octosílabo

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El gran salón quedó en silencio cuando el príncipe Lee Donghyuck hizo acto de presencia junto a su dañada pierna derecha. La caída había sido mejor de lo que imaginaba y tan solo bastarían unos meses para su total recuperación, pero no era el dolor físico el que más le atormentaba. 

Anhelaba desaparecer del mundo y no tener que lidiar con tanto sufrimiento día tras día, luchando con demonios que se reproducían al caer la noche. Entre toda la catastrofe recordaba por qué quería vivir, por qué existía una pequeña luz emergente de lo más profundo de su alma. Unos días atrás hubiera jurado que solo permanecía por su hermana, pero bastó tan solo una pequeña charla en un abandonado balcón para que las mariposas que habían crecido en su interior comenzaran a revolotear descontroladas.

No estaba enamorado, se negaba a creer que había caído ante un dramaturgo que a penas había conocido ese mismo día en uno de sus lugares favoritos. Porque había sido una cruel pero hermosa coincidencia encontrarse allí.

Un leve sonido de pasos alejados le desconcentró, acaparando la atención que tenía puesta sobre su pobre hermana quien estaba a punto de conocer a su arrogante prometido. Minhyung había escuchado sus palabras y se encontraba allí, entre toda la multitud y cerca de Na Jaemin, el bardo del que todos hablaban. Éste tenía una expresión indescifrable, no era tristeza, sino más bien culpa. Un sentimiento que corrompía más que cualquier otro.

Lord Lee alzó los brazos en señal de silencio, el momento tan esperado había llegado finalmente.

—Sed bienvenidos, querida plebe, queridos hijos míos sin sangre mía. Sed bienvenidos también aquellos con el don de la música y la escritura, pues toda la esperanza reside dentro de vosotros.—comenzó mostrando una falsa sonrisa que cautivó a su público, mas no a sus hijos que estaban uno a cada lado. Por el contrario, la reina seguía yaciendo en uno de los tronos detrás de ellos con una severa preocupación aflorando en su rostro—Es el mayor honor posible teneros aquí, presentes, para atender a una ceremonia de un calibre tan extraordinario.

Donghyuck mantenía una postura seria mientras escuchaba las altaneras palabras que su padre estaba recitando para ganarse a la multitud en un abrir y cerrar de ojos. Sabía mejor que nadie su propósito, no podía echar a perder la imagen que el pueblo tenía de su rey.

De este modo, aceptarían cualquier decisión que tomase.

Deseaba poder cortarle la cabeza en ese instante y que callara la voz que tanto odiaba. Estaba harto de escuchar falacias sin sentido y ver como todos caían ante ellas uno por uno, sin excepción. Y todo era debido al maldito miedo.

Cada idea que tenía era más alocada que la anterior y no dudaría en ejecutar alguna, pero su pierna estaba en el peor de los estados y esa sería la peor decisión que pudiera tomar en su corta vida.

—Antes de proceder, escuchemos las palabras que la familia real ha decicido brindarles.—la voz de Lord Lee le sacó de su ensoñación para traerlo de vuelta. Éste le sonrió ladino, con la mayor soberbia que sus ojos pudieron expresar—Príncipe Donghyuck.

El príncipe le miró inexpresivamente para acto seguido asentir y dirigir su atención a la plebe que yacía de rodillas ante ellos.

