Capítulo 9, Anhelos

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Capítulo 9Anhelos

12 de agosto.

El viaje había sido largo, pero finalmente Monti bajaba del taxi frente a la casa de su abuela.

Los primeros rayos de sol le golpearon la espalda, y del otro lado del portón ya venían a su encuentro los cinco perros del hogar ladrando y meneando la cola de forma amistosa.

En aquel lugar fuera del camino pavimentado hace un año, nada más había cambiado. El sector seguía desprendiendo esa acogedora sensación de tranquilidad, pese a la carretera que pasaba bastante cerca. Se sentía el olor a verde, los pájaros cantando entre las ramas de los árboles, y lo mejor de todo, el aire se respiraba limpio.

El taxi dio la vuelta en el puente y Monti caminó por el costado de la pandereta para entrar por la puerta pequeña, situada al lado derecho del portón.

—Al fin en casa... —musitó dejando el bolso en el piso.

Sacó la llave de la puerta y al comenzar a abrirla Niña, una perra mestiza de pastor alemán metió el hocico por entre los barrotes para lamerlo.

—Niña, con tu lengua de por medio no puedo abrir.

La perra dejó de lamerlo para correr por el patio ladrando, como si estuviese avisando a los habitantes que alguien había llegado. A sus ladridos se incluyeron los de los otros cuatro perros más pequeños, Chapito, Chapulina, Luca y Perla.

—Como se nota que hay cosas que nunca cambian.

Al estar dentro Monti volvió a echar llave a la puerta y caminó por la pasarela en dirección de la gigantesca casa de su abuela.

Aquel terreno si bien grande lo hacía sentirse en paz, y siempre que viajaba de visita se cuestionaba los motivos por los cuales se había marchado. El verde del pasto que alfombraba la propiedad, el hermoso parrón con esas deliciosas uvas de distintas variedades, los rosales, las hortensias y una variedad de árboles frutales no tenían igual, menos si consideraba que dejó aquel santuario para ir a la ciudad.

Al estar en la galería frente a los asientos donde sus abuelos y su madre se sentaban por las tardes a tomar el fresco miró por el ventanal, las cortinas aun no estaban corridas, lo que significaba que nadie se levantaba aún. Se acercó a la puerta con Chapulina y Chapito saltando a su alrededor, buscando mimos, repartiendo lametones. Deslizó la llave en la cerradura, le dio dos giros y abrió.

—Ya, ya, quietos. Más tarde salgo a jugar un momento con ustedes.

Niña llegó desde atrás metiendo la cabeza por abajo del bolso, olisqueando los bolsillos del pantalón, entorpeciendo aun más entrar. Ya cuando finalmente la lucha con aquellas mascotas alegres terminó Monti cerró la puerta y dejó el bolso en el sofá; a continuación se preparó para caminar por el pasillo en dirección del baño y vio que su abuela salía de la habitación.

—¿Cómo está, Chilla?

—¿Y tú, oye? ¿Te botaron de la cama?

Él sonrió y sin decir nada más se aproximó a su abuela para abrazarla. No la veía hace más de un año por el asunto de las cacerías, y se sentía tan feliz al tenerla allí cerca.

—¿Cómo ha estado?

—Ahí, bien. Con dolores, pero igual hay que hacer las cosas... ¿Tomaste desayuno?

—No. Vengo llegando recién de la capital.

—Ah. Ya, siéntate a la mesa que preparo el desayuno. El viejo salió al sitio, ¡de seguro que se aparece por ahí reclamando!

—De seguro que sí. Son casi las nueve, debe tener hambre.

—Sí, ¿quieres hueo?

—¡Sí! ¿Con vienesas?

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