Se despertó con un horrible dolor de estomago y unas ganas incontrolables de vomitar. Se levanto desesperada para ir al baño a devolver todo lo que tenía en el estómago. Su celular estaba sonando, pero no alcanzo a contestar. Una segunda llamada entro. Vio que era su padre. No quería que el se diera cuenta de se estado. Ella estaba en la universidad a dos horas de su casa. Él era médico general y siempre se preocupaba demasiado por su salud. Contesto.
—Hola papá—dijo tratando de que no se le notara el dolor que sentía.
— ¿Cómo estas hija? te llame dos veces y no respondiste.
—Lo que pasa es que—le dio una fuerte punzada en el estómago y se dobló del dolor—no te pude responder—dijo con un hilo de voz.
—¿Algo te pasa cierto? —pregunto un poco preocupado.
—No—otra punzada. No tendría de otra más que decirle que era lo que le pasaba—Papá me duele mucho el estómago, vomite.
—¿Desde cuándo estas así? —pregunto alarmado.
—Desde ayer, pero no me dolía tanto como hoy.
—¿Por qué no me llamaste para decírmelo? —la regaño—eres una irresponsable Mariana—en dos horas aproximadamente voy a estar allá y tú y yo hablaremos seriamente de esto—dijo enojado.
—Papá, aquí puedo ir al médico—dijo
—No, porqué te conozco y lo más probable es que necesites inyecciones y no te las vas a poner, por eso es que voy a ir yo, para inyectarte.
—Papá—dijo desanimada. Ya sabia que eso le diría y era la razón de no decirle—por favor—suplico.
—Eres mi hija, te amo y no voy a dejarte enferma.
Colgó la llamada. Mariana sentía mucho dolor. Se sentía muy cansada. El dolor disminuyo un poco y se quedo dormida. El sonido de su celular la despertó, era su padre.
—Hola papá—dijo somnolienta.
—Ya estoy afuera de tu departamento hija—su voz todavía sonaba que estaba enfadado.
Colgó la llamada para ir a abrirle. Cuando lo hizo tenia los ojos llorosos. Su temor más grande eran las inyecciones. Al verla le toco la frente.
—Al verte, se que estas muy mal—paso a la casa—vamos a tu cuarto.
—Papá, por favor, inyecciones no—suplico.
—Ya que te revise hablaremos de eso.
La reviso a conciencia, tenía una fuerte infección estomacal, por lo cual si era necesario inyectarla.
—Corazón—dijo dulcemente—tienes una infección muy fuerte, voy a tener que inyectarte.
—Papá, por favor—se le salieron las lágrimas—tú sabes que me dan miedo, desde niña.
—Lo sé, pero esto se hubiera evitado si ayer me hubieras llamado, la infección no se hubiera extendido tanto—trato de sonar amable—acuéstate, ya vengo.
El salió para preparar la inyección, pero Mariana no se lo pondría nada fácil, tenia miedo. Cuando su padre entro la encontró sentada en la cama con la cabeza agachada derramado unas cuantas lágrimas.
—Hija—le dijo. Ella se asustó al escucharlo—te pedí algo.
—Papá, te prometo que me voy a tomar todo lo que quieras y nunca más te lo vuelvo a ocultar, lo juro—tenía los ojos un poco hinchados.
—Cariño, esto no es un castigo y lo sabes—se agacho para que lo viera y darle tranquilidad—yo te prometo que esto va a ser rápido, no lo vas a sentir, lo único que quiero es que estes bien—a pesar de estar un poco enojado no quería hacer sufrir a su hija, pero también sabia que era lo que necesitaba—¿puedes confiar en mí?
Mariana sabia que no le ganaría a su padre. Él era muy precavido con las enfermedades y además era un excelente médico. No quería que la inyectaran, pero sabia que su padre no desistiría.
—Sabes que si confió—lo abrazo—esta bien, voy a dejar que me inyectes.
Se levanto de la cama para desabrochar su pantalón y se acostó. Se bajo la ropa interior del lado derecho, sus manos le temblaban.
—Voy a poner el algodón con alcohol—le informo su papá. Lo hizo. Ella por instinto se puso rígida—corazón no te pongas dura, si te inyecto así te va a doler.
—¿Duele? —pregunto alarmada.
—Ni un poco mi amor—sonrió por la reacción infantil de su hija—piquetito—dijo.
—Espera—grito desesperada—espera, no estoy lista.
—Mi amor, es más agonía para ti—dijo gentil.
Espero unos segundos y ya no le aviso, por lo que introdujo la aguja en su piel.
—Papá—dijo al sentir un poco de dolor por el piquete. Estaba llorando.
—No te muevas amor, ya voy a terminar—dijo dulcemente.
No sintió dolor al sentir entrar el líquido, por lo que se relajo un poco. Su padre termino de introducir el liquido y saco la aguja. Presiono su glúteo con el algodón y le subió la ropa interior.
—Listo mi amor, se terminó todo—le dijo.
Ella se levanto y le dio un gran abrazo a su padre. Él beso su cabeza. Sintió que aun era su pequeña niña y sonrió.
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Miedo a las Agujas E Inyecciones
CasualeNiños, adolescentes y adultos con miedo a las inyecciones y agujas