Capitulo 16.

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Durante varios días, James hizo lo posible por evitar Amelia, lo cual era difícil teniendo en cuenta que había delegado su trabajo de la oficina en su asistente. Pasaba las horas acompañando a Anne de compras o trabajando con las dos en la tienda de dulces.

En su mayor parte, había conseguido controlar sus instintos más bajos, trató de ignorar el cuerpo de Amelia embutido en sus tejanos o el modo en que sus camisetas mostraban una ligera humedad entre sus pechos cuando trabajaba con mucho calor. Incluso hizo lo posible por concentrarse en Anne, quien parecía más relajada y natural. Más como...

Amelia.

Tomó un sorbo de café y abandonó su observación de las luces de Chicago desde la ventana de su sala. Hacía casi una hora que no veía nada. En lugar de eso, había estado mirando en su interior, pero sin encontrar respuestas satisfactorias. En realidad, se había vuelto más consciente del silencio de la casa y del hecho de que Amelia y él estaban solos y ella dormiría en su cuarto ataviada probablemente con los calzoncillos que brillaban en la oscuridad.

O quizá había vuelto a ponerse su camisa.
Se volvió desde la ventana y se esforzó por evitar lo inevitable. Se hundió en el sofá y se rodeó de papeles de la oficina. Incluso tomó una calculadora como si pudiera anclarlo a la realidad.

Pero por mucho que lo intentaba, no podía ignorar el canto de sirenas que llegaba desde la habitación de Amelia.

La veía en su imaginación como la noche en que volvió de África. No llevaba nada excepto la camisa de él y sus piernas eran largas y bronceadas.

Maldición.

Quizá debería servirse una copa.
Se puso en pie, pero en cuanto lo hizo, sus pasos no se dirigieron a la cocina sino que salió el pasillo como impulsado por una fuerza desconocida, apoyó ambas manos en el dintel y se detuvo en el umbral para observar a la mujer que yacía en la cama: sus rizos, el suave montículo de sus pechos y la longitud de sus piernas tapadas por las sábanas.

Era hermosa, más hermosa de lo que ninguna mujer tenía derecho a ser. Cierto que a menudo actuaba de un modo poco convencional, pero, en su opinión, eso añadía aún más a su atractivo. No creía que pudiera sentir por ninguna mujer lo que sentía por ella. Ni siquiera por Anne. Había demasiada historia entre ambos.

Amelia se movió, como si percibiera su escrutinio, y abrió los ojos. El hombre vio una chispa de curiosidad en ellos.

— James?

Sabía que debía irse, pero no lo hizo. No podía. Sus pies estaban clavados en el suelo.

Amelia respiro hondo, se desperezo y se sentó en la cama. James se dio cuenta por primera vez de que llevaba su camisa. Probablemente había dormido con ella desde su llegada.

Aquello sólo bastó para producirle calor en el vientre. Se movió levemente en un esfuerzo por reprimir la sensación.

Amelia dobló las piernas y se abrazó las pantorrillas.

— Deberías estar durmiendo —comento.

— Tú también.

— Me has despertado tú.

— Cierto.
Ella no dijo nada.

— Por qué te marchaste de África? —preguntó él.

La joven se encogió de hombros.

— Había llegado el momento de hacerlo.

— Pero habías planeado quedarte al menos una semana más.

— Cambié de idea.

— Por qué?
Amelia hizo una mueca.

—Vamos —la urgió él—. Nunca has tenido secretos para mí.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora