Capítulo 20

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Aquello era una locura, y lo sabía. Lo último que quería era ver a Rush. Y, sin embargo, allí estaba, intentando encontrarlo, a pesar de que sospechaba que pretendía matarla. No, quería encontrarlo precisamente por eso. No quería morir, desde luego, pero quería que todo aquella acabara. Solo entonces podría llevar una vida normal.

Quería que esa vida transcurriera junto a Anakin, pero no se engañaba: sabía que su relación no era estable, y que tal vez el mal humor que tenía Anakin esos días era su fin. Nada de lo que hacía parecía complacerlo, salvo cuando estaban en la cama, pero quizás ello no fuera más que la consecuencia natural de su intenso apetito sexual.

La mañana que pensaba ir a su cabaña, estaba tan nerviosa que no siquiera pudo comer. Dio vueltas sin cesar de un lado a otro hasta que al fin vio que Anakin se montaba en su nave y se alejaba. No había querido que se enterara de que pensaba salir; le hacía demasiadas preguntas, y resultaba difícil ocultarle algo.

De todos modos, solo estaría fuera más de media hora, porque, cuando llegara el momento decisivo, no tendría valor para hacer de cebo. Lo único que pretendía era pasar delante de su cabaña; luego, volvería a la casa de Anakin.

Comenzó a cantar una canción en un esfuerzo por calmar sus nervios mientras conducía lentamente. Ni siquiera se había dado cuenta de que el calor se había transformado a un suave cálido y húmedo clima.

Aunque estaba atentamente viendo en ambos lados, buscando un caza escondido entre los árboles, no vio nada. La mañana era apacible y bochornosa. No había nadie en los alrededores del lago. Irritada, dio la vuelta para regresar a casa de Anakin.

De pronto, sintió una náusea y tuvo que parar el deslizador. Se inclinó hacia afuera, pero, aunque sentía arcadas, tenía el estómago vacío y no pudo vomitar. Cuando el espasmo pasó, se apoyó contra el volante, débil y sudorosa. Aquello estaba durando mucho para ser un virus.

Permaneció recostada sobre el volante largo rato, demasiado débil para conducir y demasiado mareada para preocuparse. Una ligera brisa entró por la puerta abierta, refrescándole la cara, que le ardía, y con la misma ligereza la verdad se abrió paso a través de su mente. Si aquello era un virus, era de los que duraban nueve meses.

Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra el reposacabezas del asiento, y una sonrisa afloró a sus pálidos labios. Estaba embarazada. Claro. Hasta sabía cuándo había ocurrido: la noche que Anakin regresó a casa desde Coruscant. Cuando se despertó, le estaba haciendo el amor, y ninguno de los dos pensó en tomar precauciones. Y, después, había estado tan nerviosa que ni siquiera se había percatado de que tenía una falta.

Un hijo o hija de Anakin crecía en sus entrañas desde haría casi cinco semanas. Deslizó la mano hasta su vientre y se sintió feliz, pese a su malestar físico. Sabía los problemas que aquello le acarrearía, pero por el momento era lejanos e insignificantes comparados con la alegría deslumbrante que sentía.

Se echó a reír pensando en sus mareos. Recordaba haber leído en alguna revista que las mujeres que sufrían náuseas matutinas tenían menos riesgo de abortar. Si era cierto, su bebé estaba más seguro. Seguía encontrándose mal, pero ahora se sentía feliz de que así fuera.

Un bebé -musitó, pensando en una criatura diminuta y bienoliente, con el pelo lacio y marrón y unos preciosos ojos azules como en el cielo, aunque sabía que el hijo o hija de Anakin Skywalker seguramente sería un auténtico travieso.

Pero no podía continuar sentada en el deslizador, que estaba parado al borde del lago. Temblorosa, confiando en contener las náuseas hasta que llegara a la casa, puso el deslizador en marcha y regresó a la casa con sumo cuidado. Ahora que sabía qué le pasaba, sabía también qué hacer para asentar el estómago. Y tenía que fijar una cita con el médico.

Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora