Frágil.

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— ¿Y cómo te fue en tu cita con ese chico la semana pasada? —Preguntó Sahara. — No, eso suena como si le diera mucha importancia — Se reclamó. — ¿Y qué tal la cita? No, no, no, mejor, es verdad, tuviste una cita ¿Y cómo estuvo? Sí, eso suena mucho mejor.

Dio vueltas alrededor del salón donde practicaba con su banda esperando a que alguien, quien fuera, llegara para poder salir del bucle que viajaba todo el día en sus ideas. Qué alguien la alejara del espejo por el amor de Dios que cada vez se sentía más una completa pirada hablándose a si misma.

Mientras tanto Laila estaba en el departamento de su amigo, tan cerca de poder salir para ir al ensayo cuando las cosas comenzaron a irse al carajo.

— Oye Laila, necesito que estés fuera hasta las 12, van a venir unos clientes y no te pueden ver aquí.

— ¿A dónde demonios piensas que iré?

— Ese no es mi problema, y no molestes porque entonces no podrás volver a secas.

¿Cómo podía considerar una persona así su amigo? Él no era nada como Sahara, no era bueno, ni amable, tampoco se divertía estando con él. Ni siquiera era como todos los chicos del grupo donde tocaba su amiga, todos ellos eran amables y lindos pero... bueno, no importaba en cuantas personas pensase, buenas o malas, ninguna era como Sahara, por nadie tenía esa fijación que la hacía vivir en su cabeza sin pagar renta.

— Eres un idiota.

— Ya claro, ahora sal de aquí.

No regresaría más, no podía soportarlo, por algo el apodo de su amigo era la rata, tenía el sentido del mundo ahora que tenía que vivir con él. No podía volver a permitir escuchar como pensaba que quizá vender a algunas chicas jóvenes sería un buen negocio, que era bueno que un bastardo estuviera muerto, que lo merecía. Laila no era así, ella solo se metía en peleas estúpidas por no saber manejar su ira.

— Sabes algo, vete a la mierda tú y todos tus estúpidos negocios, eres una persona repulsiva.

— Cuida tus palabras. —Advirtió.

— ¿Cuidar qué? Sabes que no puedes hacerme nada, no tienes por qué decirme nada más, me largo de aquí.

El joven, la rata, acorraló a Laila para amenazarla, no podía permitir que alguien que supiera de sus negocios saliera estando tan enojada con él.

— Anda, inténtalo, juro que te daré una paliza, eres solo un debilucho animal que no puede hacer nada contra mí, recuerda que nunca has podido ganarme.

— No sabes quién soy Laila, no sabes quién puedo ser.

— No me llames así.

No quería escuchar su nombre, le daba asco saliendo de sus labios.

Corrió lo más rápido que pudo, necesitaba huir de todo eso, de ella misma, darse cuenta de que había arruinado toda su vida por personas estúpidas. Todas esas ideas desesperantes se abrazaban con fuerza a su pecho como pequeños demonios para no dejarla ir jamás.

No tenía nada, había dejado absolutamente todo, no solo su mente y corazón, también todo lo material, no quería a nadie, nadie excepto a Sahara, ella corrió en su mente como un niño en verano corre por las calles. Encontró un teléfono público y con las pocas monedas de su bolsillo decidió llamarle, solo podía pensar en ella.

La primera llamada llegó al buzón, lo único reconfortante de ello era el lindo tono con la voz grabada de Sahara. Las siguientes ya no fueron tan lindas, no recibir respuesta era frustrante y ella solo quería a alguien con quien desahogarse. Su última moneda cayó en el depósito del teléfono, el primer tono se volvió frío, le decía todo lo lejos que estaba de poder ser una verdadera amiga de alguien como Sahara, alguien como ella, un monstruo, no la merecía a un ángel como lo era esa chica enamorada por el arte, no importaba lo que hiciera jamás podría siquiera imaginarse ser su amiga.

El Castigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora