Al final del camino
Graneros, Chile.
La carne de pollo y cerdo que se asaba lentamente sobre la parrilla le tenía el apetito más que despierto a Monti. Durante todos los años que estuvo viviendo en Santiago y luego en Umbra, únicamente se tuvo que conformar con carne preparada en horno o parrillas eléctricas, sabores que no le hacían rememorar para nada su tierra, y añoraba desde lo más profundo volver a sentir esos olores tan característicos de los jugos de las piezas y el carbón.
Como era de costumbre, Enrique, su abuelo era quien estaba con la atención puesta en la parrilla, acomodando las presas y cortando de vez en cuando pequeños trozos para ver cómo iba la cocción y la sal.
—Prueba esto Monti —dijo pasándole un pedazo de chuleta ensartado en un tenedor parrillero.
Al tener el tenedor en la mano mordió con cuidado la carne sintiendo como los jugos se deslizaban por su lengua rememorando varios recuerdos de cuando estaba pequeño y se reunían a festejar, a veces entre las familias de su madre y de su padre, o bien por separado. Incluso los mismos vecinos del sector organizaban asados para todo tipo de eventos, desde cumpleaños hasta casamientos. Fuese como fuese siempre existía un buen motivo para tirar carne a la parrilla.
—Está muy buena.
—¿Querí probar el pollo?
—Bueno.
Enrique ensartó en el tenedor una alita bien dorada y se la ofreció. Monti la recibió y le dio la primera mordida. Estaba muy jugosa y con la sal apropiada.
—¿Qué tal está?
—Demasiado rica.
—Ya. Anda a decirle a la vieja que traiga la olla para sacar el pollo y tirar las longanizas.
Él asintió y se encaminó a la puerta trasera.
No tenía ganas de irse de allí, ese era su lugar, su tierra, su gente; pero no tenía otra opción. El conflicto continuaba en Umbra, y por más que quisiera ignorarlo no era posible. Tal vez cuando todo acabara vendería el departamento con todos los muebles y se embarcaría en el vuelo sin regreso para descansar. Con el dinero del trabajo y de la venta de su propiedad podría iniciar un negocio para subsistir, olvidándose de tener que arriesgar la vida en las cacerías para conseguir un sueldo digno.
Entró a la casa y echó a andar por el pasillo. De fondo sonaban Los llaneros de la frontera, una de las bandas de música mexicana favoritas de su abuela. Guardaba muchos recuerdos de su infancia en la casa de sus abuelos acompañados de esas canciones de fondo.
Al ir a pasos de la cocina la puerta de entrada se abrió y entró su tía Claudia cargando un bolso de tela rojo al hombro y con una bolsa en donde asomaba la tapa roja de un botellón de vino.
Claudia era hermana de su madre, y si bien era transgénero todos en casa la trataban como una mujer. Aunque para eso tuvieron que pasar muchas cosas, pues de primera Orfilia y Enrique no se habían tomado muy bien el cambio de su hijo. Si bien desde pequeño que comenzaron a notar cierto comportamiento delicado no lo quisieron asociar a su orientación sexual, pues eran otros tiempos y el machismo junto con la influencia religiosa marginaban a los homosexuales, cuestión que fue cambiando con el transcurso del tiempo, llegando a ser mucho más común.
Entonces Claudia se impuso con su decisión de ser una mujer, vistiéndose y arreglándose como una, mostrándose indiferente a la gente que no la aceptaba con maquillaje y vestidos.
—¿Qué hace este güeón aquí? —preguntó ella dejando la bolsa sobre la mesa—. ¿No te habías ido del país?
—Sí, estoy viviendo en Umbra. Ando de paso.
ESTÁS LEYENDO
Redes En Penumbra
AcciónContinúa la lucha contra las manos oscuras del mundo espectral que intentan tomar el control del mundo mortal utilizando la ambición del hombre para concretar sus objetivos. Los mestizos están más alerta que nunca, ya que los espectrales están ejerc...