tetrasílabo

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Tras malgastar un poco de su tiempo con Lord Lee, el príncipe Donghyuck olvidó su posición y decidió sucumbir a la locura. Ciertamente no era la primera vez que abandonaba el castillo sin permiso y se escabullía entre los plebeyos que habitaban el pueblo para olvidar por unos miseros segundos de dónde provenía.

Tomó una capa, esa que mandó coser con telas azules y que perdió su brillo debido a los años, y se dirigió a la ventana más alejada de la corte. Ató en el circular hierro incrustado en la pared la cuerda tan firme que le permitía descender sin temer por su vida.

Una vez tocó el suelo firme, comenzó a caminar sigilosamente hasta la muralla más alejada del castillo donde se encontraba un agujero escondido por matorrales, árboles y centenares de hojas secas que pidieron nunca retirar. De hecho, era la misma salida que tomaba junto a su hermana para huir noche tras noche.

Fuera del castillo la tarea era simple: esquivar a los guardias reales. Era sencillo, tan solo debía acaparar su atención con un fuerte golpe en la dirección opuesta a la suya y correr hasta que sus piernas rogaran piedad. Así lo hacía mientras tentaba a la suerte con cada partida.

No contaba el tiempo cuando visitaba el pueblo siendo alguien totalmente diferente al príncipe, simplemente gozaba de las horas en las que nadie le juzgaba o le decía quién era.

Ese día la Diosa Fortuna le sonrió y le dio el placer de deleitar sus oídos con una de las voces más angelicales que habitaban el mundo; el bardo Na Jaemin estaba recitando miles de historias y versos que hacían volar la imaginación de todos aquellos que quisieran escuchar.

Na Jaemin era más mayor que Donghyuck en cuanto a edad, pero su semblante lucía más joven y fresco a pesar de su calidad de vida. Había viajado alrededor del mundo aprendiendo y adquiriendo conocimientos de todo tipo para poder transmitirlos a sus aprendices. Sin embargo, su capital no era suficiente para llevar una vida, dentro de lo posible, normal.

Era bien sabido que algo tan importante como el arte estaba considerado algo que debía desaparecer. Es irónicamente gracioso como pretendemos erradicar lo único que nos permite olvidar el dolor.

Pero no le importaba, su felicidad nacía cuando sus aprendices seguían sus pasos y guiaban a los próximos artistas para no dejar en el olvido todo lo que una vez les dio la vida que creían haber perdido.

Allí se encontraba, en medio de la pequeña plaza de arena fusionandose junto a su pequeña lira tallada con las manos del mejor carpintero. Cada nota se llevaba por delante a cada niño, mujer y hombre para trasportarlo a un mundo que el mismísimo Orfeo envidiaría; inclusive Donghyuck.

El joven príncipe quedó hipnotizado dejando atrás cualquier cosa que estuviera pasando a su alrededor. Se había olvidado del panadero que vendía su mercancía en la esquina, de la pequeña rata que buscaba comida para poder mantenerse con vida, del anciano observando perdido el horizonte e incluso de Youngeun y Lord Lee. Sólo existían Donghyuck y Jaemin en un universo donde la música era quién reinaba.

Se hallaba tan perdido que pasó por alto unos pequeños ojos que le observaban desde un callejón no muy alejado con cierta curiosidad. Qué lástima, el príncipe Lee Donghyuck perdió una oportunidad que rogaría por haber tomado.

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Observó cada movimiento del sujeto que le causó curiosidad, desde su sonrisa ladina que estaba un poco oculta por la capa que cubría sus cabellos, y por lo tanto, su identidad, hasta el leve movimiento de sus delgados dedos. No podía dejar de observarlo, había algo en él que le había cautivado y no dudaría en acercarse a él. Lo intentó, de verdad que lo hizo, pero su persona misteriosa desapareció tan rápido como llegó.

Algo se instaló en su pecho, una molestia indescriptible que le traía vagos recuerdos con la persona que una vez fue su padre. Sintió angustia, sabía que podía ser la primera y la última vez que vería al desconocido que anhelaba volver a ver. Si le preguntaban la razón sería incapaz de responder, diría que sentía curiosidad.

Más tarde entendería que no era mera curiosidad, era algo mucho más profundo y prohibido. Tanto que se vería obligado a crear el poema que los condenaría a un infierno en vida.

Una condena que aceptaría sin objeciones sabiendo que le esperaba el cielo al final del camino; literalmente. Sería capaz de arriesgar todo lo que poseía e inclusive lo que aún no había llegado con tal de conocer el significado de la palabra amar. Porque, ¿qué había más humano que amar?

Una vez que la multitud se disolvió, el aclamado Na Jaemin pudo recibir el descanso que merecía. Era agotador interpretar sus obras por tantas horas seguidas, pero era su deber si quería tener un pequeño lugar que llamar hogar y al que poder regresar al final del día.

Observó detenidamente al niño que ahora era su hijo, no de sangre, pero su hijo. Estaba en medio de una ensoñación pensando en Dios sabe qué.

-¿Minhyung? ¿Estáis aquí, conmigo, o vuestra alma fue llevada por el viento?

No hubo respuesta por parte del menor. Sus ojos seguían perdidos en algún punto de su imaginación, o quizá lo estaban en la persona que se había llevado un pedacito de su corazón.

-Minhyung querido, volved del sueño de Morfeo y regresad aquí a mi lado.-tomó ligeramente su brazo, sacudiéndolo sin malas intenciones-¿Minhyung?

-Disculpad, padre-suspiró, acto seguido observó el cielo que los cubría-¿Vos sabéis la identidad de tal individuo que desapareció entre las sombras?

-¿Os referís al portador de la capa que os recuerda al mar tan azul como el mismísimo cielo al anochecer?-Minhyung asintió-Mis disculpas, querido. Su identidad es desconocida hasta para éste humilde bardo. ¿Qué sucedió, joven dramaturgo?

-Oh, nada que vos no debáis saber padre. Tan solo pido que mis plegarias sean escuchadas por la Diosa Fortuna y nuestros caminos vuelvan a entrecruzarse. A vos, ese desconocido que perturba mi mente, juro por todas las palabras que son incapaces de describirte que nuestros caminos volverán a encontrarse.

A vos, joven príncipe que robó mi destrozado corazón para unir todas las piezas. Sois el causante de este prohibido romance que nos condenará a los dos, mas jamás dudaré en arriesgar hasta lo inimaginable para entrelazar vuestros delgados dedos junto a los míos; caminar libres hasta el fin de la eternidad.

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poemas escritos bajo la lluvia | markhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora