Capítulo 19, Un paseo al pasado

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Capítulo 19Un paseo al pasado

Rancagua, Chile.

Monti bajó del colectivo frente a un complejo gigantesco de tres torres de unos treinta pisos. Del tiempo que vivió en la sexta región jamás imaginó llegar a ver una construcción tan inmensa, era más fácil ver edificios con tal altura en la capital, mas no en provincia. De todos modos era algo que se veía venir, ya que Rancagua venía presentando un crecimiento acelerado los últimos años.

Sacó el teléfono para verificar la dirección. Rosalba vivía en el departamento ciento veintidós de la torre C. Lo volvió a guardar y se acercó a la mampara de la torre. Una vez dentro lo recibió el conserje, un hombre adulto de unos treinta y tantos años, blanco, calvo y de ojos grises.

—¿Visita?

—Em... Sí. Voy al ciento veintidós.

—¿Su nombre? —preguntó el conserje levantando el citófono.

—Monti Rojas.

—Perfecto estimado. Deme un momento.

Aguardó allí con calma. Aquello era rutinario. Una llamada al departamento, informar que buscaba tal persona y al tener la respuesta positiva dejar el registro en el libro.

Desvió la mirada a la calle. Faltaban para las nueve de la noche y aun así se veían muchas personas yendo y viniendo por las veredas. Aquello ya no era tan común en Dúlanad, los riesgos eran demasiados, y la mayor parte de los habitantes no estaban dispuestos a correrlos.

—Señor, ya puede pasar. Es en el piso diez, el ascensor está por el pasillo a la vueltecita

a mano derecha. Lo que sí, antes le tengo que solicitar su cédula.

—Claro.

Una vez que el hombre anotó los datos en la computadora le regresó la cédula y Monti se encaminó por el pasillo.

No se veía mucha gente por allí, y solo tubo que compartir el ascensor con otras dos personas que bajaron unos cuantos pisos antes.

Al salir al pasillo del piso diez le llegó un penetrante olor a carne, probablemente hecha al horno que le abrió el apetito. Rogaba que Rosalba fuese la responsable de tremenda delicia, o de última que al menos tuviese algo preparado para llegar y comer, le rugía el estómago casi tan fuerte como un espectral de clase dos furioso.

Se aproximó a la puerta con el número ciento veintidós y tocó el timbre. Su amiga no tardó demasiado en abrir. Lucía un vestido con varios colores que exhibía flores y hojas ajustado al busto, abdomen y cintura, que caía holgado hasta las rodillas, sacándole provecho a su esculpida figura, quizás con ejercicio duro en sus tiempos libres. El cabello lo traía en una cola atado con un cole blanco con cintas amarillas; esto dejaba visible el conjunto de aretes y cadena con cristales perfectamente cortados en forma de corazón, en un tono rosado. En la mano enseñaba una elegante pulsera de perlas que le daba tres vueltas en la muñeca, a juego con el anillo en la mano derecha.

Le llegó el olor a soya y fritura, lo que le hizo pensar al instante en comida china. Se le hizo agua la boca, pues se le vino al instante la carne mongoliana acompañada con esas sabrosas papas chinas, o bien los arrollados primavera. Además, y acompañando el ambiente escuchó la voz de Jenny Rivera, una cantautora mexicana que Rosalba adoraba.

Ella lo miró de pies a cabeza como si quisiera asegurarse que realmente se tratara de su amigo, y tras unos segundos de incómodo silencio dijo:

—Hola. Sinceramente creí que no vendrías. Vamos, pasa.

—Tienes mi castigador. Tenía que venir.

—¿Solo viniste por esa cosa? Que feo.

Él se encogió de hombros.

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