—Sed bienvenidos y aceptad las palabras que yo, el príncipe Lee Donghyuck, anhelo que escuchéis.—no faltó tiempo para que las expresiones cambiaran completamente. Denotaban el rencor y el asco que le tenían a un individuo que tan solo había decidido creer en sus propios principios—Hoy, tras tanta espera que creí interminable, la mujer que comparte mi sangre dejará de pertenecer a este lugar y partirá a uno nuevo para la prosperidad. Mas me agradaría dedicarle unas palabras antes de su triste partida.—una leve sonrisa se instaló en sus suaves labios mientras miraba altanero a su padre. Era una pequeña venganza que se cobraría por el daño que le había causado los últimos meses.—Oh, querida hermana Youngeun...Vos sois la flor más bella que jamás vi, mas fuisteis encerrada en un jardín dentro del más oscuro valle junto a todas las demás. No hubo tiempo para dejarte florecer como debe ser hecho, se te impuso como una enfermedad que te acompañaría durante toda la estancia en este globo—pudo notar la mirada severa de Lord Lee en él, pero una vez más, lo ignoraría—¿Sabíais que la más pequeña planta es capaz de convertirse en el árbol más gigantesco? Vos sois ese árbol. Os preguntaréis por qué esta vil comparación, mas aquí va la explicación.

Donghyuck alzó los brazos hacia la plebe indicándoles silencio a pesar de estar sumidos en una nube llena de confusión. Lord Lee sencillamente lo observaba con cólera encerrada en su alma.

—Os obligaron a madurar como una fruta en su época del año; oh, crueles obligaciones. Dejasteis a la fémina que una vez fuisteis a merced de un varon que ahora controla dos vidas cuando jamás supo vivir una sola. ¿Cómo pudisteis? Sois ese gran árbol que debe crecer a su tiempo, sin trucos de magia que le hagan florecer en la época del año que no es suya. Mujer de armas tomar, iniciad una revolución que impida la preservación del menos cuerdo. Sois mi más preciado árbol en este jardín del desastre.—suspiró pesado y mostró una sonrisa tan sádica que atemorizó hasta a la mismísima princesa—Gracias, querido padre, por dejarme deleitar con tan sabias palabras.

Lord Lee lo observó inexpresivo, no había ni rastro de alguna emoción residente en él. Tan solo mantuvo su mirada fija en el príncipe que había destartalado una vez más sus planes.

—¿Padre?—musitó una voz femenina para no ser escuchada por nadie más que el rey. Éste reaccionó.

—No debéis hablar, Youngeun.—ésta asintió y dirigió su atención a sus manos entrelazadas entre sí—Tras estas palabras de dudosa fiabilidad dichas por una boca que debería ser sellada, es el momento de la unión. Guardias, acompañad al prometido hasta nuestra presencia.

Vaya, el fatídico encuentro estaba por comenzar.

El terror afloró en el bardo que había traicionado a su propio hijo por una maldita amenaza que ejercía presión sin importar por donde la viera

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El terror afloró en el bardo que había traicionado a su propio hijo por una maldita amenaza que ejercía presión sin importar por donde la viera. Prefería verlo en una vida que no deseaba antes que verlo sin vida en una caja de madera y enterrado bajo tierra, aunque significase aceptar el odio que emergería de Minhyung una vez conociese la cruda verdad a medias.

—¿Padre? ¿Qué está sucediendo?—preguntó tenso el joven dramaturgo mientras veía a los guardias acercarse a él.

—No os pediré vuestro perdón, tan solo no dejéis que el odio os ciegue y observad cada detalle para encontrar la verdad.—trató de abrazar al contrario, pero éste se quedó inmóvil tratando de comprender todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.

—Traidor, vil traidor...mas no puedo odiaros—susurró en el oído de Jaemin—Sois a quien llamé padre y no dudé de vos. Sin embargo, no podré perdonaros esta acción contra mí.

—No rogaré por ello, no existe odio y es suficiente para este bardo. Jamás olvidéis quién sois, acercaos al príncipe, pues él conoce todas las respuestas que necesitáis.

—No confiaré en nadie  más que mí mismo. Adiós, padre. Creed en mí tanto como yo lo hice en vos.

La respuesta de Jaemin no pudo ser escuchada cuando los guardias ya habían tomado a MinHyung por los brazos y lo habían llevado ante Lord Lee.

Éste lo miró sádico y tan solo bastaron tres miseras palabras para que el terror inundase cada rincón del menudo cuerpo del dramaturgo.

—Sed bienvenido, Minhyung.

poemas escritos bajo la lluvia | markhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora