Capitulo 1.

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Amelia Queen sabía que no debía colarse en la casa de James Stewart, y mucho menos de noche. Pero el saberlo no le había impedido meter la llave en la cerradura y entrar. Para eso estaban los amigos, no?

Tiró del dobladillo de la camisa masculina que había tomado prestada de un montón de ropa recién planchada colocada en el cuarto de la colada. Aunque le llegaba hasta la mitad del muslo, le hubiera gustado encontrar también unos pantalones de chándal o algunos de gimnasia cortos. Después de todo, si la maldita prometida de James no había salido ya de la casa, estaba a punto de conocerla.

Amelia hizo una mueca que pronto se transformó en una sonrisa maliciosa. Hasta ella debía admitir que su comportamiento de esa noche era más atrevido de lo usual. No importaba que James fuera un buen amigo, lo que menos podía haber hecho era notificarle su llegada. No debería estar en su casa, paseando descalza ataviada con una de sus camisas. Y no se le habría ocurrido hacerlo de no saber qué, en el fondo, James le daría la bienvenida. En el pasado, la había recibido bien siempre que volvía de improviso para una de sus largas visitas.

Aunque, por otra parte, nunca antes lo había sorprendido con una mujer.

Amelia se acercó al arco que daba entrada a la sala de estar. No había sido su intención interrumpir a James y su prometida; ni siquiera sabía que estaban abrazados en el sofá hasta que tropezó con ellos media hora antes.

Se despertó de un sueño profundo y agotado en el cuarto de invitados y descubrió que seguía vestida con su ropa sucia del viaje.

Después de entrar en la casa de James, había caído sobre la cama e inmediatamente se había quedado dormida.

Pero cuando el ruido de las voces la despertó, fue incapaz de volver a dormirse, demasiado excitada por la perspectiva de volver a ver a James después de dieciocho meses. Además, su estómago sonó tan fuerte que casi ahogó las voces distantes. Su cuerpo necesitaba comida, y no una comida cualquiera sino comida de verdad.

Ese ruido era el resultado de dos días de viaje: andando, en el land Rover, en Cessna y en avión, todo lo cual hacía que su pobre estómago protestara a causa de los sándwiches, frutos secos y misteriosas comidas de avión.

Se levantó con la intención de registrar los armarios de la cocina hasta que James pudiera recomendarle un buen restaurante que sirviera a domicilio. La boca se le hizo agua solo de pensar en ello. Había pasado seis meses en zonas remotas de África fotografiando animales en peligro de extinción para una prestigiosa revista. Para poder llevar a cabo su misión, había habitado con los nativos, por lo que se había privado de agua caliente, bañeras o comida americana. Ya no podía esperar ni un minuto más, en disfrutar de esos manjares.

Pero una vez en el arco de la sala de estar, Amelia descubrió que James no se hallaba solo. Había una mujer con él: la prometida de la que le había hablado en sus cartas. Suspiró y regresó al cuarto de invitados después de pasar por el cuarto de la colada, donde encontró la camisa que llevaba puesta.

Pero antes de llegar a la habitación, pensó que necesitaba comer algo. Con prometida o sin ella, no tenía más remedio que atacar los armarios de la cocina.

Entró en la sala con cuidado.a través de los ventanales se veía el cielo de Chicago y las luces de la calle le permitían distinguir que James y su prometida se hallaban en el sofá tapizado con dibujos peruanos que ya había convencido a su amigo de que se comprara. La expedición de compras tuvo lugar durante su última visita, antes de que él conociera a...

Anne. Así se llamaba ella.

Sonrió divertida y cruzó los brazos. Observó a la mujer y pensó que no necesitaba una presentación formal. Adivinó muchas cosas de ella en un instante. Era tal y como Amelia la había imaginado desde el momento en que recibió la invitación a la boda escrita a mano y con perfume a rosas.

Anne, Anne Smith procedente de Atlanta, Georgia.

Desde donde se hallaba, Amelia podía ver claramente a la pareja. Estaba dispuesta a apostar lo que fuera a que Anne era una belleza del Sur que se había presentado en otro tiempo a concursos de misses. Su cabello era oscuro, perfectamente; su piel, suave como la magnolia. Su maquillaje, sutil pero bien aplicado. Llevaba un traje rosa pálido y perlas, medias y zapatos blancos. Probablemente participaba en eventos caritativos y se mezclaba con la alta sociedad.

Pensó que su amigo se estaba volviendo hablando con los años, aunque suponía que debía haber anticipado aquello. James había pasado la mayor parte de su vida luchando por salir del Medio oeste. Había amasado una fortuna en técnicas de prefabricación de casas y se había trasladado a Chicago, comprando esta casa...

Y al fin había encontrado una compañera, una mujer elegante de gustos elegantes y caros! Que decoraría su mesa y sabría cómo tratar a sus socios en los negocios.

Una gatita sumisa y encantadora.

Amelia se riñó a sí misma por ser mala persona y apartó aquellos pensamientos. No solía juzgar a la gente y había aprendido hacía tiempo que las primeras impresiones solían resultar engañosas, en especial las que se producían en solo dos segundos.

Lo cierto era que Anne le había caído mal desde el momento en que oyó hablar de ella. Esa mujer estaba a punto de romper algo maravilloso.

Amelia y James siempre habían sido un dúo dinámico y ahora esa... esa mujer iba a estropearles toda la diversión.

Se preguntó si James la querría de verdad o si se trataba de una más de sus adquisiciones: una concesión a las necesidades de su cabeza más que a las urgencias de su corazón. Reprimió un suspiro. A su amigo no le habían preocupado siempre tanto las apariencias. Ella lo recordaba de otro modo. De adolescente, siempre estaba empeñado en infringir las normas, y cuando se metió en los negocios, sus métodos innovadores le produjeron un gran éxito.

Amelia pensaba asegurarse de que James no cometía un error. Cerciorarse de que aquella mujer seria la clase de esposa que podía hacerle feliz para siempre. En el avión que la llevo hasta allí, elaboró una lista de nueve características que debía poseer cualquier mujer que aspirara a casarse con James.

Sonrió. Al menos había pasado el primer criterio: James y Anne eran sexualmente compatibles.
Y hasta qué punto!

Suponía que debía carraspear o anunciar de algún modo su presencia...

Pero no. Le intrigaban demasiado las caricias de James, la fuerza evidente de sus brazos. Anne había echado la cabeza hacia atrás y tenía los ojos cerrados mientras él le besaba el cuello y comenzaba a desabrocharle la blusa. Su prometida, entre tanto, luchaba con la corbata, la camisa y la chaqueta de él. Pequeños ronroneos de placer brotaban de su garganta y Amelia se preguntó si sería consciente del ruido que hacía.

La habitación parecía vibrar por el efecto de la energía sexual. Amelia sabía que se estaba portando como una voyeur, pero por más que lo intentaba no podía apartar la vista. Inexplicablemente, el observar las manos de James acariciando la espalda de Ane le producía un intenso calor en su piel.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora