Capitulo 2.

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Los dos seguían ignorando su presencia.

Tosió, pero no hubo respuesta.

Al fin decidió que lo mejor sería retirarse a su habitación, pero los gruñidos de su estómago le recordaron que había ido allí con un propósito. Si volvía a la cama sin comer, no conseguiría dormir.

Se alejó de la pareja y entró en la cocina. Al abrir la puerta de la despensa, olvidó de inmediato sus aprensiones y se concentró en el escaparate de comida que tenía delante. Tom Addington, el ayudante y mayordomo de James, debía estar todavía su servicio.

Su estado de ánimo mejoró de inmediato. Al menos había cosas que no habían cambiado desde su última visita.

Encendió la luz y permaneció delante de las estanterías tratando de elegir: pan blanco, mermelada, galletas, atún, latas de espaguetis o bolsas de patatas fritas.

Querido Tom! Seguro que sabía que ella iba a presentarse. Lo había intuido. No había otra explicación para aquella colección de comida basura. James no la probaba; era maniático de la salud y el bienestar.

Por dónde empezar? Se lamió los labios al ver las galletas de chocolate y las tartas de fruta. Había también de mantequilla de cacahuete. Suspiró con reverencia.

Sacó una caja de cereales y moras del estante y apagó la luz después cerró la puerta con movimiento de cadera. Buscó un tazón grande en el armario y lo llenó de cereales. Luego abrió el frigorífico.

Allí los preparativos de Tom resultaban más sutiles. Prevalecían las verduras de James y las botellas de agua mineral. Pero en la parte de atrás vio una lata de cola: cafeína, azúcar y bebida carbonatada, su combinación favorita. En el compartimiento de la carne encontró cuatro botellas de batido.

Chocolate; maná caído del cielo.
Lo guardaría para el final.

Sacó la leche del frigorífico y la echó sobre los cereales antes de devolver la botella a su sitio.
Después volvió a la sala de estar con el tazón en la mano, segura de haber hecho ruido de sobra en la cocina para llamar su atención.

Pero al acercarse al sofá, se dio cuenta de que estaba equivocada. Los amantes no se habían separado; de hecho,estaban más hundidos que antes en los cojines y su abrazo se volvía cada vez más íntimo.

Aquello la irritó más de lo que hubiera creído posible. Pero por otra parte, ella acababa de recorrer medio mundo para visitar a su amigo más antiguo y ser su "padrino"en la boda, y él ni siquiera se molestaba en levantar la cabeza para respirar. Por lo que a ella respectaba, ya era hora de que lo hiciera.

Carraspeó.

Los otros no se dieron cuenta.
Musitó algo entre dientes.
Nada.

—No os interrumpáis por mí —dijo en voz alta.

Anne lanzó un grito y empujó a James al suelo; se llevó las manos al pelo en un gesto automático y la miró sorprendida.

Amelia sonrió, encantada con el resultado. Se inclinó para ver por delante del sofá y saludó con la mano a James, que, tumbado en la alfombra, la miraba con los ojos brillantes. A diferencia de Anne, no parecía sorprendido de encontrarla allí. De hecho, demostró tal aceptación que a Amelia le irritó un poco. Maldito James! Debería de avergonzarse de ser sorprendido en una situación tan comprometida.

Pero en su expresión no había ni rastro de remordimientos o vergüenza. Solo una sonrisa torcida de...

De qué? Había algo sospechoso en su expresión... Parecía demasiado... complacido.

— De dónde sale usted? —pregunto Anne, apretándose la blusa.

—De África.

Pasó de puntillas al lado de James y se sentó en el sofá con un suspiro de placer.

Te Quiero para míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora