Capitulo 3.

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Amelia dejó el tazón vacío sobre la mesita de café y se puso en pie, mirándolo con incredulidad.

— Yo? Diablura? Debes de estar bromeando.

Corría en dirección a la cocina, antes de darle tiempo a responder, con la esperanza de distraerlo y lograr que cambiara de humor.

— Qué más hay de comer por aquí? Si no cuento esos sándwiches minúsculos envueltos en plástico del avión, lo último que comí llevaba algún insecto frito.

Encendió la luz.

— Quieres tú algo? —pregunto con una sonrisa en la cara.

— No.

La voz de él era tan tensa que un escalofrío recorrió su espina dorsal. Reprimió la sensación y abrió el frigorífico para sacar un batido. Luego entró en la despensa a buscar pan y mantequilla de cacahuete. Después de dejarlo todo sobre el mostrador, abrió de nuevo el frigorífico y añadió queso de untar y fresas.

— Seguro que no quieres un sándwich? —pregunto.

James se había apoyado sobre el mostrador y tenía cruzados los tobillos.

— No, quiero hablar.

— Estupendo, hace meses que no escucho un inglés decente —tomo dos rebanadas de pan y comenzó a untarlas con mantequilla de cacahuete.

— Qué haces aquí, Amelia?
La joven optó por interpretar mal su pregunta.

— Tú me invitaste a la boda, recuerdas? Soy tu padrino.

Abrió el queso de untar y lo esparció sobre la mantequilla de cacahuete. A continuación cortó fresas y las colocó encima.

— Eso es asqueroso —comentó el.

— Cómo lo sabes? —pregunto ella, dando un mordisco a su sándwich. —Nunca te has molestado en probarlo.

— Esta cargado de grasas, colesterol y calorías.

— Lleva fruta, es sano.
James se estremeció.

— Después de los insectos que dices que has comido, yo pensaría que te apetecería una comida de verdad.

— Y qué tiene está de falsa? —pregunto ella—. En realidad había pensado en pedir pizza, pero eso tendrá que esperar a mañana.

Los ojos de él se achicaron, pero no tanto como para ocultar el brillo de placer enterrado en ellos. A pesar de sus riñas fraternales, le complacía que hubiera acudido a su boda. Aquella idea le agradó.

— Es que no entiendo que puedas comer tanto y seguir tan delgada.—dijo él.

La joven hizo una mueca.

— La la culpa es de los mosquitos. A lo mejor han afectado a mi metabolismo.

— Lo dudo; siempre has comido como un cerdo.

— Muchas gracias —repuso ella, sin dejar que sus críticas le afectarán. El comportamiento de él le era tan familiar como respirar. Por primera vez en horas se sentía realmente en casa.

En casa? Cuánto tiempo había soñado con estar allí con él?

— Bueno —dijo— Esa es la gran Anne Smith, la mujer que te ha robado el corazón?

— Sí —contestó él con aire retador.

— Hmmm.

— Suéltalo ya, Amelia.
La joven lo miró con aire confuso.

— Qué?

— Si te preocupa, algo suéltalo ya.

— No sé a qué te refieres.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora