bisílabo

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Cada año que pasaba era un paso más hacia el infierno que algún día florecería entre tanto fuego. Algunos veían el progreso como algo monótono y poco cambiante, se habían acostumbrado a vivir sumisos bajo las ordenes de los generales y de las mismísimas figuras reales, mientras que otros deseaban que el mundo cambiara drásticamente para empezar de nuevo sin la necesidad de someterse a otro individuo.

¿En qué punto de la historia el cielo había caído? ¿No era bien sabido que el mundo estaba lleno de gozos donde todo ser vivo podía vivir de forma individualmente placentera sin aprovecharse de los demás? Se había perdido ese pensamiento tan liberal, pues seamos sinceros: ¿si no hubiera opción qué lado escogerías? ¿Vivirías sometido sin voz ni voto o querrías ser el gobernante?

Bien escrita quedó la afirmación sobre la ley del más fuerte, siempre habrá gobernador y sometidos. Al igual que siempre habrá puros y pecadores.

Como era bien sabido por la familia real, los meses previos a la ceremonia eran un auténtico caos debido a que todo debía quedar perfecto

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Como era bien sabido por la familia real, los meses previos a la ceremonia eran un auténtico caos debido a que todo debía quedar perfecto. La belleza lo era todo, incluso si solo era una falacia para ocultar un abismo lleno de imperfecciones que los hacían ver como lo que eran: humanos.

Por un lado, Lord y Lady Lee tenían el deber de anunciar a su pueblo la celebración anual que tendría lugar en el castillo, a excepción de esclavos, herejes y exiliados. También debían enviar a sus mensajeros para llamar a sus más preciados músicos, bardos y dramaturgos para que la última velada de la princesa Youngeun sin marido fuera lo más inolvidable posible.

Por otro lado, los únicos posibles herederos de la corona debían prepararse para el gran acontecimiento, sobre todo la joven princesa que debía mantenerse hermosa para su futuro prometido. No se le permitía salir del castillo si no era urgente, y mucho menos podía juntarse con su querido hermano porque creían que le inculcaría cualquier bobería. Bendita ignorancia, pues dichas ideas llevaban con ella una vida entera.

El príncipe Donghyuck odiaba con toda su alma ver a la persona que más apreciaba en tal situación, nunca entendería por qué las mujeres eran inferiores al hombre. Para comenzar, uno nunca podrá elegir su sexo, y no por ello existe el derecho a decidir por otro individuo.

Una mujer es sinónimo de belleza y sabiduría, pues son capaces de lograr cualquier objetivo que se propongan sin importar ningún rasgo físico o mental. No son objetos con los que se pueda comerciar y mucho menos se puede abusar de ellas. Son seres humanos llenos de vitalidad, sueños y emociones. Son la luz entre tanta oscuridad y no merecen vivir bajo el mando de un varón a quien le inculcaron ideas equivocadas.

Ésta era una de las muchas razones por las que Donghyuck decidió romper las leyes una vez más, detestaba que Youngeun viviera sometida por hombres que tan solo la veían como una forma de pago para obtener beneficios. Su hermana era igual que él, una humana que tendría la libertad que siempre había deseado. Por ello, cada noche la escoltaba a escondidas hasta el bosque más cercano del castillo a deambular libremente entre árboles y flores mientras olvidaban por unas horas quiénes eran. Vivían la paz que no estaban acostumbrados a sentir y se dejaban llevar por la brisa que les susurraba miles de canciones que solo ellos podían escuchar.

Las estrellas formaban constelaciones que les acompañaban hasta la salida del sol, atesorando historias que solo ellas sabrían a lo largo de la eternidad.

Compartían ideas, debatían, reían e incluso lloraban observando las hojas siendo llevadas por el viento mientras se mentalizaban sobre la cruel realidad que les tocaba experimentar en carne propia.

Y esa misma noche, con las frías palabras que Lord Lee se atrevió a decir en mente, los hermanos acudieron a dicho lugar. Era su lugar seguro y nunca permitirían que se lo arrebataran bajo ninguna circunstancia, aunque quizá Donghyuck tenía un motivo de más para considerar la llanura algo de vital importancia.

Era el lugar donde veía a Youngeun siendo libre, pronto sería obligada a casarse y no podría proteger a su hermana nunca más. No quería ese final para ella, no quería que le arrebataran su vida.

-Querida hermana, ¿os sentís bien esta noche o quizá algo está atormentando vuestra mente?-pronunció el príncipe mientras la observaba tomar una flor marchita. Ella siempre escogía las florecientes orquídeas porque le recordaban la fuerza y la fortaleza que escondía. También porque siempre amó estas flores.

-Oh, Donghyuck. ¿Vos creéis que deba abandonar el castillo?-una leve sonrisa triste se formó en la comisura de sus labios-Olvidad lo que acabo de decir, inclusive si no quisiera mi marcha ya está escrita en mi destino. ¿Vos qué pensáis?

-¿Cuál es mi opinión decís? Vos sabéis mejor que nadie qué pienso, mas no sirve de nada. Yo fui renegado y nada me hará reinar e impedir tu partida, por más que anhele destruir a nuestro padre. Asimismo, vuestra voz no será escuchada por nadie sin importar cuántas veces implores tus deseos. Si me preguntáis sin importar estas boberías que nos rigen, no deberíais iros de tu hogar. Crecisteis aquí, junto a vuestro enfermo hermano que quiere cambiar el mundo junto a vos. Pero, decidme querida hermana, ¿seguiréis luchando inclusive con vuestra inminente partida?

-Nunca dudéis de mis ideales, hermano. Puede que nos alejen el uno del otro, mas eso no significa que mi propósito haya sido cumplido. Prefiero la muerte antes que la sumisión de un arrogante varón. Vos podéis luchar públicamente, mi deber está en las sombras.

-Nunca dudé de vos, siempre seréis mi mayor orgullo. Y, aunque nuestros caminos estén destinados a ser separados, vos permaneceréis en mi corazón hasta el final de mis días. Tenedme presente cada vez que sintáis que no podéis más.

-Confiad en mí y en el destino, no es una despedida eterna. Volveré para derrocar a nuestro padre y cumplir nuestro más anhelados deseos, hermano. Asimismo, vivid como hicisteis hasta ahora. No dejéis que padre ni nadie os arrebate vuestros anhelos, sois el único que puede cambiar nuestra fortuna.

-Lo hago, esperaré por vos. Confiad también en mí, padre nunca me verá derrotado, y si lo hace será porque la muerte vino por mí mientras lidiaba una ardua batalla. Ahora decidme, ¿cómo pensáis que será vuestro prometido?

-¿Cómo osáis a preguntarme tal bobería?-Youngeun sonrió, esta vez de forma sincera-¿Acaso teméis que lo ame más que a vos?

-Sería un gran problema, ¿sabéis?-Donghyuck le devolvió la sonrisa, tomando una de las orquídeas que les rodeaban-Tomad, nunca olvidéis vuestra fortaleza. Y si vuestro prometido resulta ser un arrogante, recordadle que dentro de cada mujer reside un león capaz de dominar cada rincón de este cuerpo celeste.

Ambos hermanos observaron el universo que se había formado encima de sus cabezas, brillante y extenso. Las estrellas guiaban sus orbes entre miles de anécdotas porque, ¿cuántas personas como ellos les habrían confesado a los astros sus más profundos secretos? Les agradaba pensar que eran los guardianes de dichas historias y que, en algún lugar lejano, habría alguien guardando las suyas.

O quizá no era tan lejano.

Quizá tan solo debían cruzar las gigantes paredes que les encerraban en la colina y buscar a cierto bardo.

O quizá a su querido acompañante.

Quizá...

poemas escritos bajo la lluvia | markhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora