La chica del banco

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Escapar de casa no era tan fácil como pensaba, no tenía suficiente dinero para pasar la noche, sus amigos no podían recibirla o directamente vivían su situación, por algo la gente le decía que eran una mala influencia, porque ella era una chica de una buena familia pero decidía juntarse con gente que tenía antecedentes penales o eran mucho mayores a ella, eso no le era importante pero justo en ese momento, al darse cuenta que nadie podía ayudarla le pareció irritante saber que estaba sola. El remordimiento por haberse ido de esa manera la mataba, no por su padrastro o su madre, sus hermanas, solo eran dos niñas y no se merecían lo que les había dicho.

Sacó su viejo celular y buscó con esas teclas desgastadas el número del único amigo en quien confiaba.

—Hermano yo por fin lo hice.

— ¿Qué? — La música de fondo se escuchaba más que la voz del joven, eso ya era una mala señal.

— Si idiota, salí de mi casa, llevo meses diciéndote que lo haré.

— Claro, claro, que bueno, hablamos luego. — El joven arrastraba las palabras, seguro estaba ebrio o drogado, no era de sorprenderse.

— No, espera, necesito que me ayudes, eres mi último recurso, ¿Puedo quedarme en tu departamento? —En verdad necesitaba que la dejara, era el único con departamento propio, uno que siempre era hogar de prostitutas y drogas pero propio al menos.

— No, no puedes niña. — Cortó tajante. —Duerme en un hotel.

— ¿De dónde crees que sacaré dinero si estoy en la calle?

— No lo sé, piensa un poco. —Se burló. —Tú siempre tienes tu navaja encima, solo agárrate los ovarios y obtén dinero, después hablamos.

Hela escupía fuego de lo molesta que estaba, primero la pelea y ahora eso, seguro el ser inmundo que tenía por amigo tendría "una reunión de negocios" con algún dealer.

Tomó su nava entre las manos, ese había sido su regalo de cumpleaños número 16, quizá lo único que le agradecía a su padrastro. Entendió a la perfección lo que quería decir su amigo con "usa tu navaja", sería igual de idiota que él si no lo hubiera hecho, pero se había prometido que no la usaría para esa clase de cosas.

Caminó sin rumbo durante la tarde hasta que anocheció, la oscuridad no le molestaba en lo absoluto y lo que pudiera pasar en esta tampoco, la gente en la calle conocía a sus amigos así que la dejarían en paz, además ella sabía defenderse y lo hacía muy bien. Al no tener rumbo alguno terminó a las afueras de un banco, las luces estaban apagadas exceptuando las del cajero automático, esas estaban titilando como las de una película de terror pero al menos iluminaban lo suficiente para dejarla leer el único libro que había llevado con ella.

Cuando se cansó, cambió de lugar para descansar debajo de un árbol que estaba en el parque de la calle de enfrente, tendría que pasar ahí la noche, ya se encargaría de sus problemas más tarde como lo hacía siempre, cerró los ojos para poder dormir, si lo pensaba bien no era tan malo, ese lugar era mucho más calmado que su casa con todos esos gritos de sus hermanas y reclamos de sus padres.

— Pero, en verdad no quiero hacer eso. — La voz de una chica la distrajo y todo lo que pudo pensar era que quería que se fuera pronto para que no molestara más. — Tienes que escucharme, por favor.

La chica entró al cajero sin prestar la más mínima atención a sus alrededores, era una presa fácil, era la victima clásica de cualquier asalto, todo era perfecto para ello, la calle vacía, poca luz, la victima distraída y una persona con frio que necesitaba dinero la acechaba.

— No te estoy pidiendo mucho, ni siquiera debes pagar un solo centavo, solo me gustaría verte ahí.

Los gritos seguían escuchándose sin alterarse más allá de la ya muy agitada conversación.

El Castigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora