Tiempo...

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— ¿Recuerdas el día que peleaste con alguien en la calle porque nos gritó que éramos unas depravada? — Sahara ahora se limitaba a reír y llorar en partes iguales, la llamada con su hermana la había terminado de romper. —Dios, en verdad me asustaste ese día, pensé que lo matarías, nunca me gustó ese mal manejo de emociones pero aun así te amaba porque conmigo eras el terrón de azúcar más dulce de todos.

El enfermero, que desde hacía un rato escuchaba todo en secreto, se dio cuenta que lo que pensó durante los poco más de dos meses donde no encontraron a ningún familiar de la joven era falso, esa no era una matona como pensó, no era una persona de la calle que se había metido en problemas, era una joven con problemas que tenía gente que la amaba a su alrededor, gente que daría su vida por ella y eso lo alegró.

— Disculpa. —Se atrevió a decir interrumpiendo el momento. — Ella está estable, no tienes por qué preocuparte.

Si solo ese joven supiera que a Laila no le quedaba más que unas pocas horas.

— Es solo que la amo mucho, no soporto verla así, tan sola.

— No te preocupes, cuando llegaste supimos su nombre entonces informamos a sus demás números de emergencia, ella estará bien. —La consoló.

— ¿Números de emergencia? Ella eliminó a sus padres hace mucho tiempo. — Fue una tonta porque los ama pero sus impulsos siempre ganaban.

— ¿No era su hermano? Contestó un joven que se sorprendió mucho al oír su nombre.

No, no, no, haber ido ahí era un error, habían avisado a la rata, a su enemigo y su verdugo de que Laila estaba en cama completamente indefensa, le había dado su cabeza en bandeja de oro.

Podía llamar a la policía, quizá esa era la mejor opción, que por lo menos atraparan a esos hijos de perra que le habían arrebatado todo pero muy probable, ellos no harían nada, la policía estaba pintada solamente. Pero sabía que había alguien que podía ayudar, además, aunque esto molestara a Laila sabía que era necesario, si su padre no la veía en ese momento entonces lo haría en una caja de madera así que tomó todo el aire de la habitación de un solo suspiro y buscó el número de aquel hombre.

No pasaron ni 30 minutos cuando el padre de Laila estaba en el hospital, empapado en sudor y sin aliento pero tan alerta como un halcón.

— ¿¡Está aquí!?

— Ella está en coma.

— Gracias por llamarme. —El hombre robusto y con la figura de una montaña abrazó con tanta ternura a Sahara y ella solo puedo pensar que Laila y él eran muy parecidos. — Dios mío, encontré a mi hija.

— Ella está bien, está aquí. — Y por favor, sabía que tenía el tiempo contado, tan aterrador, tan devastador, tanto, tanto que volvió a llorar.

— Se recuperará, yo lo sé, tengo un buen presentimiento.

— No, ella no, ¿Y si la perdemos? Yo no quiero, no soportaría

— Laila es la mujer más fuerte que conozco, te juro que no la perderemos por esto.

Mientras una de las muestras de amor más pura sucedía en el hospital porque esas dos personas eran quien más adoraban a Laila en el planeta, quienes darían su propia vida por ella, la mismísima Laila volaba en un auto a bastantes más kilómetros por hora de los permitidos.

— ¿¡Estás muy segura de eso!?

— Si no inscribimos a Sahara en ese concurso no habré logrado nada, no lo habremos hecho.

Y que ya eran cómplices, amigas ¿Quién diría que la muerte uniría tanto a dos personas? Adoradas amigas que se sentían impotentes pero debían terminar esa última misión, por orgullo pero sobre todo por amor.

El Castigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora