Sorpresa.

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— No digas nada estúpido. —Se apresuró a decir Hela. — Ella era quien llamaría mañana.

Alba quería hacer mil preguntas, la sensación con esa chica frente a ella era muy diferente a la que había sentido con cualquier otra persona con la que había interactuado, tantas cosas que debía resolver pero probablemente la más importante era como había entrado a su casa.

La chica parecía incomoda frente a Alba, bajaba la cabeza evitando todo contacto visual pero mantenía un porte firme intentando aparentar un poco de tranquilidad.

— Siento llegar de la nada, y sé que me dijiste que te devolviera la llave pero...

— ¿Qué quieres? — Esa era la pregunta más lógica que podía hacer en ese momento.

— Lo mismo que quiero siempre, hablar.

— Solo escúchala, no necesitas hablar. — Advirtió Hela. — No sueles hablar con ella.

¿Hablaba en serio? ¿Por qué no hablaba con esa persona cuando eran tan parecidas? ¿Qué sucedía con ella?

— Sé qué hace mucho no hablamos y que me dijiste que no querías saber de mí pero en verdad necesito que me escuches. —Pero el silencio se volvía incómodo. — En verdad lo siento, pero las cosas no están yendo nada bien... yo lo intento, doy lo mejor de mí y sé que me dijiste que el arte no tenía ningún futuro, que cuando fracasara no viniera a llorarte pero... Alba, las cosas están de cabeza para mí y si pudieras ayudarme solo un poco.

Sus frases confusas y repetitivas denotaban lo nerviosa que estaba, el miedo real que le tenía a Alba y eso pareció entristecerlas a ambas pero aún más a Hela que escondida fuera del campo visual de Alba lloraba como una niña al escuchar la voz partida de la chica que tenía justo enfrente y aun así no podía verla, deseaba tanto que ella pudiera verla.

— ¿Podías hacerlo? ¿Puedes ayudar a tu hermana?

Hela estaba a punto de suplicar que la ayudara, que haría lo que fuera necesario, rompería su propio plan con tal de ayudar de la manera que fuera a esa chica pero ni siquiera tuvo que hablar cuando Alba sacó de su cartera una chequera vieja.

— ¿Cuánto necesitas?

— Doscientos dólares. —Comentó apenada. — Y juro que no te pediré nada más y que te lo pagaré lo más rápido que pueda.

No hubo ninguna queja o reproche, tampoco un sermón de lo estúpida que había sido entrando a la carrera de arte plásticas, no reprimendas de ningún tipo ni tampoco insultos o menosprecios, Alba solo aceptó. Cosa más extraña.

— No te preocupes por el pago, cuando puedas dármelo estará bien Sahara.

Sahara, ese era su nombre, el nombre de su hermanita, la niñita que había criado a falta de sus padres, su gran razón para seguir, ahora podía recordar todo eso pero no podía recordar porque carajo Sahara le tenía tanto miedo, incluso parecía una mentira el que no recordara, una forma de ignorar la realidad el que no supiera todo lo malo que había hecho.

— Gracias. —Murmuró. —Acabas de darme una buena noche después de tantos...

— ¿Tanto qué?

— No es importante, no creo que te interese.

Con el rabillo del ojo Alba se fijó en todo lo que hacía Hela y esta se notaba ansiosa por un poco más de tiempo con Sahara, parecía su sombra más de lo que parecía un ángel así que supuso su hermana no solo era importante para ella, también lo era para que pudiera recuperar la memoria y volver a la normalidad de una vez por todas. Por algo Hela parecía tan interesada.

El Castigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora