareja sentándose al borde de la cama, sosteniéndole una mano entre las suyas, pero Harry no respondió, inmerso aún en la inconsciencia.

— Los medimagos dicen que despertará pronto.

— ¿Porqué tenía que traerlo precisamente aquí? —le recriminó esforzándose por no levantar la voz.

— Es el hospital de magos ¡y Harry es un mago, un hechicero poderoso, aunque usted se niegue a hacérselo recordar!


La brusca respuesta de la castaña acabó con la paciencia de Snape. Se giró a mirarla con odio, y al verla con su hijo en brazos tuvo que contenerse para no maldecirla. Fue hacia ella arrebatándole a Ángel.


— Usted no tiene derecho a entrometerse en mis decisiones. —bramó enfurecido—. ¡Si me hubiera llamado a tiempo habría llevado a Harry con médicos que también hubieran podido ayudarle!

— ¡¿Y dejarle cicatrices tan atroces como las que tiene Ángel en su pecho?!

— ¡Harry tiene cicatrices, yo las tengo, y no me siento avergonzado de ellas! ¡Esa cicatriz en el pecho de Ángel demuestra su fuerza, y es sólo la huella del trabajo de médicos que salvaron su vida!

— Hice lo que tenía que hacer. —insistió Hermione convencida de haber actuado correctamente—. En este lugar salvaron la vida de Harry y eso es algo que no puede negar.


Severus regresó a la cama junto a Harry, respiró hondo esforzándose por relajar su ira.


— Es cierto, está vivo. —susurró angustiado—. Pero ahora se encuentra más vulnerable que nunca, lo comprobará muy pronto.


Hermione ya no respondió pero realmente no demoró mucho en comprender las palabras de Severus Snape. Al querer salir del hospital miró asombrada la gran multitud de gente y reporteros aglomerados en el atrio de San Mungo, todos haciendo caso omiso de los medimagos y enfermeras que suplicaban silencio y cordura.


La sangre se le fue a los pies ¡Era tanta gente! Nunca podría estar segura de si todos estaban ahí felices de recuperar a su héroe mágico... o si entre ellos habría algún mortífago resentido esperando su oportunidad, una oportunidad que ahora parecía muy factible si tomaba en cuenta la indefensión de Harry.




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El beso del dementorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora