Capitulo 4.

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James estaba de pie en la ventana, mirando como avanzaba el camión de la basura casa por casa. Uno de los trabajadores resbaló y cayó hacia atrás en el suelo mojado.

James tomó un sorbo de café y observó al hombre levantarse y sacudirse la ropa. Cuando el camión se perdió de vista, notó que seguía haciendo frío pese a estar ya en primavera. El frío era suficiente para que saliera vapor de los tubos de escape de los coches que salían temprano para evitar la hora punta. Amelia necesitaría algún tiempo para adaptarse al cambio de clima.

Amelia.
Sonrió. Había adivinado qué, en cuanto llegara, comenzarían a ocurrir cosas. Su amiga era así.
Cuando entraba en una estancia, esta se llenaba de energía. Era vivaz, excentrica y llena de malicia y él había sabido desde el principio que su personalidad chocaría con la de Anne. Su prometida era por regla general, una mujer tranquila, serena y estable, la antítesis de Amelia.

A decir verdad, cuando habló con anni de la llegada de su padrino, olvidó a propósito mencionar su sexo. Sabía que era un truco sucio, pero no había podido evitarlo. Era también una especie de prueba. Amelia formaba parte de su vida desde que se criaron juntos en un pueblo de Iowa de menos de ochocientos habitantes. Sus madres habían sido amigas de niñas y seguían siéndolo mucho después de tener hijos. Era, pues, natural que James y Amelia hubieran desarrollado un vínculo tan fuerte como los de los hermanos.

No, hermanos no; pero casi.
y para él era importante que Amelia supiera que podía ir por su casa siempre que quisiera. Incluso después de casarse y formar una familia, quería seguir viéndola tan a menudo como le fuera posible.

Pero antes tenía que conseguir que las dos mujeres se conocieran y se hicieran amigas. Una tarea que no parecía fácil si pensaba en su primer encuentro.

— Yo no he hecho nada.

James sonrió y se volvió hacia la joven como si pensara reñirla.

— Puede que todavía no, pero estoy seguro de que hoy harás algo para que me irrite.

Amelia adoptó una expresión herida, pero él sabía muy bien que era tan falsa como su enfado.

— Te prometo que me portaré bien. —dijo.

— No sé si creerte. Por favor, se amable.
La joven puso los ojos en blanco.

— Anne es una buena mujer, Amelia.
Su amiga se puso seria de inmediato.

— Por eso vas a casarte con ella? Porqué es buena?

— Sí.
Amelia arrugó la nariz.

— No es un motivo interesante.

— No he dicho que sea el único.

— Entonces cuéntame los  demás.

Se instaló en uno de los taburetes y James sintió el impulso de decirle que volviera a bajarse. Su posición hacía que la camisa dejara al descubierto más trozo de pierna del que estaba acostumbrado a ver en ella.

— No tienes ropa?

— Acabo de meterla en la lavadora.
lo que implicaba que a menos que le ofreciera alguna prenda suya, se vería condenada a seguir con la camisa durante al menos otra hora.

— Dímelo, James.
El hombre tomó un sorbo de café.

— El qué?

— Por qué ha sido Anne la elegida.
el hombre había olvidado su conversación anterior y en aquel momento deseó que a ella le hubiese ocurrido lo mismo.

— Ves fuegos artificiales cuando la besas? —pregunto ella.

— Desde luego —repuso él. Pero aunque dijo lo que sabía que ella quería oír, sabía que nunca había sido muy propenso a tales romanticismos.

— Embustero.

James se movió por la cocina y le lanzó un paquete de bollos integrales. La joven se estremeció.

— No tienes otra cosa? Esto es horrible.

— Es muy sano.

— Y a quién le importa?

El hombre suspiro, abrio un armario y le lanzó una caja de galletas de chocolate que Tom había escondido allí unos días atrás. Mientras la observaba a abrir el paquete, no pudo evitar maravillarse de que, después de todos los retos que se había visto obligada a afrontar como reportera gráfica, siguiera disfrutando tanto de las cosas sencillas. De ser el el que acababa de regresar de la selva, estaba seguro de que no se habría mostrado tan complacido aquella mañana.

— Qué tal por África?

— Mucho calor.
La brevedad de su respuesta le dijo lo que necesitaba saber. Las pocas cartas que había recibido de ella no contenían tantas noticias como otras veces.

— Qué ocurrió?
Amelia enarco las cejas.

— Nada. Fue abrasador, duro, increíblemente hermoso y ahora ha terminado.

James quería saber el resto, lo que ella no le decía, pero un ruido distante le advirtió que Anne estaba abriendo a la puerta. Era la única persona aparte de Amelia y Tom, que tenía llave.

— Anne entrará en cualquier momento —dijo sin necesidad.

El rostro de Amelia se animó, lo que hizo que él la mirara con suspicacia. Estaba seguro de que se proponía algo.

Pero no dijo nada ni volvió a lanzarle ninguna advertencia más. Ya descubriría por sí misma que su prometida no era la frágil belleza de Georgia por la que todos la tomaban al conocerla.

— No crees que deberías cambiarte, Amelia?
La joven abrió la boca para decir algo. Cambio de idea, sonrió y bajó del taburete.

— Ahora mismo salgo. No hagáis nada interesante hasta que vuelva.

Amelia se pasó los dedos por el pelo silbando con suavidad e hizo una mueca. Hiciera lo que hiciera, su cabello siempre era el mismo. Había sido maldecida desde la cuna con un pelo rizado y permanentemente revuelto. A causa de ello se había acostumbrado a dejárselo corto y manejable, pero el regreso a la civilización y a la comparación con el resto de la gente le había hecho darse cuenta de que parecía que se lo hubiera cortado ella misma.

— Te lo cortaste tú misma —murmuró a su imagen en el espejo.

Recordó entonces que pasaría el día con Anne y buscó maquillaje y pintura de ojos en su bolsa de aseo. Ambos artículos estaban casi pasados y polvorientos, pero no estaba dispuesta a mostrarse como si acabara de salir de una zanja.

Después de pintarse con moderación, dio un paso atrás para observar el resultado.
Su pelo oscuro estaba todo lo bien que podía estar y el maquillaje se adecuaba a su bronceado. Había sacado una camiseta roja de un cajón de James y un par de tejanos viejos que sujetó con un cinturón.

El resultado era más o menos el esperado no pareciauna modelo elegante, pero su aspecto tenía un cierto chic popular entre los adolescentes y las estrellas de cine.

— Allá voy —anunció a nadie en particular, tomando la pequeña mochila que había dejado en el suelo.

No era una mujer que soliera llevar bolso; no era su estilo. Pero se había acostumbrado de tal modo a tener una cámara cerca que siempre llevaba encima en su mochila con una Nikon, carretes y dinero que debía cambiar aquel día por dólares.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora