Capitulo 23.

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El día de la boda amaneció resplandeciente. Amelia había pasado la noche despierta, pensando en todo lo que había ocurrido entre James y ella, en todo lo que podía haber sucedido si hubiera sido capaz de ver antes la profundidad de sus sentimientos.

Al final, preparo sus maletas con excepción del esmoquin, estuvo una hora tratando de recrear el maquillaje y el peinado de Armando y fue a la cocina a preparar una cafetera de café fuerte.

Después de tres tazas, dejó una nota en el frigorífico diciendo que se reuniría con James y Tom en la iglesia. Luego llamó a un taxi y llevó sus pertenencias al apartamento inacabado de la tienda, se sentó sobre una caja de madera y se entretuvo con su equipo fotográfico hasta que el reloj le informó de que era hora de salir para la iglesia.

Se echó la Nikon al hombro, lleno los bolsillos de su traje de carretes y fue andando. Llegó a la iglesia al mismo tiempo que el coche de James al aparcamiento.

Lo espero en la acera.

— Estás horrible! —exclamó.

— Gracias a ti.
La joven sonrío.

— Fuiste tú el que pediste esas cervezas, no yo.

— Ya, ya —sonrió él, metiéndose las manos en los bolsillos.

— He pensado que tomaré algunas fotos como recuerdo.

— Me gustaría —repuso él con calma.

Pero Amelia no se dejó engañar por su aparente tranquilidad. Percibía que, por dentro, era un manojo de nervios.

— Hace un día precioso para casarse.
James examinó el patio de la iglesia.

— Sí, supongo que sí.
Apretó los labios.

— He pensado mucho, Amelia.

La joven se puso tensa; no quería oír lo que tuviera que decir. Por mucho que los dos lamentaran la ceremonia que estaba a punto de tener lugar, no podían cambiar el curso de las cosas sin perjudicar a otras personas.

— No lo digas —musito.

— Tengo que hacerlo —le tomó la mano—. Todo esto es un error, Amelia.

— No, no hables así.
Trato de soltarse, pero él no se lo permitió.

— Este no es el modo de empezar un matrimonio: con remordimientos y secretos —prosiguió el.

— Qué secretos? Qué remordimientos? Los dos somos personas felices que no tienen nada que ocultar.

— He pasado toda la noche despierto paseando por la casa —continuó el como si no lo hubiera oído.

Amelia ya lo sabía. Había oído el crujido del suelo.

— Necesito hablar con Anne. Tengo que explicarle lo que ha ocurrido entre tú y yo.
La joven quería aceptar el salvavidas que le tendía. Quería creer que, con una simple conversación, James y ella podían encontrar el modo de hacer felices a todos.

Pero sus ojos se posaron sobre la entrada de la iglesia llena de flores, sobre los invitados que charlaban y reían entre sí, sobre la alfombra rosa que se perdía en el interior del pasillo, y supo que todo aquello había llegado demasiado lejos para poder detenerlo ya.

Se soltó y retrocedió un paso.

— No —dijo con firmeza—. No harás nada semejante. Yo también he pensado mucho y tú tenías razón. No soy la clase de persona que pueda asentarse, la tienda de dulces ha sido un error y cualquier clase de compromiso sería una equivocación aún mayor.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora