Capitulo 19.

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Corrió a el frigorífico, abrió una botella de champán y echó el contenido en el líquido rojo brillante. Después de un momento de indecisión, añadió una buena cantidad de vodka, algo de Ginebra y un toque de buorbon. Un pequeño sorbo la convenció de que la combinación podía considerarse todavía como ponche pero resultaba más interesante. Tomó el contenedor y lo llevó a la sala.

— Aquí está. Siengo que haber tardado tanto, pero tenía que seguir la receta de Tom del cóctel de champagne —colocó el ponchr sobre la mesa y entonces pensó que podía haber alguien que no tomar alcohol—. Alguien necesita ponche sin alcohol? —pregunto.

Nadie contestó y la joven le sonrió como si fueran unas niñas estupendas.

— Fantástico, fantástico. Porque no se sirven un vaso y pedimos a Anne que empieza a abrir los regalos?

Sonrió y regresó a la cocina para llamar por teléfono. Sonó de nuevo el contestador.

— James, te necesito; date prisa.

— Amelia?

La joven colgó el aricular y se volvió a tiempo de ver a Anne entrar en la estancia y cerrar la puerta a sus espaldas. Luego, para sorpresa de Amelia, se apoyó sobre ella y cerró los ojos.

— Había olvidado lo increíblemente aburrida que puede ser mi familia.

Amelia abrió mucho los ojos por efecto de la sorpresa, pero no se atrevió a contestar. Después de todo, qué podía decir ella?

Anne sonrío, hizo una mueca y se llevó las manos a las sienes.

— Tienes una aspirina?

— No, lo siento.
La rubia empezó a buscar en los armarios.

— Tiene que a ver algo por aquí.

Amelia hizo una mueca al darse cuenta de que Anne parecía ya mareada. Pero no podía ser, no había tanto alcohol en el ponche.

Vio las botellas abiertas de vodka, ginebra y buorbon y se colocó ante ellas tratando de esconderlas con su cuerpo.

— Te duele la cabeza? —pregunto por decir algo.

— Mmmm. Claro que es culpa mía.

— Sí?

— Temía llegada de mi madre, así que la he esperado en el bar del aeropuerto —miró a su alrededor y vio los bolsos amontonados en una silla—. Mamá llevará algo.

Buscó en el montón hasta encontrar un bolso de piel. Lo abrió y sacó una cajita de pastillas con aire triunfal.

— Valium. Eso funcionará.

— Anne, seguro qué deberías...?

— Sólo tomaré medio —repuso la otra—. Yo también tengo una receta, pero esta semana no he tenido ocasión de ir a comprarla.

Mordió media pastilla, dejó el trozo restante en el bolso de su madre, tomó una botella de champán parcialmente llena y bebió de ella.
Amelia la miró con preocupación.

— Anne, has estado bebiendo?

— Si —repuso la otra con palpable alegría—. He tomado un par de martinis mientras esperaba la llegada del avión.

— Y crees que es buena idea mezclar el valium con alcohol?

— Es el único modo de soportar a mi madre —susurró la otra con aire confidencial—. Es increíblemente crítica y siempre pesimista, pero cubre de tal modo su amargura con esa dulzura sureña tan empalagosa que una desea estrangularla.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora