Capítulo 2, Bajo la gran luminaria

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Capítulo 2Bajo la gran luminaria

El largo tiempo de caminata por Los campos olvidados dejaron a Yhei tan exhausto que en el primer pueblo que encontraron tuvo que detenerse a descansar.

Los días no transcurrían con el mismo tiempo que en el mundo mortal, le dio la impresión de que en vez de que fuesen de veinticuatro horas que fueran de cuarentaiocho o más. Aunque lo peor de todo era que durante todo ese tiempo no vio más que arena negra y afiladas rocas que enrojecían al recibir los ardientes rayos de la gran luminaria, el astro que sustituía al sol en aquel mundo extraño, y que superaba a este último de tamaño cerca de tres veces, o esa fue la impresión que le dio a Yhei al verlo por primera vez.

Al estar en el primer pueblo tuvo la noción de que se hallaba de regreso en el mundo mortal, pero unos cien o doscientos años antes, pues las calles estaban marcadas con piedrecilla gris y las viviendas erigidas en madera o adobe. Aunque no le quedaron dudas de que seguía en el mundo espectral cuando vio a los ocupantes de aquella localidad, pues si bien sus formas recordaban a los humanos, el color azul piedra de sus pieles y las garras en las extremidades los alejaban demasiado de lo que conocía.

Lennys le dijo que aquellas criaturas eran Rimors, los seres más abundantes del mundo espectral, y los que llevaban la ley y el orden en aquel sitio. Sus poderes no estaban muy claros, puesto que en ciertos momentos parecían muy débiles, y en otros demasiado poderosos. Aunque sospechaba que esto variaba por los cristales exteriores, al llevarlos consigo.

Yhei se sentó en el lecho arropando las ropas de lana a sus pies. Bostezó y observó su alrededor. Lennys no se veía por ningún lado.

Estiró su brazo inclinándose hacia delante, todos los huesos de la espalda le tronaron. Enseguida se bajó de la cama para vestirse.

Aun no lograba adecuarse al horario extraño de aquel mundo, comiendo a deshoras y durmiendo cuando su cuerpo se lo pedía.

Se calzó las zapatillas y salió de la habitación. Al estar en el corredor le llegó el aroma de vegetales hervidos y las risas guturales de un grupo de inquilinos.

Echó a andar en dirección del comedor y se percató que del otro lado venía caminando hacia él Lennys. La pequeña recorrió el último tramo con un trote rápido y al estar cerca le saltó al cuerpo, teniéndola que abrazar con su único brazo.

—¡Yhei! —profirió ella frotando la cabeza en el pecho del hombre—. ¿Dormiste bien?

—Sí... Tengo hambre.

—Ah, eso era de esperar. Vamos al comedero, la dueña preparó un guiso de vegetales que está exquisito.

—¿Al comedor?

—Yhei, se llama comedero.

—Que extraño. Del otro lado de la barrera comedero se le llama a donde se les da el alimento a los animales.

—Bueno, aquí todos somos animales entonces —comentó Lennys riendo—. Vamos, no quiero que te me adelgaces. Eres tan hermoso así como estás.

—¡Naguara!

Manteniendo a Lennys abrazada contra su pecho Yhei recorrió lo que restaba de corredor hasta el comedero. Aquí había cuatro mesas situadas de forma paralela, bajo unos cristales violeta resplandecientes que funcionaban como ampolletas. Solo dos de las mesas estaban ocupadas, con dos inquilinos cada una.

Al fondo a la derecha se hallaba la cocina, separándola del comedero una barra de metal con soportes de madera. Allí Mila, la dueña de la posada iba de un lado a otro con vasijas de porcelana que estaba ordenando en una repisa de madera clavada al muro, mientras que al fondo de una enorme olla de lo que parecía cobre se alzaba el vapor de lo que se cocinaba a fuego lento.

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