Muerte

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Su familia nunca fue de dinero pero por lo menos tenían el suficiente para hacerle ese préstamo a su hija.

Su madre estaba muy preocupada pero Laila estaba sorprendentemente tranquila,  segura de que las cosas estarían bien. Su padrastro solo se enteró de ese préstamo hasta la noche cuando regresó a casa, se asustó tanto pero no supo que hacer porque el arrepentimiento en su corazón por correr a su hija de su casa lo seguía consumiendo.

Laila estaba confiada de lo que debía hacer, tenía todo el dinero que debía pagar con ella y no tardaría ni un minuto, en ese mismo momento iría pues no quería tener más preocupaciones, así podría ir directamente a su casa para estar con Sahara para pedir perdón.

Una vez más se dio cuenta que las calles eran sucias y frías, más frías en esa zona de la ciudad ¿Estaba sobrepensando las cosas? Seguro que sí pero poco importaba, el miedo estaba primero a la razón. Ella sabía dónde estaba la rata, o al menos lo sospechaba porque pocas veces lo encontraba en su casa, más bien pasaba su tiempo en una especie de bar que servía como fachada para... otras cosas.

— Rata, pareciera que te leo la mente, sabía que estarías aquí. —El joven dejó su cerveza de lado para mirar a la voz que se atrevía a molestarlo. — Mira que aún te conozco.

— Pero sigues siendo una tonta al parecer.

— Bueno, prefiero el termino cabeza dura, pero si, en verdad soy tonta. —Al menos era honesta.

— ¿Al menos vienes con lo que me debes?

— Claro, no sería tan estúpida de estar aquí sin el dinero. —Laila no quería acercarse, por su propia seguridad básicamente, no estaba dispuesta a una puñalada.

— ¿Y bien? Me lo darás o solo seguirás ahí parada como estúpida.

Laila lanzó el dinero a la mesa de aquel rastrero que alguna vez llamó amigo y se cruzó de brazos esperando que lo contara.

— Bien, ya tienes la mitad. —Dijo con una gran sonrisa.

— Dijiste 20 mil, no puedes ser tan hijo de puta. —Escupió sintiendo la ira burbujear en su estómago.

— ¿Es acaso un reto? Qué aún puedo cobrarte más.

— ¿Pero qué carajo crees que te debo? Solo viví en tu casa unos meses, ni siquiera pasaba tiempo ahí.

— Pero escuchaste muchas cosas, creo que puedo cobrarte por darte tanta información.

— Yo debería cobrarte por mi silencio.

Laila no quería explotar, si lo hacía perdía, le cobrarían más y la arruinaría hasta comerle los huesos, ahora tenía que quedarse callada y pensar en una manera de conseguir dinero, mucho dinero, los 10 mil de su madre más otros 10 mil que había conseguido trabajando ahora no parecían ser nada porque necesitaba otros 20 mil.

— Bueno, al menos ya pagaste tu vida, solo te queda lo de esa noviecilla tuya. — Como el animal que era escupió al suelo al terminar la palabra noviecilla porque para un homofóbico como él, eso era desagradable.

— No, estás mal, no pagué por mi vida, pagué por la suya.

— Wow, resultaste doblemente valiente al venir aquí sin tener tu vida pagada, o doblemente estúpida. — Rió a carcajadas sintiendo que en verdad tenía todo el poder del mundo en sus hombros ¿Y cómo no? con lo que ganaba y la impunidad ante la policía cualquiera podía sentirse así. —Podría divertirme contigo un rato.

— Si me tocas te mato. —Advirtió con una voz tan muerta que era escalofriante.

— No tientes tu suerte que puedo meter a tus hermanitas en esto.

A Laila se le quebró la mandíbula de tanto apretar para poder callar porque no permitiría que nada en este mundo corrompiera a esas dos niñitas, no permitiría que la siguieran en todas las decisiones estúpidas que tomó.

— Bien, es todo, me iré a conseguir el resto del dinero.

— Deberías apresurarte, lo necesitaré en unos pocos días lo necesitaré ¿Qué te parece si me los traes? mmm, no lo sé ¿En dos días?

— ¿¡De donde crees que sacaré ese dinero en dos días!? — Laila no podía más, lo reventaría a golpes hasta que su bonito rostro solo fuera una papilla, lo tenía claro.

— No es algo que me interese en realidad, por mi puedes vender tu cuerpo en las calles aunque no creo que alguien lo compre por ese precio, digo, sabes que estas sucia, enferma.

Enferma, odiaba escuchar a Sahara decírselo a si misma cada vez que se sentía feliz estando de la mano con ella, lo detestaba pero sabía que Sahara había tenido muchos problemas para aprender quien era por lo que siempre la ayudaba pero ahora ¡Ahora escuchaba a un completo imbécil restregárselo en la cara! Eso sí que no.

Con la fuerza de un toro se abalanzó sobre la rata sin importarle los dos o tres chicos que cuidaban el lugar y por consiguiente también lo cuidaban a él, en ese momento era su ira quien la dominaba, quería sacar todo, esa rabia a su padre, el enojo de ser tan débil y solo huir de casa... más de una vez, la impotencia de ser ella, de no poder haber tenido una vida más normal, una donde no disfrutara molestar a gente más pequeña que ella. Cuando la sangre comenzó a salpicar sus mejillas se detuvo porque solo hasta ese momento se dio cuenta que mientras más lo golpeaba solo se sentía peor, solo se confirmaba lo mala que era, lo trastornada que estaba. Era agotador sentir tantas cosas.

— Eres una mierda, no te pagaré nada más, no tengo dinero, si quieres que te pague con algo más solo dímelo pero no estoy dispuesta a hacer nada más en tus negocios de mierda, no lo vales.

— ¿Qué no lo valgo? — Escupió, literalmente pues la sangre que se acumulaba en su boca tenía que escapar de alguna manera. — Tú eras igual que yo y no llegaste ni la mitad de lejos ¡Tú no tienes nada!

— Tengo mucho más que tú.

La rata se levantó, su rostro estaba destrozado pero intentaba conservar su dignidad por lo que detuvo a sus achichincles de intervenir en la situación.

— Maldita estúpida, siempre tuviste más que todos nosotros.

— ¿Nosotros? ¿De qué estás hablando?

— Tenías a tu familia, dinero, un hogar, pero no. —Dijo alargando el no hasta que se volvió algo incómodo. —Decidiste salir de tu casa porque no podías soportarlo y mírate ahora, mira en todo lo que te metiste, eres un animal.

— ¿Sabes algo? Tienes razón, jamás debí salir de mi casa, debí haber hablado con mi familia, debí evitar pelear por estupideces pero no puedo volver, lo que sí puedo hacer es cambiar, tú también deberías.

Algunas personas no están hechas para cambiar.

Al principio no dolió, parecía como si solo le hubieran derramado un vaso de agua encima, era extraño pero para cuando se dio la vuelta el mundo se desplomó sobre ella y el viscoso fluido que la mantenía con vida comenzó a bañarla.

— No debiste jugar conmigo.

El Castigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora